Eran los tiempos de la esclavitud y en la oscuridad de la noche se escuchaban la gritos de una negra que estaba siendo accedida a la fuerza por su amo. Él la había comprado esa tarde por unas monedas en el muelle donde había ocurrido el último desembarco de esclavos traídos de otros países.
En ese tiempo los amos podían violar a sus
esclavas para obtener hijos de ellas, que usarían como sirvientes o para venderlos al mejor postor.
La víctima era una joven de 20 años, cuyos padres habían muerto, su madre por una enfermedad durante la travesía por el océano, y su padre a golpes por resistirse a ser sometido a la cruel esclavitud.
Estaba en el establo, tendida en el suelo sobre la paja, su amo, Rogelio, estaba sobre ella, la había desnudado a la fuerza y la había golpeado por oponer resistencia. Ahora la accedía con violencia destrozándole su virginidad mientras ella gritaba sin parar, sin recibir ayuda, escuchada solo por Hortensia, la esposa de su amo, que esperaba afuera indignada por lo que hacía su esposo, pero familiarizada con las prácticas brutales de la época y sin poder decir nada siquiera, porque esas mismas costumbres la obligaban a callar.
Los gritos cesaron y su esposo salió bañado en sudor y con la cara y los brazos arañados. Dorotea, la esclava, quedó tendida en el suelo luego de la violación brutal. Y lo peor fue que aquel acto aberrante se repitió durante muchas más noches hasta que su amo supo que Dorotea estaba esperando un hijo.
Con el tiempo el bebé nació, fue un varón a quien le pusieron por nombre Emilio. Fue de piel negra como la descendencia de su madre, así que fue rechazado y su destino acordado fue el de ser otro esclavo. Para ese entonces ya habían en aquella casa dos hombres y dos mujeres más en condición de esclavos.
Emilio creció padeciendo los desprecios, los maltratos y las humillaciones propias de la servidumbre. Pero al ir creciendo se fue despertando en él el deseo ferviente de alcanzar la libertad para él y los suyos. Pero pronto se dio cuenta de que su madre y sus compañeros de prisión no tenían siquiera fuerzas para luchar por esas alas que él soñaba para volar por los horizontes de la libertad. Así que una noche huyó, no sabía que vendría después, pero sabía que el primer paso era escapar de allí. Corrió en medio de la oscuridad por el monte. Cuando su amo al otro día se dio cuenta, salió con algunos de sus amigos y sus perros sabuesos a encontrarlo y darle su merecido.
Emilio no había podido avanzar mucho en medio de la oscuridad. Escuchó los perros casi al mediodía y así agotado echó a correr desorientado sin saber a donde iba. Su amo lo divisó y corrió más rápido con sus amigos armados y sus perros aterrorizantes. Un rato después, Emilio, cansado y asustado llegó a la orilla de un barranco. Los hombres que lo seguían le pidieron detenerse pero él ignoró el llamado, entonces un tiro de escopeta lo golpeó en la espalda y el cayó por el barranco hasta el río. Para cuando su amo se asomó ya la corriente lo había arrastrado.
La madre de Emilio recibió la noticia y lloró la muerte de su hijo. Los días pasaron y los rigores de la esclavitud continuaron para Dorotea y los otros esclavos.
Hortensia, quien no había podido tener hijos y padeció también de malos tratos y desprecios por parte de su esposo, vivió una experiencia extraña una mañana cuando Filomeno, uno de sus esclavos cortaba la leña.
Algo en él le llamó la atención al verlo desde la ventana con su torso descubierto y sudoroso, él la sorprendió mirándolo y ella, avergonzada, cerró la ventana con una expresión de ira para disimular la incomodidad del momento. A pesar de su edad ya madura, Hortensia estaba viviendo una torturante atracción hacia aquel vigoroso esclavo, que encarnaba en sus fantasías femeninas todas aquellas cosas de que carecía su insensible e infame esposo Rogelio.
Hortensia una vez encontró a su esclavo Filomeno teniendo relaciones con una de las esclavas, desde entonces un deseo prohibido e irracional la embargaba al recordar a los dos negros desnudos, y cómo él tocaba y hacía gemir a aquella mujer.
En una ocasión su esposo salió con sus esclavos a construir un nuevo establo, y solo Filomeno quedó en la casa cortando la leña. Hortensia lo observaba como otras veces desde la ventana, él lo sabía. El negro alto, fornido y de ojos amarillentos entró a la casa despacio y se acercó a Hortensia cuidadosamente.
Ella no dijo nada, él tampoco, ambos entendían el idioma del silencio y las miradas, él la sabía interesada y ella se sabía descubierta.
La tomó de la mano y la llevó al establo, el mismo lugar donde Rogelio violaba a las esclavas, donde había forzado y embarazado a Dorotea de Emilio, el joven arrastrado por el río.
El calor era insoportable a esa hora de la tarde, ella era una dama criada con los más estrictos principios morales y las mejores costumbres, pero no le importó estar a solas con un hombre diferente a su esposo, ni le importó que este estuviera sudoroso y con su vestimenta sucia. Solo le importó sus deseos reprimidos, sus ansias de hacer realidad sus fantasías, y sus ganas de estar en los brazos de aquel negro que la levantó como a una muñeca para luego recostarla contra las tablas de aquel lugar y besarla con arrebato mientras le metia las manos por debajo del vestido.
Luego el negro la tiró en el suelo y la despojó del vestido que ella llevaba puesto, por primera vez sus ojos vieron el cuerpo de una mujer blanca al descubierto, sus pezones rosados y sus vellos lacios contrastaban con los pezones oscuros a veces morados de las negras, cuyos vellos eran como pequeños y finos alambres enrollados.
El también se desnudó y se le echó encima, Hortensia sintió entonces todo el ímpetu de aquel hombre cuya piel brillaba por los rayos de luz que se filtraban por entre las tablas.
Fue cuando sintió aquella enorme tranca entrar en ella y no pudo evitar gritar e insultar con todas sus fuerzas a su amante que, en vez de mostrar más delicadeza, la acometió con más fuerza hasta hacerla casi desfallecer de dolor, pero sobretodo de placer.
Hortensia quedó casi fuera de sí al descubrir un cuerpo diferente al de su marido, que en vez de frío y sosegado era ardiente y en apariencia insaciable.
Ella fue corriendo a lavarse para aliviar su sensación de culpa, mientras el hombre siguió con sus labores como si nada hubiera pasado.
Y así continuaron con su peligrosa aventura cada vez que tuvieron oportunidad, hasta el día en que Rogelio sorprendió a Filomeno cuando recostaba a Hortensia contra un árbol en medio del bosque y la manoseaba descaradamente.
Ese día, a pesar de las súplicas de ella, obligó a sus otros esclavos a amarrar a Filomeno de pies y manos, y tirándolo en el suelo a la vista de todos y de Hortensia, le asestó un tiro de escopeta en la espalda matándolo en el acto.
Desde ese instante él trató a su mujer como a una cualquiera, y ella lo aborreció con todas sus fuerzas.
Pasaron unas semanas, las luchas por la libertad de los esclavos y la independencia de los pueblos cobraban más fuerza en la región. Habían brotes que preocupaban a los hacendados y hacían temer por la sublevación de los negros.
Rogelio, al igual que los otros amos de aquel tiempo, seguía siendo despiadado y cruel con sus esclavos.
Una noche trágica Rogelio escuchó venir del monte un tropel inexplicable. En la hacienda, iluminada por lámparas de petróleo, pronto se vieron las sombras de hombres armados con cuchillos y palos que atacaban el lugar.
Era un grupo de indios ya civilizados que, liderados por un valiente hombre, venían a rescatar a los esclavos. Rogelio y algunos hombres de la región, que lo acompañaban en ese momento, intentaron defenderse pero fueron sometidos por el pequeño grupo que no se detendría hasta llevarse con ellos a los esclavos para refugiarse en un pequeño y lejano pueblo donde los negros eran libres y vivían apartados de la civilización.
Los acompañantes de Rogelio fueron amarrados por los indios, pero Rogelio seguía luchando para no darles el gusto de que lo vieran derrotado.
Fue entonces cuando el líder de los atacantes se quitó una pequeña máscara que llevaba y mostró su identidad: Era Emilio, a quien todos creían muerto, quien había sobrevivido al disparo de Rogelio y había regresado acompañado por hombres que también estaban soportando maltratos y se identificaban con la causa de los negros. Dorotea casi se desmaya de la impresión, y Rogelio corrió a refugiarse a su habitación mientras Emilio lo seguía para someterlo.
Emilio se lanzó sobre Rogelio, quien era su padre, pero este le propinó un golpe dejándolo tendido en el suelo de la habitación. Entonces Rogelio quiso acabar una vez más con él, como en aquel intento fallido cuando le disparó por la espalda. Tomó el cuchillo que llevaba en su cintura y se dispuso a enterrárselo a Emilio en el corazón, cuando de la nada un disparo le atravesó la espalda. Era Hortensia, quien había entrado a la habitación con la escopeta en su mano, la que había disparado contra su propio esposo. Su inconformidad con los abusos cometidos por Rogelio contra los negros y contra ella misma, y la ira por causa de la muerte de Filomeno la habían llevado a ponerse de parte de los esclavos.
Rogelio quedó muerto y Emilio se levantó y agradeció a Hortensia por acudir en su ayuda. Los indios dijeron que estaban listos para marcharse, Emilio abrazó a su madre y le dijo que la llevarían a ella y a los otros esclavos a un lugar donde se librarían de la crueldad de la esclavitud. Todos agradecieron a Hortensia y se despidieron de ella. Cuando se iban a adentrar en el monte Hortensia los llamó.
-Esperen, quiero ir con ustedes - les dijo.
-Usted es una de ellos, es una mujer blanca, allá viviremos en libertad y no soportaremos que alguien nos la quiera nuevamente quitar - dijo Emilio, quien estaba sorprendido al igual que el resto del grupo.
-Seré una más de ustedes, no iré a ser ama de ninguno, solo iré a convivir con su comunidad-replicó Hortensia.
-¿Por qué quiere ir con nosotros? Usted no es una esclava -dijo Dorotea.
-Claro que lo soy -respondió ella-, solo que es otro tipo de esclavitud. Toda una vida fui sometida también a los malos tratos y a las humillaciones de mi marido muerto, además no quiero pasar el resto de mi vida en la cárcel por lo que acabo de hacer.
-Esta bien, irá con nosotros -dijo Emilio con la aprobación de los indios y los esclavos.
Hortensia, Dorotea, Emilio y todos los demás se internaron en el oscuro monte. Caminaron a la luz de la luna, luego bajo el sol y la lluvia, hasta que días y días después llegaron al pueblo alejado, donde los esperaba el anhelado tesoro de la libertad.
En medio de tantos negros e indios Hortensia llamaba la atención por su tez blanca. Todos conocieron lo que hizo para evitar la muerte de Emilio. Fue tratada con respeto por todos los residentes de aquel lugar. No había espacio para deseos de venganza, Hortensia se había convertido en uno de ellos.
Pocos días después del arribo de Hortensia a aquel lugar, se descubrió que estaba esperando un hijo. Fue una sorpresa para quienes habían sido sus esclavos y conocían que no había podido tener hijos en muchos años. La sorpresa fue mayor cuando el bebé nació y se dieron cuenta de que era un niño negro. Hortensia por ese detalle, y por las cuentas de su embarazo, supo que aquel bebé era hijo de Filomeno, el esclavo muerto por la traición cometida por ambos. Dorotea también lo supo, porque ella y los demás estaban al tanto de lo ocurrido. Esto hizo que aquel pueblo estimara más a Hortensia, la blanca que le había parido un hijo a un negro.
En el pueblo de los blancos se supo la historia de Hortensia, la mujer que desapareció con los indios y esclavos y de la cual jamás se volvió a saber. Ella dejó su propio pueblo para liberarse de una sociedad despiadada y cruel y refugiarse entre seres humanos vulnerables que la trataron con más humanidad que su propia raza.