Relato Erótico : Follando con mi hijastra
Me llamo Juan, tengo 39 años y voy a contar lo que me pasó el verano pasado.
Soy divorciado desde hace 9 años y tengo una nueva pareja desde hace 8 años. Ella, que también es divorciada, es unos años más joven que yo y tiene una hija adolescente de su anterior matrimonio.
La relación con mi pareja es inmejorable en todos los sentidos, destacando la compenetración que tenemos en el sexo. Los dos somos de mentalidad liberal y nos gusta experimentar con nuestros cuerpos todo lo que se nos ocurre, si los dos estamos de acuerdo.
Ambos somos empleados de banca de la misma entidad, nos conocimos en una convención de la empresa, yo en una sucursal de Madrid y ella en otra de un pueblo costero en la provincia de Castellón, por lo que no vivimos juntos de momento, viéndonos los fines de semana y los periodos vacacionales.
El verano pasado planeamos pasar unas vacaciones tranquilas en su casa durante el mes de julio y ambos pedimos a la empresa dicho periodo vacacional, cosa que nos fue concedida. Así que el día uno de julio me puse al volante de mi coche y me dirigí al pueblo de mi pareja.
Durante los primeros diez días todo fue a pedir de boca. Por las mañanas nos íbamos a la playa, una apartada y sin vigilancia en una zona natural protegida a la que acudía muy poca gente, ya que no ofrecía ningún tipo de servicios y es de difícil acceso. Y lo hacíamos así porque nos gusta practicar el nudismo y en esa playa nuestra única compañía eran las gaviotas. Además, era una zona de dunas lo que nos ofrecía un plus de intimidad.
Si Andrea, así se llama la hija de mi pareja, venía con nosotros, no hacíamos desnudo integral, yo no me quitaba el bañador y mi pareja y la propia Andrea se dejaban puesta la parte inferior del bikini.
Mi pareja, unos años más joven que yo, tiene un cuerpo espectacular y le gusta mostrarlo y Andrea..., que puedo decir de Andrea? Que tiene una figura que haría pecar a un santo. Unos pechos aún pequeños, pero firmes y bien formados, con unos pezones que siempre estaban enhiestos, quizás por el efecto de la brisa, en el centro de unas areolas pequeñitas y rosadas y que pedían a gritos ser lamidos y mordisqueados; y un culito que se adivinaba duro y turgente bajo la minúscula prenda que lo tapaba.
Cuando ya se habían cumplido dos semanas de vacaciones, uno de los empleados de la oficina donde trabaja mi pareja se fracturó un brazo y la dirección la llamó para que le sustituyera, ya que en verano la oficina multiplica las operaciones debido a los desplazados que pasan sus vacaciones en el pueblo. Mi pareja no pudo negarse, primero porque era su oficina, donde ella trabaja habitualmente y segundo porque hubiera sido casi imposible encontrar un sustituto que estuviera disponible en esas fechas y que supiera el funcionamiento de la sucursal. Además, le prometieron que la compensarían por haberle estropeado las vacaciones.
Así que de un día para otro, nos encontramos con que mi pareja tenía que trabajar por las mañanas, lo que nos dejaba a Andrea y a mí toda la mañana solos en casa sin nada que hacer.
El tercer día de confinamiento forzoso en casa, Andrea, que acababa de levantarse de la cama y ducharse, me llamó desde el salón y me preguntó si no me importaba aplicarle leche corporal por la espalda. Yo estaba acostumbrado a hacerlo con el protector solar en la playa, tanto a ella como a mi pareja y no me sorprendió que me lo pidiera. Total, era lo mismo que en la playa, tan sólo cambiaba el protector por el body milk.
Fui al salón y encontré a Andrea tumbada boca abajo en una toalla que había extendido en el sofá, totalmente desnuda a excepción de unas braguitas de color blanco.
Por lo general, la indumentaria de Andrea en la casa eran las braguitas y una camiseta amplia que le llegaba debajo del culo, nunca llevaba sujetador.
Me arrodillé delante del sofá frente a Andrea que estaba echada boca abajo, con su mejilla izquierda apoyada en el sofá y su brazo derecho colgando hasta el suelo.
Tomé el bote de body milk, y dejé caer una generosa cantidad en su espalda y en sus piernas y seguidamente me apliqué en extenderla suavemente por toda su piel, respetando la parte que las braguitas tapaban.
De vez en cuando, miraba la cara de Andrea, que con los ojos cerrados y una expresión de completo relax, parecía disfrutar el masaje que mis manos le estaban dispensando.
Cuando la crema se absorbió y mis manos ya no se deslizaban con suavidad sobre su piel, eché crema de nuevo en ellas y seguí masajeando su espalda y piernas, aunque poco a poco fui modificando dicho masaje hasta que sólo las yemas de mis dedos tocaban la piel de Andrea, convirtiendo un masaje inocente en una caricia sensual, y aprecié por su expresión y por el hecho de que seguía echada y con los ojos cerrados, que las caricias, no sólo no le molestaban sino que le gustaban.
A estas alturas, yo ya no veía a Andrea como la inocente hija de mi pareja, sino como una preciosa adolescente que casi desnuda recibía con agrado mis caricias y que me había causado una tremenda erección.
Seguí un buen rato acariciándola, recorriendo su cuerpo con mis dedos, desde las plantas de los pies hasta la nuca. Apenas tocando su piel. Sintiendo como se le ponía piel de gallina a medida que las yemas de mis dedos se deslizaban sobre su cuerpo.
Yo no podía más. Necesitaba desahogarme. Así que cesé en mis caricias y le dije a Andrea que ya estaba. Ella abrió los ojos, me dio las gracias a la par que me dirigió una tenue sonrisa, mientras se incorporaba en el sofá con sus preciosos pechos al aire y recogiendo la toalla se dirigió a su habitación mientras yo trataba de disimular la tremenda erección que tenía bajo el bañador.
Me quedé mirando su cuerpo mientras se alejaba, apreciando el bonito culo que balanceaba al andar cubierto por sus braguitas blancas.
Yo me fui al baño con la idea de masturbarme, pero antes de llegar sonó el teléfono y después de estar hablando más de diez minutos la calentura se me pasó, así que la masturbación la cancelé.
Me quedé pensando en lo que había pasado hacía apenas quince minutos y aunque, tanto en la playa como en la casa Andrea iba casi siempre con sus tetitas al aire, nunca había experimentado esa sensación al verla casi desnuda. Y eso que muchas veces, cuando en la playa nos cambiábamos los bañadores mojados para irnos a casa, Andrea no tenía pudor en quitarse la parte de abajo que, aunque se giraba para no quedarse frente a mí mientras se cambiaba, no podía evitar que yo viera fugazmente su pubis cubierto de vello y sobre todo su perfecto culito.
Al día siguiente se repitió la misma escena. Andrea me llamó y yo acudí a untarle la crema corporal.
Yo llevaba puesto un bañador y nada más arrodillarme en el suelo al lado de Andrea y mirarla casi desnuda y a mi merced, tuve una erección como ya me pasó el día anterior.
Esta vez sus braguitas eran de color gris claro con ribetes rosas.
Como el día anterior, puse crema en su espalda y piernas y me dediqué a extenderla por todo su cuerpo, pero esta vez me recreaba acariciando su bronceada piel haciendo que mi masaje fuera más lento de lo normal.
Cuando llevaba un ratito frotando su espalda le pregunté:
- ¿Te pongo también en el culete?
- Bueno, me respondió Andrea con un hilillo de voz.
Con los dedos de ambas manos agarré el borde de sus braguitas por las caderas y las deslicé hacia abajo hasta el inicio de los muslos, dejando sus nalgas al descubierto.
¡Y qué nalgas!
No estaban bronceadas como el resto de su cuerpo pero era un culito precioso.
Sus glúteos eran redondeados y firmes, propios de una chica de su edad y se adivinaban suaves y delicados al tacto. Puse sendos chorritos de crema en ellos y me dispuse a aplicarla.
Con una deliberada lentitud me dediqué a extenderle la crema por el culo, llegando incluso a pasar mi dedo por su hendidura, sin llegar a presionarla, para recoger la crema que ahí se acumulaba.
Como ya hice la vez anterior, después de untarle la crema me ocupé en acariciarla con las yemas de mis dedos por todo su cuerpo, y en especial por el culo, comprobando que a Andrea le gustaba, pues ella seguía echada en el sofá, con los ojos cerrados y sin oponerse a mis caricias.
Después de un buen rato así, cuando mi excitación había alcanzado límites extremos, le subí las braguitas y dándole una palmadita en el culo le dije que ya estaba.
Ella se incorporó perezosamente y se fijó en la notoria erección que se adivinaba bajo mi bañador y que yo no traté de ocultar como hice el día anterior y después de desviar la mirada con cierto azoramiento por su parte, se fue a su habitación y yo me puse una camiseta y salí a la calle a dar un paseo, pues tenía que despejarme y aclarar mis pensamientos, ya que los acontecimientos de los dos últimos días me tenían desconcertado.
Por la noche fingí un dolor de estómago para no tener sexo con mi pareja, pues no dejaba de pensar en Andrea y mi imaginación fabulaba con escenas de sexo morbosas y excitantes en las que los protagonistas éramos Andrea y yo.
Al día siguiente, mi pareja se levantó para ir a trabajar y yo me quedé en la cama deseando que Andrea me llamara para ponerle crema.
La espera se hizo interminable hasta que sobre las diez y media la oí cuando salió de su habitación y entró en el baño.
Yo estaba impaciente y el tiempo que estuvo Andrea en el baño se me hizo eterno. Cuando oí abrirse la puerta del baño tuve sensaciones contrapuestas. Por un lado me alegraba, pero también me creaba la duda de si me llamaría como en los días anteriores. Así que para que ella supiera que estaba en la casa fui a la cocina y me serví un vaso de zumo de naranja del frigorífico.
Vi de reojo como Andrea pasaba hacia el salón con la toalla en la mano y mis temores se desvanecieron, pues deduje que también me llamaría para ponerle crema.
No había pasado ni un minuto cuando la oí decir:
- Juan, si no estás haciendo nada, ¿puedes venir al salón?
Ni que decir tiene que salí disparado al salón donde encontré a Andrea extendiendo la toalla en el sofá vistiendo una camiseta, bajo la que se atisbaba, debido a sus movimientos, sus braguitas, que en esta ocasión eran blancas estampadas con multitud de corazoncitos rojos.
Me quedé mirándola mientras ella, de espaldas a mí, se ocupaba en extender la toalla y así inclinada sobre el sofá, las braguitas marcaban las formas de su bonito culo y cuando se inclinaba mucho también de su coñito, que en esa posición y con la tela de la ropa interior pegada a la piel, aparecía entre sus muslos como una tentadora invitación.
Una vez extendida la toalla se quitó la camiseta y se echó en el sofá boca abajo y, como las veces anteriores apoyó la mejilla izquierda sobre el sofá y dejó caer el brazo derecho hasta apoyar la mano en el suelo.
Me acerqué al sofá y pensé que como el día anterior me había dejado ponerle crema en el culo, ahora no iba a negarse y a la par que cogía las bragas por los bordes para bajárselas le dije:
- Como siempre se manchan de crema, mejor te las quito.
Y comencé a bajarle las braguitas y Andrea, lejos de protestar colaboró moviéndose para facilitar que estas se deslizaran por sus piernas hasta los pies. Las dejé a un lado en el suelo y me volví hasta colocarme frente al culito de Andrea.
Yo ya estaba con una enorme erección bajo en bañador, pero al mirarla echada en el sofá, completamente desnuda esperando mis caricias, sentí que mi polla creció con riesgo de reventar.
Cogí el bote de crema y puse una buena cantidad repartida por su espalda y por sus piernas y comencé a extenderla con las palmas de mis manos con movimientos especialmente suaves y delicados, sobre todo cuando tocaba su culito.
Cuando masajeaba sus glúteos, estos se separaban ligeramente y pensé en aprovechar esta circunstancia. Así que como si fuera algo natural, hacía los masajes de manera que cada vez sus nalgas se abrieran más y más, hasta que conseguí abrirlas completamente con cada masaje sin que se notara, al menos eso creía yo, que mis movimientos estaban perfectamente calculados, manteniéndolas abiertas el mayor tiempo posible.
Yo estaba al borde del infarto, pues cuando sus nalgas estaban separadas podía ver los pliegues ligeramente sonrosados que rodeaban el ano. Algunas veces, presa de la excitación, separaba sus nalgas tanto que los pliegues del ano se distendían como si fuera a abrirse, e inmediatamente aflojaba la presión por miedo a que Andrea se incomodara.
Pero Andrea seguía tendida plácidamente con los ojos cerrados y una carita inocente como de no haber roto un plato en su vida.
Yo no me conformaba con acariciarla y disfrutar de la vista de su culo y de su ojete. Necesitaba más, pero temía ser demasiado brusco y provocar el rechazo de Andrea, así que mis neuronas empezaron a trabajar a contra-reloj y se me ocurrió la estratagema siguiente. Dejé caer un buen chorro de crema justo entre sus nalgas que poco a poco se fue escurriendo hacia abajo entre sus glúteos y lancé una exclamación de disgusto.
- ¡Joder, se me ha ido la mano!, exclamé.
- ¿Que pasa?, preguntó Andrea.
- Que ha salido crema de más y se ha escurrido entre los muslos. Empina el culete un poco que la recojo.
Para mi sorpresa Andrea hizo lo que le pedí y empinó el culito graciosamente preguntándome si valía así.
Le contesté que sí y procurando no hacer brusquedades que pudieran alarmarla, abrí sus glúteos y con el dedo índice de mi mano izquierda empecé a rebañar la crema desde los muslos hasta la espalda.
Ahora tenía frente a mí una vista perfecta de su ano y del comienzo de la rajita de su coño y mi polla, de tanto babear, había empapado mi bañador.
Con mi dedo cubierto de crema me atreví a pasarlo por su ano muy suavemente y no sé si fue producto de mi excitación pero creí oír un leve gemido de Andrea cuando la yema de mi dedo acariciaba su agujerito.
Yo ya no podía parar y me olvidé de la crema para dedicarme a acariciar su ano con mi dedo, sintiendo como Andrea respondía a mis caricias empinando más el culito y dejando su agujerito más expuesto.
Seguí masajeando su sensual orificio haciendo presión en él con la punta de mi dedo y sintiendo como este se relajaba, lo que me animó a presionar más y meter la puntita dentro.
Ya no eran figuraciones mías, Andrea estaba gimiendo y disfrutaba de mis toqueteos. Por eso me bajé el bañador, tomé su mano y la puse sobre mi polla. Andrea no retiró la mano, aunque tampoco hizo nada más, se limitó a rodearla con sus dedos y quedarse así.
Estábamos en un punto en que los dos deseábamos lo que hacíamos, así que embadurné bien mi dedo de crema y puse más en su ano y mientras con mi mano derecha abría sus nalgas, introduje muy despacio el dedo en su agujero que estaba muy distendido y no ofrecía resistencia. Cuando había metido casi la mitad sentí como su esfínter se cerraba y me aprisionaba el dedo y dejé de empujar. Así, con mi dedo dentro de Andrea, con mi mano derecha rodeé la suya que seguía agarrada a mi polla y empecé a moverla suavemente de delante a atrás para indicarle como tenía que hacer para masturbarme, pero en cuanto solté su mano ella dejó de moverla, lo que interpreté como que no había entendido mis mudas indicaciones.
Entretanto ya se había relajado de nuevo su ojete y volví a empujar despacio hasta conseguir meterle las tres cuartas partes del dedo. Me sorprendió la facilidad con que mi dedo entró en su ano, pero el masaje, la crema y la excitación que Andrea tenía, junto a que tengo los dedos muy delgados, contribuyeron a que la penetración fuera sumamente fácil y sin molestias para ella.
Así penetrada empecé a moverlo adentro y afuera pero sin llegar a desplazarlo para no irritar su ano que yo presentía virgen y delicado. Le pregunté:
- ¿Te gusta?
- ¡Siiiii!, hazlo despacio, me contestó.
- ¿Has visto como la tengo? Mi polla se muere por follarte.
Ella no me respondió, sólo abrió los ojos, miró mi miembro sujeto por su mano como constatando mi afirmación y me dedicó una leve sonrisa para seguidamente volver a cerrarlos y concentrarse en su propio placer.
Andrea ya no disimulaba su excitación, gemía de placer y movía su pelvis ligeramente intentando acrecentar el placer que mi dedo le estaba proporcionando.
Pero una vez disipados todos los temores de rechazo por su parte, yo quería algo más, así que fui sacando mi dedo de su ano lentamente, sintiendo la suavidad de su agujero cerrarse a medida que mi dedo salía.
Cuando lo hube sacado del todo le di unos suaves masajes justo en el agujerito para acto seguido abrir sus nalgas todo lo que pude, hasta que su ano se abrió ligeramente y hundí mi cara entre sus glúteos metiendo mi lengua en su agujero.
Andrea se estremeció y volvió a gemir de manera ostensible cuando mi lengua empezó a follarla por el culo.
Con mis dos manos sobre sus nalgas las mantenía abiertas todo lo que se podía y empujaba con mi lengua al máximo para que le llegara lo más dentro posible y notaba que Andrea estaba gozando como una verdadera perrita, pues sacaba el culito al encuentro de mi lengua, señal de que deseaba que la penetrara hasta el fondo.
No pude resistirme, tenía que ver su trasero con las nalgas abiertas, así que saqué la lengua de su ojete y me retiré un poco manteniendo sus glúteos separados para ver su ano y lo que vi me maravilló. Su ano no se había cerrado del todo, quedaba abierto un agujerito por el que se hubiera podido meter holgadamente un bolígrafo. Me quedé contemplando esa excitante vista hasta que sus pliegues volvieron a cerrarse y entonces fijé la mirada en el perineo y la parte final de la rajita de su coño, entreabierta por el efecto de mis manos separando sus nalgas. De nuevo volví a meter mi lengua dentro y reanudé la penetración procurando que mi lengua entrara y saliera en todo su recorrido sabiendo que el roce de la misma con el interior de su ano le proporcionaba un gran placer, que ella exteriorizaba con gemidos y movimientos de su pelvis que contribuían a que mi lengua profundizara más dentro de ella. Pero yo también tenía ya ganas de aliviar la tensión de mi polla y quería correrme y pensé que lo mejor era acelerar su orgasmo.
Sin dejar de comerle el culo deslicé mi mano izquierda por su entrepierna, de manera que mi dedo medio iba abriendo sus labios a medida que avanzaba hacia su clítoris. Estaba empapada. Sus juguitos se desbordaban a través de su rajita y mojaban mi mano que no tenía dificultad para avanzar hasta su botoncito, ya que Andrea elevó el culito lo suficiente para que mi mano pudiera entrar entre su coñito y el sofá.
Sentí en la yema de mi dedo la protuberancia de su clítoris cubierto por el pliegue del capuchón que lo guardaba como un pequeño tesoro, y empecé a masturbarla despacio y con mucha suavidad a la vez que con la lengua le comía el ojete.
Ella debía estar en la gloria pues no dejaba de gemir y de exhalar pequeños suspiros a la par que movía su pelvis acompasando sus movimientos a los de mis dedos.
Aún sabiendo cual sería la respuesta le pregunté:
- ¿Te gusta lo que te hago?
- Me gusta mucho, me respondió con la voz entrecortada.
Su respuesta me excitó aún más y seguí masturbándola y metiéndole la lengua en el ano aumentando el ritmo y ella, que había empezado a jadear y a emitir grititos de placer, aceleró sus movimientos, que ya sin disimulo alguno, frotaban su clítoris con mis dedos en la búsqueda del orgasmo que tanto deseaba. Se podría decir que yo la follaba por el culo y ella se follaba mi mano.
Seguimos así unos instantes más y Andrea tensó todo su cuerpo, apretó su coñito contra mi mano como si le fuera la vida en ello y empezó a jadear y a gemir mientras un estremecimiento la recorría de la cabeza a los pies.
Sentí su orgasmo en mi mano y en mi lengua. Su coñito palpitaba y su ano se abría y cerraba aprisionando mi lengua al ritmo de los espasmos que la estremecían.
Poco a poco las contracciones de su chochito y de su ano se fueron espaciando hasta que desaparecieron y Andrea se relajó y en su cara se dibujó una preciosa sonrisa de felicidad.
Yo ya había sacado la lengua de su culo pero seguía con mi mano bajo su coño y al intentar retirarla ella se estremeció y me dijo con una vocecilla apenas audible:
- ¡Despacio, despacio!
Entendí que tenía el coñito hipersensible, ahuecó el bajo vientre y saqué mi mano con suma delicadeza para no importunarla en el nirvana que parecía encontrarse.
Me quedé contemplándola tumbada en el sofá, completamente desnuda y con los ojos cerrados. Estaba preciosa.
Yo tenía mi polla agarrada con la mano y me la estaba sobando para aplacar mi calentura, pero lo que yo quería era follarme a Andrea.
Pensé que si ya no era virgen no habría problemas. Aunque no tenía condones, ya que mi pareja toma la píldora, al día siguiente podría comprar la píldora del día después. Pero si Andrea era virgen no me la follaría, no quería que su primera relación con un hombre y habiéndome ofrecido su virginidad a mí, la recordara como algo traumático o doloroso.
Estaba en esas disquisiciones cuando Andrea abrió los ojos y me sonrió a la par que miraba el meneo que le estaba dando a mi polla.
Yo le devolví la sonrisa y le dije que se diera la vuelta. Ella obediente lo hizo y quedó tendida boca arriba con sus preciosos pechos y su monte de Venus mostrándolos sin pudor alguno. En ese momento supe que ella pensaba que iba a follarla.
Sin embargo lo que hice fue subirme al sofá y ponerme de rodillas a horcajadas sobre ella apuntando mi verga a su cara.
Puse un cojín bajo su cabeza para que tuviera una buena vista, tomé sus manos y las llevé hasta rodear mi miembro. Ella se dejaba hacer y con las dos manos alrededor de mi pene empezó a moverlas guiadas por las mías en un movimiento de atrás a adelante enseñándola como tenía que hacer para masturbarme.
A pesar de no hacerlo bien por su inexperiencia, a mí me sabía a gloria que Andrea me estuviera haciendo una paja y le dije que no parara de meneármela hasta que yo se lo dijera y ella obediente, me frotaba la polla mirando embelesada el juguete que tenía entre sus manos.
Yo estaba tan excitado, que a pesar de la torpeza de Andrea, que llevaba un ritmo irregular, bastaron unos cuantos movimientos más de sus manos sobre mi verga para correrme, escupiendo el semen que llevaba un buen rato pugnando por salir y salpicando sus pechos y cara. Ella se detuvo un instante sin saber bien que era lo que estaba pasando y como la apremié a que siguiera lo hizo con más ahínco aún, sacándome hasta la última gota de leche de los huevos.
Mi semen había salpicado a Andrea en su pecho y también un pequeño chorrito le había caído en la cara. Con mi dedo retiré el semen de su cara y le pregunté:
- ¿Sabes lo que es?
- Es el semen, ¿verdad?, me contestó.
Le dije que sí mientras con mi pene extendía el que tenía sobre el pecho hasta cubrir con él sus pezoncitos y se los masajeaba con el glande.
- También se le llama leche por el color, añadí.
- Ya lo sé, los chicos lo llaman así.
Ella miraba sin saber que era lo que estaba haciendo ni para qué, pero a mí me daba un morbo tremendo embadurnar sus tetas con mi leche.
- ¿Te lo hacen mejor tus amiguillos del instituto o yo?, le pregunté.
- ¿Qué dices?, me contestó, - Yo no tengo “amiguillos” y no hago estas cosas con nadie.
- Pensé que ya habías tenido relaciones, entonces ¿eres virgen?
- Por supuesto, es la primera vez que hago esto con alguien, contestó medio ofendida.
Me sentí afortunado por haber sido el primero en gozar de Andrea y también me alegré de no haberla penetrado. Le dije que no se moviera y fui al baño a por papel higiénico para limpiarla. Lo hice delicadamente mientras ella observaba con atención y cuando hube acabado acerqué mis labios a su pezones y los besé y mordisqueé mientras ella se dejaba hacer.
Me senté en el borde del sofá y empecé a juguetear con mis dedos en su vello púbico. Le pregunté:
- Tú me pediste que te untara crema para esto, ¿verdad?
- No pensaba que haríamos tanto, yo sólo quería excitarme y masturbarme después.
- Pero te alegras que lo hayamos hecho, ¿no?
- Claro que sí, ha sido muy agradable. Algunas compañeras que han hecho sexo con chicos cuentan que no se lo pasaron bien, que les dolió y que ellos van a lo suyo.
- Bueno, yo no te he penetrado pero también podemos pasarlo muy bien estas vacaciones. Te aseguro que vas a aprender cosas que ni sabes que existen. Ya lo verás.
- No creas que soy tonta, sé lo que se hace, además, algunas veces os he visto a mi madre y a ti haciendo el amor.
- ¿De verdad?
- Si. Muchas veces dejáis la puerta de la habitación abierta y se os ve desde el pasillo y a mi madre se la oye gritar cuando se corre.
- Ya le digo que procure contenerse pero dice que lo hace sin darse cuenta. ¿Y qué hacías tú?
- Os miraba un ratito y me iba a mi habitación a masturbarme. Un día tú estabas tumbado boca arriba y mi madre estaba encima de tí, dando la espalda al pasillo. Al principio no se veía muy bien pero cuando mi madre se inclinó sobre tí se veía perfectamente como entraba y salía tu pene de su chichi.
- Si te pregunto algo, ¿me vas a contestar la verdad?
- ¿Qué quieres saber?
- ¿Tienes algún “juguete” para cuando te masturbas?
Andrea se ruborizó y yo, viendo su azoramiento, le dije:
- Si no quieres no me lo digas, pero después de lo que acabamos de hacer no vamos a tener vergüenza el uno del otro. Tu madre y yo también tenemos juguetes sexuales.
Entonces, con una vocecilla apenas audible Andrea respondió:
- Ya los he visto, yo tengo un “rotu”.
- ¿Un “rotu”? Quieres decir un rotulador, ¿no?
Ella asintió con la cabeza y yo le dije:
- Anda, vámonos a la cama que estaremos más cómodos y me lo enseñas.
Las adolescentes pueden ser mucho más morbosas y atrevidas que las mujeres adultas.
Andrea no contestó, pero los dos nos levantamos del sofá, ella recogió sus braguitas y juntos nos dirigimos a la alcoba que compartíamos su madre y yo, aunque antes pasó a su habitación de la que salió con un rotulador en la mano.
Mientras íbamos por el pasillo no pude evitar poner mi mano en sus glúteos y palparlos sintiendo como se endurecían al andar constatando lo firmes que eran.
Llegamos a la habitación y Andrea se quedó de pie sin saber muy bien lo que hacer. Le dije que se sentara y después de dejar las bragas a un lado, se sentó en el borde de la cama.
Estaba preciosa. Con su inexperiencia se dejaba guiar y hacía todo lo que yo le indicaba sin tan siquiera preguntar para qué.
Le dije que me dejara ver el “rotu”. Era de color negro de una conocida marca alemana, tenía un extremo cubierto por un capuchón rojo y el otro por un tapón redondeado del mismo color.
Me acerqué y me arrodille sobre la alfombra delante de ella. Acaricié sus pechos y pezones con mucha delicadeza que respondieron poniéndose tiesos y duros. Le dije que se echara y ella obediente así lo hizo dejándose caer sobre la cama dejando los pies apoyados en el suelo. Me incliné sobre ella, acaricié sus pechos y besé y chupé sus pezones. La cara de Andrea era la viva imagen del deseo. No decía nada pero la manera de morderse los labios y los leves gemidos que escapaban de su garganta, eran lo suficientemente elocuentes para que por sí solos significaran que por encima de todo, deseaba abandonarse al placer y sentir en cada poro de su piel la sensación del clímax sexual proporcionado por otra persona, que hasta este día no había conocido en toda su plenitud.
Ya no era la niña a la que todos creíamos inocente e ingenua, era una mujer anhelando caricias y deseosa de alcanzar las más altas cotas del placer. Así lo demostraba ofreciendo su cuerpo sin pudor y reclamando a cambio el del hombre que la hiciera alcanzar el clímax. Era una hembra esperando que el macho hundiera su miembro en ella y se vaciara en sus entrañas inundándola de semen.
Deseaba ser follada. Sin decirlo con palabras, lo decía con su cuerpo y con sus actos. Buscaba aplacar la calentura que la consumía y deseaba hacerlo como una auténtica mujer. Nada de masturbaciones a escondidas, ella quería que la penetrara hasta el fondo para sentir dentro toda mi virilidad y la descarga en lo más profundo de su vientre de la leche, como la que un rato antes tuvo extendida en sus pezones.
Había probado el sexo en pareja y le había gustado, por eso su joven cuerpo ansiaba las caricias que quizás en tantas ocasiones había soñado en la intimidad de su alcoba mientras se masturbaba.
Ahora tenía la oportunidad de hacer realidad esas fantasías y las quería todas. Quería experimentar todo aquello que había imaginado mientras acariciaba su sexo o introducía su “juguete” en el ano, soñando que era un amante imaginario quien le hacía todo eso.
Deslicé una de mis manos hasta su vientre y empecé a juguetear con su vello púbico rizado y sedoso, para seguidamente acariciar, sin llegar a meter los dedos dentro de su hendidura, su sexo. Sin yo pedírselo, Andrea separó las piernas y cuando pasé mi mano por sus labios, recorriéndolos desde el perineo hasta el pubis, Andrea se estremeció a la par que me miraba en una muda súplica para que calmara el ardor que la consumía. Era la sensualidad personificada y se moría por ser penetrada como una gatita en celo.
- ¿Tienes muchas ganas?, le pregunté mientras besaba sus deliciosos pezones.
- Siiiiiii, quiero que me lo hagas.
Su respuesta acrecentó mi excitación, aunque no quería precipitar las cosas. Me tomaba mi tiempo para prolongar el disfrute y el morbo que me producía ver a Andrea, una preciosa chica adolescente desnuda, totalmente entregada y dispuesta a complacerme en cualquier cosa que le pidiera. Sentía un hormigueo indescriptible en todo el cuerpo pensando que podía hacer lo que quisiera con Andrea, y que ella se me ofrecía gustosa para gozar del sexo sin límites.
Tomé sus piernas y las flexioné hasta que quedaron en posición ginecológica con lo que su coñito se mostraba en toda su plenitud, a la par que su ano se dejó ver con la lanza del rotulador clavada profundamente en él.
Me quedé extasiado mirándolo. Los labios mayores eran como dos rodetes carnosos ligeramente más sonrosados que el resto de la piel, separados por una hendidura que en esa posición no dejaba ver el interior.
He visto otros coños así, pero en fotos o vídeos. Era como el sexo de una niña pequeña en la que no salen los labios menores por la hendidura, todo está cerrado como en un estuche.
Con ambas manos separé los labios y apareció ante mí el coñito más bonito que he visto jamás. Era de un tono sonrosado precioso y los labios menores, pequeños y delgados, se unían en la parte superior formando la pequeña cresta del capuchón que guarda el clítoris. Con ambas manos estiré el vello púbico hacia arriba para dejar totalmente al descubierto su clítoris. Acerqué mi nariz y aspiré el aroma que emanaba. Era un olor intenso pero no desagradable, más bien al contrario, era un olor embriagador que invitaba a empaparse de él.
Lo tenía todo impregnado del fluido que había segregado antes y se veía brillante y apetitoso.
Forcé la separación de los labios por su parte inferior y vi como se abrió un pequeño agujero en la entrada de su vagina de un diámetro no mayor de un centímetro, que se cerraba si dejaba de separarle los labios. Estaba claro que era virgen.
No pude aguantar más, posé mi boca sobre su sexo y empecé a besar y lamer sus labios cálidos y suaves como el terciopelo. Con mi lengua recogí la cremita de un tono nacarado que lo cubría y acto seguido empecé a deslizarla hacia arriba recogiendo los juguitos que para mí eran todo un manjar.
Llegué hasta el capuchón que guardaba el clítoris y me entretuve en chupetearlo, succionarlo y mordisquearlo con mis labios a la vez que lo impregnaba de los juguitos que llenaban mi boca.
Seguí así un ratito pasando mi lengua por toda su rajita y chupeteando el clítoris que se notaba hinchado y tumefacto por la excitación.
Yo estaba disfrutando comiéndome el coño más delicioso de mi vida y Andrea también disfrutaba, pues no dejaba de emitir pequeños gemidos.
Después de un ratito comiéndome tan exquisito manjar y con Andrea plena de excitación, lo que me aseguraba que no se negaría, le dije:
- Me gustaría ver lo que haces con el “rotu”.
- Entonces tengo que ir a mi habitación a por vaselina.
- No hace falta, tu madre y yo tenemos gel para estas cosas.
Le indiqué que se echara en el centro de la cama y le acerqué a su mano el frasco de gel. Se puso una pequeña cantidad en el dedo y adoptando de nuevo la postura ginecológica se la aplicó en el ano dándose un pequeño masaje.
Yo no me perdía detalle y cada vez estaba más caliente viendo como Andrea se preparaba para penetrarse ella misma.
De nuevo puso más gel en su dedo y repitió la misma operación metiéndose la yema del dedo de vez en cuando.
Acto seguido cogió el rotulador y después de untarlo también con gel, lo apoyó en la entrada de su ano por la parte redondeada y lo fue introduciendo poco a poco hasta que más de la mitad del mismo hubo desaparecido dentro de su agujero, con lo que calculé que se metió más de diez centímetros, pues estos rotuladores son bastante largos.
Se quedó quieta con el rotulador dentro y le pregunté qué hacía después a lo que me contestó que lo dejaba así mientras se masturbaba.
Le dije que lo hiciera, que quería verla y Andrea puso su mano sobre su clítoris y con sus dedos empezó a masajearlo con suaves movimientos rotatorios.
Mi polla había vuelto a babear y también deseaba participar de la fiesta así que me subí a la cama y me puse de rodillas frente a ella y le dije que se abriera los labios con las manos y apartara el vello para que el clítoris quedara bien expuesto, cosa que hizo al instante. Me acerqué hasta que mi verga estuvo a la altura de su sexo. En esta posición presioné mi miembro desde la raíz hasta el glande para hacer salir mis fluidos preseminales que cayeron en un hilillo continuo sobre su clítoris y lo extendí sobre él con mi miembro.
Puse el glande presionando ligeramente la entrada de su virginal vagina y Andrea, que había levantado la cabeza y no se perdía detalle de lo que hacía, preguntó:
- ¿Me va a doler mucho?
- Nada de eso cariño, te prometo que sólo vas a sentir placer.
Estaba claro que pensaba que iba a penetrarla pero yo ya había decidido, por temor a dejarla embarazada entre otras cosas, que como aún nos quedaban muchos días de vacaciones para seguir disfrutando, Andrea recordara su primera relación conmigo como algo placentero y no como algo traumático por el dolor que pudiera causarle la desfloración.
Con mi mano deslicé mi polla a lo largo de su rajita hasta el clítoris, al que Andrea se encargaba de mantener despejado del vello púbico que con sus manos lo estiraba hacia su vientre como yo le había indicado que hiciera.
Realicé ese movimiento de abajo a arriba, recorriendo toda su rajita, frotando mi verga por su coño repetidas veces, entreteniéndome en su clítoris que era lo que más agradaba a Andrea.
Coloqué mi glande justo encima de su botoncito, me eché encima y empecé a realizar movimientos como si la estuviera penetrando aunque mi miembro sólo frotaba su sexo.
Llevaba así unas cuantas embestidas cuando Andrea exclamó:
- ¡Para, para!
- ¿Qué pasa?, pregunté algo alarmado.
- Que se ha salido, respondió con voz entrecortada.
Me incorporé un poco y observé que efectivamente mi miembro ya no estaba sobre su sexo, sino en su ingle. Al no tenerlo dentro se deslizó debido a mis movimientos, pero aumentó mi excitación comprobar que Andrea quería mi pene sobre su clítoris tanto o más que yo.
Me puse de rodillas frente a ella y le dije que lo cogiera y que fuera ella misma la que se frotara, así lo haría como más le gustara y no se escaparía.
Andrea cogió mi verga con las dos manos y empezó a frotar la cabeza contra su clítoris a la vez que movía la pelvis empinándose al encuentro de mi pene.
El rotulador seguía dentro de su culo, pero parecía que eso no la incomodaba, más bien al contrario, yo diría que aumentaba el placer que sentía, aunque todo su interés se había centrado en dirigir mi pene sobre su clítoris y frotárselo con él enérgicamente cada vez más deprisa, olvidándose un poco del rotulador.
Llevábamos así un ratito y yo intuía que se iba a correr pronto y me preparé para hacer lo mismo y cuando sus manos se crisparon alrededor de mi miembro y lo apretó contra su sexo a la vez que empinaba el culo, me dejé llevar y solté mi leche sobre su clítoris y su vello púbico, mientras Andrea daba elocuentes gemidos y estallaba en un tremendo orgasmo aferrada a mi verga que no despegaba de su hinchado botoncito.
Fueron varios y copiosos chorros de semen los que descargué sobre ella y cuando se nos pasó el éxtasis, Andrea hizo lo mismo que había hecho yo en el sofá, empezó a extender mi semen sobre su clítoris jugueteando y utilizando mi pene para ello y le advertí que no lo llevara abajo no fuera que se le metiera dentro y quedara embarazada.
En cuanto me oyó se asustó y con su mano empezó a arrastrar el semen hacia su vientre dejando todo su vello más pringado de lo que ya estaba.
Acabé de limpiar su sexo con papel higiénico y reparé en el rotulador que todavía seguía dentro de su culo. Lo cogí y empecé a tirar de él muy despacio mientras Andrea sonreía pícaramente hasta que salió todo y observé los movimientos de los pliegues de su ano que se contraían y se aflojaban como hechando en falta el juguetito.
Le pregunté:
- ¿En el chichi no te lo metes?
- Algunas veces sí, pero me da miedo desvirgarme y como también me da gustito por el culo, no me arriesgo. Una amiga lo hizo con la flauta como en el libro de Lulú y se desvirgó ella sola.
- ¿Tienes ese libro?
- No. Es de los padres de mi amiga. Tienen muchos de sexo. Ella me los ha dejado para leerlos.
- ¿Y no te gustaría algo más grueso que el rotulador? Cuando te metí el dedo entró muy bien y no te dolió. Seguro que disfrutarías más con algo más grueso.
- No tengo otra cosa. Una vez lo intenté con el vibrador de mi madre pero es demasiado grande.
- Ya buscaremos algo más delgado que puedas usar, le dije pensando en comprarle un vibrador anal.
Me eché al lado de Andrea y me puse a acariciarla muy despacio y suave y mirándome con una dulzura exquisita, esbozó una sonrisa a la vez que se ponía de costado y yo, acomodándome detrás de ella la abracé por detrás pegándome a su espalda y me dediqué a darle besitos en la nuca y acariciarle los pechos mientras le decía lo bonita que era.
Ella se adormeció mientras yo no dejaba de pensar en los acontecimientos que acababa de vivir. Aún no me creía lo que me estaba pasando. Jamás hubiera pensado que haría sexo con Andrea. No por ser la hija de mi pareja, sino porque para todos era una niña modelo, virtuosa y recatada. No se le conocían novios o amigos íntimos y estaba dedicada a sus estudios en cuerpo y alma, aunque estaba claro que detrás de la Andrea formalita y estudiosa se escondía otra “viciosilla” y morbosa que se moría por el sexo.
Al cabo de una media hora Andrea salió de la somnolencia y me miró con una sonrisa preciosa. Le dije que era una dormilona y ella sonrió mientras se estiraba desperezándose.
Le comenté que tenía que salir, que si quería venir conmigo y me dijo que sí, así que le di una palmadita en el culo y le dije que se duchara, tenía el pubis cubierto de semen seco mezclado con los pelillos, que después lo haría yo.
Cuando estuvimos listos salimos a la calle. Ella llevaba un minúsculo short vaquero y una camiseta rosa y estaba para comérsela.
Se la veía feliz. Estaba radiante, exultante y preciosa, y yo ya no la veía como a una niña. La chica que iba a mi lado era toda una mujer. Parecía que había perdido la timidez de golpe, pues aparentaba más seguridad en sí misma que muchas mujeres adultas. Me di cuenta que Andrea había pasado de niña a mujer en unas horas y que ella se sentía adulta, pues hacía cosas de adulto. Era como si al cruzarse con otras mujeres dijera: “yo ya soy mayor, también hago sexo como tú”. Para ella, hacer sexo con un hombre era haber traspasado el umbral de la adolescencia.
Llegamos al estanco, pues tenía que comprar tabaco y mientras atendían a otros clientes, me entretuve en mirar los artículos expuestos. Me llamó la atención un expositor en el que había una gran variedad de cigarros puros y reparé en algunos que estaban en estuches individuales cilíndricos, metálicos y de cristal.
No pude evitar relacionar esos estuches con la charla que tuve con Andrea referente al rotulador, así que busqué unos de cristal, que después resultó no ser cristal sino metacrilato, y me decidí por uno que no era demasiado grueso pero sí lo suficientemente largo.
Cuando me tocó el turno, pedí mi tabaco junto con el cigarro puro y después de abonar el importe y avisar a Andrea que estaba entretenida mirando los expositores de tarjetas postales, salimos de nuevo a la calle.
Le pregunté si le apetecía un helado y al asentir nos dirigimos a una heladería que disponía de mesas en el interior y además era un local refrigerado.
Tomamos sendos helados mientras hablábamos de cosas intrascendentes pasando el tiempo hasta irnos a casa a preparar la comida para cuando llegara su madre.
Esa tarde fuimos a la playa, a esa zona de playa virgen donde rara vez había gente. Como siempre, ellas se quedaron en top-les y nos dedicamos a descansar, yo bajo la sombrilla leyendo un libro y ellas al sol para broncearse.
Pasado un tiempo mi pareja dijo que iba a darse un baño y nos invitó a hacer lo mismo, pero tanto Andrea como yo declinamos la invitación.
Cuando mi pareja estuvo dentro del agua y lo suficientemente alejada puse la silla al lado de Andrea que estaba tumbada boca abajo y manteniendo el libro con la mano izquierda para que pareciera que leía, la derecha la deslicé bajo su entrepierna acariciando su sexo por encima de la tela del bikini.
Apenas unos instantes después Andrea apartó la braguita del bikini a un lado hasta la ingle, de manera que sin quitárselo su coñito quedó al descubierto.
Estaba húmeda y mis dedos se empaparon con sus juguitos antes de apoderarme de su clítoris y frotarlo con delicadeza para que disfrutara de una paja en presencia de su propia madre, con lo que el morbo alcanzó limites insospechados.
Yo tenía mi verga más dura de un palo y me hubiera gustado masturbarme cuando Andrea se corriera, pero mi pareja no cesaba de llamarnos y hacernos gestos para que fuéramos a bañarnos con ella.
Temiendo que al no ir nosotros viniera ella, le dije a Andrea que siguiera masturbándose ella mientras yo iba con su madre. Le pregunté si se enfadaría si follaba con su madre dentro del agua, cosa que habíamos hecho muchas veces cuando estábamos solos pero nunca en presencia de Andrea y como me dijo que no, que se excitaría viéndonos, salí disparado al agua al encuentro con mi pareja.
Cuando llegué a su lado empecé a juguetear con ella y a besarla y tocarla por todas partes, cosa que me reprobó por estar su hija en la playa. Le comenté que Andrea estaba dormida y que en todo caso desde allí no sabría lo que estábamos haciendo al estar metidos dentro del agua hasta la cintura, que pensaría que estábamos jugando como otras veces.
Se convenció de que Andrea no se percataría y se quitó las bragas del bikini al igual que yo el bañador, los que até juntos con los cordones y los puse alrededor de mi cuello para que no se los llevara el agua.
Yo me asenté firmemente en el fondo, mi pareja se colgó de mi cuello y se deslizó frente a mí elevando las piernas hasta que su sexo tocó mi pene. Cuando la cabeza estuvo centrada justo en su orificio empujó hacia mí y se insertó mi miembro hasta que mis testículos se aplastaron contra sus glúteos. En esta posición empezó a moverse para hacer que mi pene entrara y saliera de su coño mientras me decía que se moría de gusto con mi polla dentro.
Me aferré a sus glúteos con ambas manos y empecé a moverla arriba y abajo para que mi miembro entrara y saliera de su coño, ya que yo no podía moverme. Ella colaboraba en el mete saca elevándose y dejándose caer estando colgada de mi cuello, lo que hacía que mi miembro entrara y saliera en toda su longitud y con relativa rapidez, lo que unido al morbo de hacerlo al aire libre y estando Andrea presente, hizo que nos corriéramos enseguida.
Mi pareja no se contuvo y emitió sonoros gemidos cuando tuvo el orgasmo para después de acabado, reírse a carcajadas y comentar que había sido un polvazo riquísimo. Le dije que eso había sido por el morbo de hacerlo en presencia de Andrea, que aunque a ella le diera apuro, en el fondo le gustaban estas situaciones.
Mi pareja se quedó colgada de mi cuello con mi pene dentro mientras me besaba y me mordisqueaba la boca y el cuello y después de un ratito, cuando mi miembro se hubo aflojado lo suficiente y salió de su sexo, se descolgó de mí y se lavó para que el semen escurriera, nos pusimos los bañadores, salimos del agua y fuimos junto a Andrea que seguía echada boca abajo en la toalla.
Hubo un momento en que mi pareja fue a la orilla del agua a quitar la arena de las playeras y aproveché para preguntar a Andrea si se había masturbado y me dijo que sí, que lo había hecho mientras nos veía hacer el amor y que se había excitado mucho.
Aunque yo estaba muy satisfecho después del día de sexo que llevaba, no dejaba de pensar en el día siguiente, cuando Andrea y yo volviéramos a estar solos en casa y eso me hacía sentir un cosquilleo por todo el cuerpo y una sensación de ansiedad que no sabría explicar.
Y el siguiente día llegó. Mi pareja, como los anteriores, se fue a trabajar y yo me quedé esperando con ansiedad que Andrea despertara y saliera de su habitación.
Y el siguiente día llegó. Mi pareja, como los anteriores, se fue a trabajar y yo me quedé esperando con ansiedad que Andrea despertara y saliera de su habitación.
Pero Andrea no salía. Parecía que el tiempo no corría, que se había detenido. Por eso a las nueve y media ya no pude aguantar más y excitado y ansioso me dirigí a su habitación.
Iba completamente desnudo, a mi pareja y a mí nos gusta dormir desnudos y ya no era el caso de taparme delante de Andrea, abrí la puerta con cuidado y la encontré plácidamente dormida. Estaba preciosa, echada de costado, con una mano bajo la almohada y la otra sobre ella y la pierna superior flexionada con la rodilla hacia su pecho, lo que hacía que toda su entrepierna quedara expuesta y aunque llevaba sus braguitas no dejaba de ser una visión tentadora.
Me acerqué sigiloso a la cama observando su cara angelical de niña buena que para nada dejaba entrever la sensualidad que ese cuerpecito, aún con rasgos de niña, podía desplegar. Estaba sumida en un profundo sueño y respiraba cadenciosamente y con cada inspiración sus pechos se movían bajo la camiseta que los ocultaba.
Estuve contemplándola un buen rato admirando la perfección de sus formas, pensando que con el paso de los años darían lugar a una preciosa y espectacular mujer y me excitó sobremanera el hecho de ser yo quien gozaba de ese cuerpo aún en desarrollo, era yo quien le estaba enseñando los placeres del sexo y era a mí a quien se entregaba deseosa de experimentar y aprender como una alumna aplicada.
Con mucho cuidado para no despertarla me eché a su lado y la abracé desde atrás. Ella se removió un poco pero siguió durmiendo y yo puse mi mano sobre sus braguitas allí donde ocultaban su sexo. Lo sentí cálido a través de la tela y me quedé quieto disfrutando el momento. Acerqué mi cara a su nuca y aspiré el perfume que emanaba de su cuerpo. Era un olor fresco a la vez que embriagador, olía a niña y a mujer al mismo tiempo.
Ya no pude reprimirme más y posé mis labios tenuamente en la piel de su nuca. Empecé a darle besitos casi imperceptibles, aunque cada vez mis labios presionaban más y hacían la caricia más larga.
Andrea empezó a despertarse perezosamente y cuando se percató de mi presencia me dedicó una sonrisa mientras yo le daba un besito en la mejilla.
Al moverse, mi miembro erecto presionó en su trasero y mi mano quedó aprisionada entre sus muslos. Le dije:
- Te deseo, tengo muchas ganas de estar contigo.
Me miró sonriente y se estiró para desperezarse haciendo que sus pezones se marcaran en la tela de la camiseta.
Se dio la vuelta quedando boca arriba y yo me incorporé sobre ella y empecé a darle besitos en la cara y en la frente a la vez que mi mano acariciaba sus pechos bajo la camiseta. Era la primera vez que la besaba y no sabía como iba a reaccionar, por eso fui poco a poco acercándome a sus labios con cada besito, para finalmente posar los míos sobre los suyos muy tenuemente, casi sin rozarlos.
Ella no se movió y aunque no me devolvió el beso tampoco lo rechazó, cosa que achaqué a su inexperiencia, por eso seguí besándola en los labios cada vez con más pasión hasta que ella entreabrió los suyos y empezó a devolverme los besos. Mi mano estrujaba sus pechos y pellizcaba sus pezones que ya estaban erectos y duros y ella ya no era una chica pasiva que se dejaba besar, me devolvía las mismas caricias que yo le hacía, abría la boca y mordía mis labios lo mismo que había hecho yo momentos antes. Nuestras lenguas se introducían en la boca del otro arrancándonos indescriptibles sensaciones de placer. Nos estábamos comiendo literalmente las bocas el uno al otro, nos mordíamos, nos chupábamos las lenguas y, aunque Andrea adolecía de inexperiencia, la suplía sobradamente con la pasión y la entrega que ponía, se colgó de mi cuello y me abrazó con fuerza a la par que me comía a besos para acabar metiendo su lengua en mi boca, aspirando la mía con sus labios y mordiéndomela en un arrebato de lujuria y deseo. Estaba tremendamente caliente y lo demostraba.
Yo tenía una erección tremenda pero quería tomarme mi tiempo y alargar al máximo momentos tan placenteros.
Nos sosegamos un instante, metí mi mano bajo su ropa interior y ella, sin que yo le dijera nada, abrió las piernas para facilitarme el acceso a su sexo. Estaba chorreando hasta el punto que las bragas también estaban mojadas, no podía disimular lo excitada que estaba.
Le pregunté:
- ¿No te vas a quitar las braguitas?
No había acabado de decirlo cuando Andrea arqueó la pelvis y deslizó sus braguitas por sus muslos hasta las rodillas, después elevó las piernas y acabó de sacárselas dejándolas caer al suelo. Estaba claro que deseaba tener sexo.
La imagen de Andrea era puro erotismo. Sentada en la cama, esperando mis indicaciones vestida sólo con una camiseta, con las piernas flexionadas juntas en las rodillas y separadas en los pies, como en cuclillas, con lo que su coñito de adolescente aparecía aprisionado entre sus muslos con su rajita cerrada y coqueta ocultando el tesoro que guardaba en su interior. Yo estaba de rodillas en la cama frente a ella masajeándome la verga muy despacio, de la que no cesaban de salir grandes gotas de líquido preseminal que caían a la sábana.
Andrea no era consciente de la carga erótica que tenía su pose. Yo no podía dejar de mirar su chochito apretadito entre sus muslos, lo que hacía que los labios aparecieran gordezuelos y observé que de la parte inferior de su rajita salía una estela brillante y transparente que llegaba hasta su ano y que identifiqué como sus juguitos que se desbordaban y escurrían fuera de su vulva.
Le dije:
- Me gustaría verte el chochito bien abierto.
Ella separó las piernas y se inclinó hacia atrás apoyándose en ambas manos como cuando se toma el sol en la playa y me mostró su coñito, cuya rajita se entreabrió un poco en su parte inferior pero sin dejar al descubierto el interior, confirmando que la estela transparente eran los juguitos que salían de su chochito, pues al abrirse su rajita fluyeron en abundancia escurriéndose hasta su ano y mojando la sábana.
- ¿Así?, me preguntó complaciente.
- No se ha abierto del todo, hazlo con las manos.
Andrea obediente, como si fuera la cosa más natural del mundo, separó sus labios con las manos dejando su rajita completamente abierta y mostrando el sonrosado interior cubierto por sus secreciones y juguitos. Incluso el agujerito que comunicaba con su vagina estaba abierto mostrando cual era el camino del placer supremo. No había intencionalidad en lo que hacía. Era tan inocente por su parte que lo convertía en algo tremendamente morboso. Ella tan sólo seguía mis instrucciones sin pensar en el erotismo que desprendía. Así que allí estaba Andrea con carita de niña buena e inocente, abriendo su sexo para mí y esperando para hacer lo que le pidiera. Yo estaba extasiado admirando esa preciosidad que era su coñito abierto, a la vez que con mi mano masajeaba mi verga erecta y babeante. Ella no apartaba la vista de mi polla mientras yo me la meneaba. Yo creo que pensaba que iba a masturbarme mientras la miraba.
Como me calentaba sobremanera que Andrea manifestara su deseo le pregunté:
- Tengo ganas de comerme tu chochito y que te corras en mi boca, ¿quieres tú también?
- Siiiii, yo también tengo muchas ganas; me contestó con una vocecilla apenas audible llena de excitación.
Me incliné sobre ella que se dejó caer de espaldas en la cama y empecé a lamer su coñito que ella mantenía abierto con las manos desde el ano hasta el clítoris, pues sus secreciones se habían desbordado y no quería que se desperdiciaran, saboreando cada gotita que mi lengua recogía a la par que mi excitación se desbocaba en forma de líquido preseminal que no paraba de fluir de mi miembro.
Andrea, que estaba consumida por el deseo, dijo que tenía que ir al baño a hacer pis, que no se podía aguantar.
Dejé de lamerla, se levantó de la cama y fue al baño y yo fui tras ella. Iba a sentarse en la taza y le dije que no, que se sentara en el bidé como si fuera a lavarse.
Me miró con cierta extrañeza pero hizo lo que le pedí y cuando se hubo acomodado me arrodillé a su lado y puse mi mano en su rajita. Le dije que orinara y a pesar de no entender lo que yo pretendía no protestó.
Andrea dijo:
- Con tu mano ahí no me sale.
Abrí el grifo del agua para animarla y enseguida sentí en mi mano un cálido chorrito que fluía de su rajita abierta. Jugueteé con mis dedos en su sexo mientras Andrea orinaba llegando a taponar el orificio de la uretra con mi dedo cortando el chorrito unos instantes, haciendo que ella me mirara intentando comprender mi juego. La expresión de su cara era una mezcla de excitación y sorpresa por lo que le hacía, pero a buen seguro que le resultaba placentero. Estaba claro que no se lo esperaba. Seguro que ella pensaba que el sexo consistía sólo en follar y como mucho chupar y estaba descubriendo que también se podía gozar de otras maneras.
Cuando hubo acabado le dije que iba a lavarla. Le ayudé a quitarse la camiseta, tomé el jabón líquido, puse una generosa cantidad en mi mano y procedí a extenderlo por su coñito y también por el perineo y el ano, para acto seguido empezar un suave masaje con mis dedos impregnados de jabón hurgando por todos sus pliegues, observando que Andrea se relajaba y disfrutaba con mis toqueteos. Eso lo hago muy frecuentemente con su madre y le encanta y a Andrea también parece que también, por eso me recreé en lavarle su coñito para que mi nenita disfrutara.
Me concentré en el agujerito del culo, metiendo el dedo, notándolo relajado y distendido.
Andrea no decía nada, le gustaba lo que le hacía y consentía, pero yo quería otra cosa, así que aclaré el jabón con agua tibia y después de secarla con una toalla nos fuimos a la alcoba donde dormíamos su madre y yo.
Se sentó en el borde de la cama y le dije que se echara, tomé sus piernas con mis manos y las separé flexionándolas hacia arriba hasta que quedó en la posición de ranita con su sexo y su ano totalmente expuestos. Me arrodillé en el suelo frente a ella y me puse a lamerle el coñito muy despacio, jugueteando con mi lengua en todos sus pliegues y presionando con la puntita en el agujerito del himen. Andrea lo estaba disfrutando, pues no dejaba de emitir pequeños gemidos de placer y aunque de vez en cuando se retiraba hacia atrás si presionaba demasiado en el agujerito de su vagina, no me dijo que le molestaba, aunque yo notaba que algo debía incomodarla, pues también se dibujaba en su cara un gesto de desagrado si mi lengua se metía más de la cuenta.
Estuve comiéndole el chochito hasta que sus fluidos volvieron a empaparla y entonces bajé lamiendo su perineo hasta llegar al ano. Puse la puntita de mi lengua en él y empecé a empujar sintiendo como su ojete cedía y mi lengua penetraba en su interior hasta que toda estuvo dentro. Debía darle mucho placer pues sus gemidos aumentaron en intensidad y con sus manitas no dejaba de acariciarse los pechos.
Inicié un mete-saca con la lengua notando como su ano se relajaba y distendía cada vez más, señal de que le gustaba lo que le hacía.
Cuando vi que estaba muy caliente saqué mi lengua de su agujerito y le dije:
- Te he traído un juguete, a ver si te gusta.
Le mostré la funda del puro que compré en el estanco y del que ya había sacado el cigarro y ella lo cogió y lo examinó diciendo que era más grueso que el rotulador pero muy suave, sin que pareciera que el grosor al que aludió fuera un inconveniente.
Puse un poco de gel en su agujerito y lo extendí con el dedo incluso por dentro y también puse en el tubo de metacrilato que Andrea se encargó de repartirlo por toda su superficie.
Acto seguido apoyó la redondeada punta del tubo en su ano y presionó en él mientras con la mano libre abría sus nalgas. Estuvo así un instante y de pronto el tubo penetró en su agujero con una facilidad que hasta a mí me extrañó. Lo empujó un poco más y se quedó quieta mirando como me la meneaba.
Yo no salía de mi asombro. El tubo de dos centímetros de diámetro había entrado en su ano con una facilidad pasmosa y sin causarle molestia alguna. Entendía que la lengua lo hiciera, pues se podía deformar adaptándose al agujero, pero el tubo era rígido; no obstante ahí estaba insertado en su culito sin que ello la incomodara.
Le dije que se pusiera de rodillas encima de la cama cuidando que no se le saliera el tubo y así lo hizo, y yo me tumbé metiendo la cabeza entre sus piernas. Le indiqué que se inclinara hacia delante y quedamos en la posición del 69.
La visión que yo tenía de su coño y de su culo era mareante. Su rajita abierta y rezumando juguitos y su ano perforado por el tubo de metacrilato. Retiré suavemente su mano del tubo y lo sujeté yo a la par que puse mi lengua en el interior de su vulva empezando a juguetear con ella entre los pliegues de sus labios y el clítoris.
Me maravilló la cantidad de juguitos que producía una chica tan joven, pues su chochito no dejaba de manar ese elixir que me encantaba saborear y tragar.
Cuando se calentó de nuevo y volvió a gemir de placer moví el tubo de su culo para meterlo más profundamente aunque sentí que no se deslizaba bien. Le dije a Andrea que empujara como cuando iba al baño y mi obediente nenita lo hizo al instante, sintiendo en mi mano que el tubo pugnaba por salirse del culo, pero por contra, empujé a mi vez hacia adentro y el tubo penetró casi en su totalidad. Al empujar Andrea hacia fuera su agujerito aumentó de diámetro y por eso el tubo entró con facilidad. Esa técnica ya la había probado antes en muchas ocasiones.
Andrea no dijo nada pero por si era incómodo para ella le pregunté:
- ¿Te molesta tener el tubo dentro?
- No, es una sensación rara pero no es molesta. Se nota que es más grueso que el rotulador.
- Me gustaría follarte con el tubo, pero si te duele me lo dices y paro. Lo que tienes que hacer si no se desliza bien es empujar como antes. ¿Me dejas que te lo haga?
- Lo que tú quieras, me respondió con vocecilla de colegiala traviesa.
Su respuesta me puso al borde del infarto, cogí el bote de gel y le unté alrededor del tubo y en el exterior del ano y seguidamente empecé a tirar lentamente del tubo hacia fuera hasta sacarlo casi del todo.
Volví a poner gel en todo el tubo y a empujar hasta meterlo otra vez y como entraba con facilidad lo metí casi del todo, sólo dejé fuera un trocito para agarrarlo.
Era tremendo, Andrea tenía casi quince centímetros de tubo dentro de su culito y ni se inmutaba. Por eso empecé a hacerle un mete-saca despacio para no hacerle daño notando que cada vez el tubo entraba y salía de su agujero con más facilidad. Supe que era porque su esfínter se estaba relajando y dilatando y llegó un momento en que el tubo parecía no rozar las paredes de su recto, pues entraba y salía con la misma suavidad que cuando le metía la lengua. Andrea estaba disfrutando con mi lengua y con el tubo porque no dejaba de suspirar y gemir. Le pregunté:
- ¿Te gusta lo que te estoy haciendo?
- Me gusta mucho, me da mucho gustito.
Su respuesta fue como una descarga eléctrica para mí y seguí follándola con el tubo. Me apliqué en succionar y chupar su coñito, en especial su clítoris haciendo que Andrea se dejara llevar y jadeara y gimiera a la vez que presionaba su coñito contra mi boca y empinaba el culo moviéndose al compás del mete-saca para engullir el tubo con su ojete que entraba y salía como si fuera de mantequilla.
Nunca antes había visto a Andrea tan excitada. Su cuerpo se movía buscando el placer que le proporcionaban mi lengua y el tubo de metacrilato y entre jadeos y gemidos dijo:
- ¡Más deprisa, más deprisa!
Me sorprendió con sus palabras, pues ella nunca tomaba la iniciativa y siempre se dejaba hacer, pero debía estar en el paroxismo del placer para haberse atrevido a decir eso.
No tengo que aclarar que aceleré el mete-saca de su culo y succioné su coñito hasta sentir el clítoris en mi lengua y Andrea se tensó y estalló en un orgasmo largo e intenso como no había visto antes.
Después de unos largos espasmos se derrumbó sobre mí exhalando un largo suspiro, dejando su coñito palpitante soltando juguitos pegado a mi boca y con el tubo totalmente metido en el culo.
Se quedó así echada sobre mí un buen rato hasta que recuperó el aliento y me dijo casi sin fuerzas:
- Sácamelo ya.
Estaba claro que se refería al tubo, así que lo fui sacando despacito para no irritar su recto, aunque debido al gel salió con mucha suavidad dejando su agujerito cerrado de nuevo como si nada hubiera pasado.
Cuando Andrea se incorporó apareció mi cara totalmente empapada. Se sentó en la cama y dirigiéndome una sonrisa dijo:
- Nunca había sentido tanto gustito, me ha gustado mucho que me follaras.
- Pues tendremos que repetir, añadí.
- ¿Por el chichi es igual?
- Por el coño es mejor, pero me da miedo porque eres virgen y la primera vez puede ser desagradable y además hay que tener cuidado porque puedes quedarte embarazada, ya veremos.
- ¿Y con un condón?
- No es lo mismo, a mi me gusta follar a pelo y correrme dentro. ¿No te da morbo pensar que tienes la polla dentro y te lleno el chochito de leche?
- Si. Cuando lo imagino me excito mucho.
Por sus preguntas deduje que estaba deseando que la penetrara pero me daba mucho miedo desvirgarla, aunque si seguíamos así tarde o temprano lo haría.
Durante todo el sesenta y nueve Andrea se había limitado a cogerme la polla con la mano y poner su mejilla sobre ella sin hacerme nada más. Yo pensé que le daba reparo meterse un pene en la boca y por eso no le dije nada. Le pregunté:
- Esperaba que me la chuparas, ¿es que no te gusta metértela en la boca?
- Es que no paraba de salirte baba y me daba repelús.
- ¿Así que es eso? ¡Pero si la baba, como tú dices, no es mala!
Puse mi dedo en la punta del glande, lo mojé en la gota de baba y le dije acercándoselo a la boca:
- ¡Pruébalo, verás como te gusta!
Andrea se echó para atrás esbozando una mueca de desagrado y rehusó mi ofrecimiento y entonces yo mismo chupé el dedo para demostrarle que no era nada malo. Le dije:
- Ven que quiero enseñarte algo.
Fuimos al salón y encendí el ordenador, me senté frente a él e invité a Andrea a sentarse en mis piernas. Ella se sentó como le dije quedando mi pene a la altura de su mano y le dije que lo cogiera, que me gustaba sentir su mano sobre él. Así lo hizo y yo busqué una carpeta oculta y empecé a mostrarle vídeos de sexo explícito de toda clase de prácticas sexuales. Andrea estaba con los ojos como platos viendo primeros planos de toda clase de sexo. Le mostré penetraciones vaginales y anales, mamadas tragando el semen, lluvia dorada e incluso zoofilia.
- ¿Ves como la gente hace de todo?, le dije, Tu madre y yo también tenemos vídeos y fotos, ¿quieres verlos?
- Sí, me contestó algo turbada
Le mostré vídeos y fotos de su madre y yo en los que estábamos follando por el coño y por el culo, mamadas y comidas de coño y culo y dejé para el final dos que sabía que le impactarían. En uno yo me masturbaba y su madre esperaba con la boca abierta que le echara mi leche para tragársela y en otro ella estaba de rodillas en la bañera y yo orinaba sobre sus tetas.
- ¿Ves como no es tan malo? Si lo fuera tu madre no lo haría, ¿verdad?
Andrea no contestó, añadí:
- Hacemos una cosa, lo pruebas y si no te gusta no te lo vuelvo a pedir, ¿vale?
Asintió con la cabeza y presioné en la base de mi pene para que saliera baba, como ella decía. Con su dedo tocó en la gota y lo llevó a la boca no sin cierto reparo. Sacó la lengua y lo puso en la puntita para después saborearlo e intentar identificar su sabor.
- ¿Qué?, le pregunté
- No sabe a nada, está un poco salado, contestó.
- Pero pruébalo bien, con eso no has podido saborearlo.
Entonces me sorprendió de nuevo. Yo había sacado una buena cantidad de líquido y ella acercó los labios y los puso sobre mi glande recogiendo con ellos el líquido preseminal. Cuando retiró los labios un hilillo de baba los seguía uniendo a mi polla y yo lo corté por si le daba asco.
Se quedó saboreando la baba y después de un ratito volvió a decir lo mismo que antes, que no sabía a nada y que estaba salado. Ella misma se ofreció.
- ¿Quieres que te la chupe?
- ¿Seguro que quieres hacerlo?
- Sí, es que pensaba que sabía mal.
Me senté en el sofá con las piernas abiertas, le dije que se arrodillara delante de mí y dejé que fuera ella la que me lo hiciera. Yo esperaba que habiendo visto los vídeos supiera más o menos como hacerlo.
Me agarró la polla con ambas manos, sacó la lengua y empezó a dar lamiditas sobre el glande. Yo no quería acuciarla, dejé que fuera poco a poco. Cada vez sus lamidas eran más largas hasta que llegó a abrir los labios y posarlos sobre la cabeza para chupar la puntita que estaba cubierta de baba, aunque ya no le importaba.
A medida que lo hacía se atrevía a ir más lejos y acabó por meterse el glande en la boca y chupetearlo como si fuera un caramelo. Le dije que me gustaba que lo metiera y sacara de la boca y que cuanto más dentro lo metiera más gusto me daba, así que se aplicó a hacer lo que le pedí aunque no podía meterse nada más que el glande, pero al menos lo mamaba adentro y afuera.
Verla mamarme la polla me producía una excitación tan enorme que no iba a tardar mucho en correrme y no sabía si avisarla o dejar que le cayera en la boca.
Me abandoné y me dejé ir sintiendo como mi pene se endurecía presto a soltar su carga de leche. Andrea había logrado meterse algo más que el glande y yo notaba como la punta tocaba su paladar. Sentí un calambre recorrerme el perineo y supe que ya no había marcha atrás. El primer chorro lo solté cuando mi polla estaba más dentro de su boca y el segundo salió cuando aún no se la había sacado. Creí que me moría del placer que sentí al correrme en la boca de Andrea y aunque el resto de mi semen cayó sobre su cara y en el suelo, la mayor parte fue directo a su garganta.
Andrea se retiró y empezó a escupir dándole arcadas aunque era bien poco lo que le salía. El chorro primero y más abundante lo disparé a su garganta y no pudo escupirlo, tuvo que tragarlo y al hacerlo parte del segundo también lo tragó.
Le dije que no me dio tiempo a avisarle y que lo sentía, aunque en el fondo me encantaba lo que había pasado.
Se limpió la cara con la mano y cuando se le pasaron las náuseas me dijo:
- Si de sabor no está malo pero está blando y no me gusta tragarlo.
- Ya te acostumbrarás. ¿No has visto a tu madre? Además, es bueno tomar leche, dije riendo.
Andrea también sonreía, la acerqué a mí y la abracé, besé sus lindos pezones y sus labios y ella me correspondió jugueteando con su lengua en la mía. Me agarró la polla y recogió en su mano el semen que aún tenía en la punta y acercándola a mi boca dijo:
- Toma, que es bueno tomar leche.
Aparté la cara de su mano mientras nos reíamos con su ocurrencia, después nos echamos en el sofá y la cubrí de besitos y caricias.
Estábamos desnudos en el sofá, echada sobre mí, su mejilla sobre mi pecho y una de sus piernas entre las mías. Yo la abrazaba y acariciaba su espalda. No dejaba de pensar en lo que acababa de pasar. Andrea se había comportado extrañamente atrevida, no era propio de ella, aunque entendía que cada vez se mostrara más extrovertida y activa, pero había sido un cambio demasiado brusco. Yo no quería que perdiera la candidez que tanto morbo añadía a nuestra relación.
El hecho de haberme ofrecido su coñito o haber mamado mi miembro no restaba un ápice a su inocencia, pues ella tan sólo se dejaba guiar y hacía ciegamente lo que le pedía por la confianza ciega que tenía en mí y pensando, supongo yo, que las cosas que yo le pidiera eran las que hacían todas las parejas. Yo quería que siguiera siendo la niña inocente y candorosa que con la mayor naturalidad del mundo se paseaba por casa en braguitas, muchas veces dejando clarearse a través de la fina tela, la negrura de los pelillos de su pubis; y con los pechos al aire sin ningún pudor, sin tener conciencia del deseo y la lujuria que despertaba en mí.
De pronto dijo:
- Juan, me lo he tragado, me da asco así tan blando. ¿Pasa algo por eso?
Estaba dándole vueltas al hecho de haberse tragado mi corrida sin querer y era algo que no le había gustado, sobre todo por la textura del semen.
- No te preocupes cariño, no pienses en eso ahora, lo hacen todas las mujeres y no pasa nada por tragarse el semen. ¿No ves como yo me bebo tus juguitos? Los hombres nos tragamos lo que echáis las mujeres y vosotras hacéis lo mismo con la leche. Todo el mundo lo hace.
Yo intentaba convencerla de que tragarse el semen era la cosa más natural del mundo, sobre todo habiendo visto antes que su madre también lo hacía y disfrutaba con ello y que con el tiempo no le daría importancia, pues seguro que llegaría a gustarle como a muchas mujeres.
Mi voz tranquilizadora y sosegada y las caricias que le estaba haciendo con mis dedos en su espalda y su culito obraron el milagro y Andrea dejó de preocuparse del semen que minutos antes se había tragado sin proponérselo, para concentrarse en disfrutar con mi masaje.
Otra cosa que me tenía intrigado era el hecho de que me pidiera que se lo hiciera más deprisa con el tubo y se lo pregunté.
- Antes me pediste que te metiera el tubo más deprisa. Yo te lo hacía despacio para no hacerte daño. ¿Te daba más gusto deprisa?
- Es que sentía como un picor muy fuerte dentro y no lo podía aguantar, por eso te dije que me lo hicieras más deprisa, para que se me pasara.
- ¿Entonces te hice daño? ¿Qué sentías?
Tenía curiosidad por saber que había sentido Andrea al follarla con el tubo por el culo y si le había gustado o sólo había consentido a mi deseo.
- Cuando se me quitó el picor era una sensación rara pero no me dolía, me gustaba que me lo hicieras, sentía como un hormigueo muy agradable, me respondió.
Su contestación fue como un latigazo para mi imaginación, pues empecé a imaginar otras muchas cosas que podíamos hacer con su agujerito del culo.
Me ha pasado lo mismo con dos mujeres en mi vida, bueno tres si contamos a Andrea. Una de ellas era mi ex-mujer, no quería hacer sexo anal pero cuando accedía se corría enseguida y no sabía explicar por qué, la otra es la madre de Andrea, a ella si le gusta el sexo anal y también se corre enseguida cuando lo hacemos así.
- Y siento también que te tragaras mi leche sin querer, me corrí antes de lo que yo pensaba y no me dio tiempo a avisarte. Pero, ¿por qué me dijiste que me la chupabas si no te gusta que me corra en tu boca?
- Lo que no me gusta es tragármelo así tan blando. Cuando tú me chupaste el chichi en la cama no te hice nada. Tú querías que yo te chupara también a tí y te quedaste con ganas, por eso deseaba que te corrieras y disfrutaras.
- Eres un cielo cariño. No sabes cuanto te quiero. Dame un beso.
Me había emocionado saber que Andrea se sentía culpable, se “sacrificó” por mí y me hizo una mamada para agradarme a pesar de no gustarle demasiado.
Ella, que seguía con su cabeza echada en mi pecho, estiró el cuello y me miró esbozando una preciosa sonrisa, se incorporó y ascendió reptando sobre mi cuerpo hasta que su cara quedó frente a la mía, me besó dulcemente y me dijo que también me quería muchísimo. La abracé y con mi mano en su nuca a atraje hacia mí y le devolví el beso metiendo mi lengua en su boca y chupando la suya. Seguimos besándonos con pasión. Andrea aprendía rápido y sabía lo que me gustaba y a ella también parecía agradarle, pues exploraba el interior de mi boca con su lengua y me mordía los labios presa de la excitación que la consumía como si le fuera la vida en ello.
La situación tenía el añadido erótico de que era Andrea la que estaba encima de mí, con sus pechos sobre mi torso, apoyada en el sofá sobre sus antebrazos y codos llenándome de besos la cara y el cuello y yo me dejaba hacer.
Con mis manos masajeando sus preciosos pechos y pezones mi polla terminó de ponerse en forma y le dije:
- Ponme las tetas en la boca.
No se hizo de rogar y ascendió por el sofá gateando sobre mí hasta que sus pechos quedaron a la altura de mi cara, para dejarse caer hasta que uno de sus pezones llegó a tocar mis labios. Lo chupé y lo mordí y jugueteé con él dentro de mi boca mientras con la mano acariciaba la otra teta y pellizcaba suavemente el pezón, para después cambiar de pecho y chupar el otro.
Ver la cara de Andrea era suficiente para saber que estaba disfrutando como una perrita, pues se mordía los labios, estiraba el cuello hacia atrás y no cesaba de emitir pequeños gemidos.
Cada segundo que pasaba estábamos más calientes. Le pregunté:
- ¿Estás mojada?
- Sí, me contestó con una voz trabada por la excitación.
- Pues métete los dedos, mójalos y dame que los chupe.
Andrea no respondió, tan sólo llevó su mano a su sexo y recogió con sus dedos los fluidos que su coñito rezumaba. Después los metió en mi boca y dejó que yo los chupara y lamiera sintiendo en mis papilas gustativas el deleite del sabor de su joven chochito. Le dije que quería más y repitió otras dos veces la operación, llenándome la boca con sus juguitos.
Y con el sabor de su sexo en mi boca la atraje hacia mí y la besé. Al principio ella no abría los labios pero su deseo fue más fuerte y acabó por corresponder a mis besos, por lo que nuestras salivas se mezclaron y ella saboreó sus propios juguitos.
- ¿Te gusta el sabor de tu chochito?, le dije en tono irónico.
- Pues sabe mejor que tu leche y además no parecen mocos, me respondió volviendo a besarme, ya sin remilgos por tener en mi boca el sabor de sus fluidos.
Entonces fui yo el que metí dos dedos en su coño y los empapé bien y después los llevé a sus labios y para sorpresa mía, ni siquiera hizo un amago de rehusar. Debía estar muy caliente pues sacó la puntita de la lengua y la puso sobre mis dedos empapados y fue lamiendo poquito a poco hasta acabar chupando mis dedos dejando que yo los introdujera en su boca.
Volví a mojar mis dedos en su rajita y cuando los puse frente a sus labios, fue ella la que se adelantó abriendo la boca, engulléndolos golosa para chupetearlos con fruición.
Por fuerza tenía que gustarle lo que hacía. La expresión de su cara lo decía todo. Esta vez no era para complacerme a mí. Ella disfrutaba con eso y lo manifestaba claramente. Y para mí era extremadamente erótico verla así.
- No sabes como me pones viéndote hacer eso, le susurré.
- ¿De verdad te gusta?, me preguntó con una sonrisa maliciosa.
- Me encanta cariño, me excita mucho verte hacer “guarradas”.
- A mí también me gusta, no sabía que se podían hacer tantas cosas ricas, respondió.
- Haremos muchas cositas más, ya lo verás.
Ella seguía sobre mí a cuatro patas en el sofá, con las rodillas a ambos lados de mis caderas y las manos flanqueando mis hombros.
En esa posición sus pechos apuntaban hacia abajo y entre los dos veía la pelusilla de su pubis como una invitación a traspasar esa barrera y acceder al tesoro que ocultaba.
Le dije que se sentara encima de mí y se acomodó de manera que su rajita quedó abierta sobre mi miembro y el frenillo de mi glande presionando su clítoris.
En esta posición empezó a moverse despacio haciendo que su coñito se frotara contra mi polla y en concreto su clítoris contra mi glande. Sentí en mi verga la tremenda humedad de su rajita y fue esa misma humedad la que hizo que el frotamiento de nuestros sexos fuera sumamente placentero, pues su coñito se deslizaba con mucha suavidad sobre mi verga.
Yo mientras tanto tenía mis manos sobre sus pechos, acariciándolos y pellizcando sus pezones. Ella seguía frotando su sexo contra mi miembro y yo sentía la protuberancia de su clítoris presionar sobre mi polla. Andrea se estaba masturbando con mi verga y a la vez me lo estaba haciendo a mí.
Sentada sobre mí con su rajita encima de mi miembro, no dejaba de moverse adelante y atrás, lo que hacía que tanto ella como yo disfrutáramos de ese vaivén mientras mis manos se afanaban en amasar sus preciosos pechos y en pellizcar los sonrosados y duros pezones.
De vez en cuando se inclinaba hacia adelante y me besaba y mordía la boca sin disimular lo caliente que estaba.
- Tengo muchas ganas, dime cómo quieres que lo hagamos, me dijo.
Ella debió pensar que sólo estábamos en los preliminares y que cambiaríamos de postura y de su expresión se desprendía que deseaba correrse pronto.
- ¿Quieres que nos corramos así?, le pregunté.
- Lo que tú quieras, me respondió mientras no dejaba de moverse frotando su sexo contra el mío.
Y añadió:
- Si te gusta, no me importa que te corras en mi boca, el sabor no está malo, luego lo escupo.
Andrea estaba tan excitada que haría lo que le pidiera, pero no quería “obligarla” a hacer algo sólo porque me gustara a mí. Estaba que se moría de deseo y no lo ocultaba. Y como era ella la que se movía controlaba el ritmo y la intensidad para conseguir el máximo placer.
- Veo que estás disfrutando mucho así, sigue y nos corremos los dos.
- Quiero que me llenes el coño de leche, me dijo con la voz entrecortada a la par que se inclinaba sobre mí para besarme con pasión.
Me sorprendió, era la primera vez que Andrea se refería a su sexo llamándolo coño, siempre decía “mi chichi”, pero la que estaba hablando ahora no era la jovencita ingenua e inocente, sino la mujer presa de deseo y excitación. Mi preciosa niñita estaba con una tremenda “calentura” y deseaba calmarla.
Siguió moviéndose cada vez más deprisa hasta que llegó un momento en que se inclinó hacia adelante encima de mí poniendo su boca sobre mi cuello, jadeando y emitiendo pequeños grititos mientras movía su culito con frenesí, buscando con su inflamado clítoris el placer en el roce con mi polla, dura como el cemento.
Con mis manos la agarré de las nalgas y la ayudé en su movimiento a la par que empinaba mi pelvis buscando a mi vez el roce de mi glande con su botoncito.
Andrea estaba en trance. Debía sentir un placer inmenso a juzgar por su comportamiento, pues no cesaba de balbucear a mi oído que deseaba que la follara.
- Quiero que me folles y que me llenes el coño de leche, me decía sin cesar de moverse sobre mi miembro.
En pleno delirio de placer, Andrea me confesaba su más íntimo deseo, ser desvirgada y penetrada hasta el fondo de sus entrañas para sentir toda mi virilidad dentro de su vientre y experimentar la sublime sensación del sexo cuando mi verga se abriera paso en su rajita, separando sus labios y las paredes de su pequeño chochito, hasta llegar al fondo de su vagina, besando con mi glande su juvenil útero, para saciar su sed inundando con chorros de leche tibia y espesa el fondo de su coñito adolescente.
Siguió así unos instantes más y su cuerpo se tensó apretándose contra el mío mientras decía que se moría de gusto, que se corría.
Al momento un intenso calambre la recorrió por entero y se aferró a mí pidiéndome que empujara y yo, hice lo que me pidió haciendo que mi polla presionara contra su coñito mientras los espasmos del orgasmo la estremecían repetidas veces hasta que finalmente se desplomó sobre mí, mientras yo sentía en mi verga las contracciones de su coñito.
Yo no llegué a correrme, quise aguantar tanto que me quedé a medias, pero estaba feliz de haberle proporcionado a mi niñita un orgasmo de antología.
Se quedó echada sobre mí un buen rato y cuando se recuperó y se incorporó se percató de que yo seguía empalmado. Tenía chorreando la entrepierna y el vientre a causa de los juguitos de Andrea y ella se sintió azorada por ello. Le dije que me encantaba estar empapado y me dedicó una sonrisa de complicidad.
- ¿No te has corrido?, me preguntó al no ver muestras de semen por ninguna parte.
- No me ha dado tiempo, has sido muy rápida, le dije bromeando.
- Yo quería que te corrieras, añadió con disgusto.
Sabía que a ella le hubiera gustado que la empapara con mi semen, por eso le dije:
- Si quieres puedes hacerme una paja.
- Sí, sí. Te hago una paja, me gusta ver como sale disparada la leche.
Andrea se bajó del sofá y se arrodilló en la alfombra a mi lado. Cogió mi miembro con su mano y empezó a realizar suaves masajes de arriba a abajo como yo le había enseñado. Me miraba buscando mi aprobación ya que ella se sabía inexperta y quería aprender.
- Me lo estás haciendo muy bien, le dije. Al principio hay que hacerlo despacio, es igual que cuando tú te masturbas.
Ella siguió meneándomela cuando de pronto cesó en su movimiento. Me quedé expectante para ver que pasaba y me encantó lo que vi. Andrea acercó sus labios a mi polla rodeando con ellos la gotita de líquido preseminal que había aparecido en la punta del glande, para seguidamente abrir la boca y meterse la cabeza dentro dándole unos cuantos chupetones.
Se la sacó de la boca y siguió con su masaje, aunque de vez en cuando, hubiera baba en la punta o no, volvía a chupármela para después seguir con la paja. Me estaba haciendo lo mismo que había visto en uno de los vídeos y me gustaba, Andrea quería darme todo el placer posible.
Después de un rato tenía ganas ya de aliviar la tensión y le dije:
- Menéamela más deprisa y no te pares, quiero correrme.
Mi nenita hizo lo que le pedí e instantes después mi polla escupía tibios chorros de leche bajo la atenta mirada de Andrea que no cesaba de mover mi verga.
Cuando mi orgasmo cesó le dije que parara, observando que el semen había caído en mi pecho y en mi vientre y los chorros finales, ya sin presión, escurrían por el dorso de su mano.
Andrea se quitó ese semen frotando su mano en mi polla para después extenderlo por toda ella con un suave masaje. Recogió el que tenía en mi pecho y vientre e hizo lo mismo, lo puso en mi miembro y lo extendió con suaves movimientos de su mano, eso también lo había visto en el vídeo, hasta que, aunque mi miembro estaba totalmente pringado, el semen ya no se distinguía como tal, parecía que era lubricante.
Yo seguía mirando expectante sin atreverme a interrumpirla, quería saber que haría después.
Acercó su nariz a mi polla y después de aspirar dijo:
- Me gusta como huele tu leche.
Me quedé boquiabierto sin saber que decir y mi sorpresa creció cuando de pronto acercó su boca a mi glande y se lo metió en la boca, para seguir bajando hasta tragarse la mitad de mi verga.
Se la sacó y me dirigió una mirada maliciosa mientras decía:
- Así no parecen mocos y no me importa tragarlo.
Y siguió chupándome la polla hasta que el semen que ella misma había puesto desapareció dentro de su boquita.
Acto seguido se acercó a mi cara y me besó y no pude negarme a que metiera su lengua en mi boca y nos las comiéramos el uno al otro después de lo que me había hecho, me estaba devolviendo mis propias acciones.
Me sentía feliz, pero no pude dejar de sentir celos del novio que tarde o temprano tendría Andrea y envidiaba la suerte de ese desconocido, por el tesoro de mujer que iba a tener.
Me dio un besito en el glande y poniéndose de pie me dijo que estaba muy feliz y que iba a ducharse.
Me quedé tumbado en el sofá sintiendo que los acontecimientos me estaban superando y me dio miedo de lo que podría pasar en el futuro.
Acerqué mi boca a la suya y la besé dulcemente y ella, sin dejar de mirarme, me devolvió la caricia entreabriendo los labios y permitiendo que mi lengua se adentrara en su boca, encontrándola cálida y acogedora.
Encendí un cigarrillo esperando a que Andrea se duchara para hacer yo lo mismo. Apenas lo había terminado cuando se abrió la puerta del baño y ella apareció completamente desnuda. Estaba preciosa. Sus pechos perfectos desafiando a la gravedad, su monte de venus cubierto de rizada y suave pelusilla y su bonita sonrisa, invitaban a lanzarse sobre ella y devorarla a besos y caricias.
Me acerqué y la abracé pegándome a ella, sintiendo en mi glande, ya en reposo, el suave roce de sus pelillos. Puse mis manos en sus glúteos y la atraje hacia mí con fuerza apretando mi verga, aún flácida, contra su entrepierna, mientras ella se dejaba hacer como una buena niñita sumisa y obediente.
Acerqué mi boca a la suya y la besé dulcemente y ella, sin dejar de mirarme, me devolvió la caricia entreabriendo los labios y permitiendo que mi lengua se adentrara en su boca, encontrándola cálida y acogedora. Nuestras lenguas se enredaron en un apasionado beso que ninguno de los dos queríamos acabar.
Me aparté de ella, pues de haber seguido abrazados nos hubiéramos excitado de nuevo.
Le dije que se vistiera mientras yo me duchaba, que iríamos a ver a su madre al banco.
Le gustó la idea y así lo hicimos. Cuando salimos a la calle Andrea estaba imponente. Se la veía contenta y feliz y con unas ganas locas de vivir.
Llegamos al banco y vimos a su madre atendiendo a los clientes y nos dijo que estaba deseando que llegaran las tres y descansar, pues era viernes y el fin de semana no trabajaba, aunque eso suponía que en los próximos dos días Andrea y yo tampoco podríamos hacer nada.
Nos despedimos de su madre diciéndole que tendría la comida preparada cuando llegara a casa y nos fuimos a tomar unos gofres con un refresco. A Andrea le encantaban y aún estábamos sin desayunar.
El sábado lo dedicamos a la playa y los tres pasamos casi todo el día descansando junto al mar, pues nos llevamos comida y bebida para no tener que volver a mediodía.
El domingo por la mañana, antes de irnos a la playa fui al baño y al levantar la tapa del inodoro vi que había un “regalito” de dimensiones más que considerables, sobre todo en el grosor. No es que me guste la escatología, pero este episodio determinó lo que el lunes siguiente pasaría entre Andrea y yo.
Supuse que había sido mi pareja e hice un chiste al respecto, pero me contestó que ella no había sido, que habría sido Andrea, que ya sabía que padecía de estreñimiento.
Ahora comprendía la facilidad con la que la había follado por el culo con el tubo pues, aunque sabía del problema de Andrea y que a veces tenía que usar micro enemas, no imaginé que algo tan grueso hubiera podido salir por su culito.
Pasé el domingo deseando que llegara el lunes y las veces que hice sexo con mi pareja durante el fin de semana fue pensando que lo hacía con Andrea.
Y llegó el lunes. Mi pareja se fue a trabajar y yo, que pasé la noche en un duermevela esperando ansioso, cansado, me quedé dormido al amanecer.
Y mi despertar fue el más dulce que pudiera imaginarse, pues Andrea estaba en mi cama y me abrazaba por detrás mientras jugueteaba con mi polla y testículos.
Me di la vuelta y puse mi mano sobre su sexo acariciándolo por encima de sus braguitas. Andrea me dijo:
- Espera, y acto seguido se las quitó dejándolas caer al suelo.
Ya estábamos los dos desnudos y con toda la mañana para nosotros. Me di la vuelta, me incliné sobre ella y la besé dulcemente mientras una de mis manos hurgaba en su rajita, que acogedora se abría al paso de mis dedos. Andrea separó las piernas y las flexionó sobre la cama, con lo que su coñito no ofrecía ningún obstáculo para acceder a su cálido interior dejando a mis dedos juguetear entre sus pliegues.
Me eché hacia atrás para mirar su carita de niña buena que tanto me excitaba y vi como sus pequeños y bonitos pezones se habían puesto duros, mostrándose apetecibles y tentadores.
Era tremenda la sensualidad que emanaba de Andrea. Eran su inocencia e ingenuidad las que despertaban en mí pasiones animales, pues poseer a una jovencita que accedía a todos mis caprichos sexuales como si fuera lo más natural del mundo me producía vértigo y no quería imaginar donde podríamos llegar.
Andrea había descubierto el sexo en pareja y quería gozar al máximo de él. Se entregaba sin condiciones dejándose llevar por sus instintos, sin más deseo que el de saciar su apetito sexual, que a su edad parecía no tener fin.
Me incliné sobre sus pechos y me apliqué en besarlos y morderlos hasta hacer que sus pezones pincharan de los duros que se pusieron.
Después la besé metiendo mi lengua en su boca y dejando que ella metiera la suya en la mía. Yo sacaba mi lengua y ella se apresuraba a chupármela y aspirarla en un interminable juego erótico. Andrea se entregaba sin condiciones y ponía su alma en ello. Mientras tanto yo no había dejado de juguetear con mis dedos en su coñito que ya estaba empapado con sus sabrosos juguitos.
Le dije que se colocara en el borde de la cama y la ayudé a dejarse caer hacia atrás. Yo me arrodillé en la alfombra y subí sus piernas flexionándolas, dejando su coño y su culo totalmente expuestos y a mi merced.
Ella ya sabía lo que le haría y sonrió pícaramente dándome a entender que le gustaba lo que vendría a continuación. Acerqué mi boca a su rajita y empecé a comerle el coñito saboreando la cremita que lo empapaba.
Mis lamiditas y mordisquitos en sus labios y clítoris hicieron que gimiera y suspirara como una gatita en celo mientras se iba calentando cada vez más.
Cuando su coñito estuvo totalmente abierto y palpitante de deseo cambié mi objetivo y posé mi lengua en el agujerito de su culo que se rindió a mi presión y se abrió como un fruto en sazón, dejándome penetrarla sin resistencia alguna.
Mis dedos jugueteaban en su rajita mientras mi lengua entraba y salía de su ano provocando en Andrea pequeños gemidos y grititos y debía sentir mucho placer con lo que le hacía, pues con ambas manos se agarró las nalgas y las separó todo lo que pudo para facilitar que mi lengua entrara en su agujero con más facilidad y más profundamente.
Comprobar que Andrea quería más sexo exacerbó mi propio deseo y quise entrar más profundamente en ella. Mi propósito era llegar con mi lengua hasta sus entrañas y juguetear con la punta en su interior acariciando las paredes de su precioso agujerito para arrancarle todo el placer que esa linda cueva era capaz de darle.
Estuve un buen rato follándole el culo con la lengua para llevarla hasta el límite de la excitación, pero procurando que no se corriera y cuando noté que se moría por tener su merecido orgasmo le dije:
- ¿Tengo ganas de hacerte una cosita?
- Hacemos lo que tú quieras, me respondió totalmente entregada.
- Quiero meterte la polla en el culito, añadí.
- Lo que tú quieras, pero no me va a caber. No me hagas daño, respondió sin dejar de emitir pequeños jadeos de placer.
- Nenita, me muero por hacerlo, probamos y si no te gusta lo dejamos, ¿vale cariño?
- Vale, respondió con un hilillo de voz.
Se tumbó de costado en el centro de la cama como le indiqué y flexionó las piernas dejando sus agujeritos accesibles desde atrás. Sólo el hecho de intentar follarla por el culo me excitó de tal manera que mi polla no dejaba de echar babas. Me tumbé detrás de ella y puse la punta de mi verga, dura como el cemento, en contacto con su dilatado ojete. Separé sus nalgas y presioné despacio pero firmemente, aunque lo único que conseguía era desplazar a Andrea hacia delante, pues mi polla no llegaba a introducirse en su agujero. Me dijo:
- Déjame probar a mí, tú no te muevas.
Me quedé quieto sin dejar de mantener la presión de mi polla en su culo y fue ella la que se agarró la nalga para abrirse el ojete, como había hecho momentos antes, mientras empujaba hacia atrás conteniendo la respiración a la par que aumentaba la presión sobre mi verga. No debía ser muy placentero a juzgar por su expresión, aún así no dejaba de presionar cada vez más.
Pensé que, por su problema de estreñimiento, sabía como dilatar su agujerito y la dejé hacer manteniendo mi pene pegado a su ano.
Ella siguió presionando hacia atrás y de pronto su culito cedió y mi glande desapareció dentro de su ano a la par que Andrea emitía un leve quejido.
Inmediatamente su esfínter se cerró alrededor de mi polla con tal fuerza que parecía que iba a estrangularme, pues nada más entrar mi miembro en su agujero, se cerró alrededor de mi verga y me la estrujó sin piedad, aunque para mí no era doloroso, sino todo lo contrario. Le dije:
- Ya ha entrado la cabeza.
- ¿Sólo la cabeza?, me respondió dando a entender que era poco para tan grande esfuerzo.
- Ya ha pasado lo peor nenita, ahora será más fácil, en cuanto te relajes no sentirás molestias, pero si te duele te la saco.
Estaba claro que hasta el momento para ella había poco placer y sí bastante incomodidad, pero mi niñita se estaba sacrificando para agradarme a mí.
- No, espera. Quédate quieto y déjame a mí.
Yo no movía ni un pelo, pero no podía evitar que mi polla palpitara de vez en cuando por la excitación que tenía.
Le dije que se masturbara y se relajara y ella empezó a hacerlo y un ratito después su esfínter se relajó y de nuevo volvió a empujar hacia atrás, consiguiendo que mi polla fuera entrando poco a poco, ya con más facilidad, hasta que toda estuvo dentro de su ojete.
- ¿Falta mucho?, me preguntó.
- La tienes toda dentro, cariño.
- Menos mal, pero no te muevas hasta que yo te lo diga.
- No te preocupes nenita, no me moveré, pero no dejes de masturbarte.
Nos quedamos en esa posición, yo pegado a ella por detrás con mi polla dentro de su culo sin moverme ni un milímetro para no lastimarla, mientras acariciaba sus pezones y Andrea masturbándose con los dedos.
A medida que pasaba el tiempo notaba como la presión de su esfínter sobre mi miembro iba disminuyendo y Andrea se iba calentando más y más, hasta que ya no sentí más que una ligera presión al inicio de su ano. Me dijo:
- Prueba a ver, pero despacio.
Como la tenía toda dentro empecé a sacársela muy lentamente hasta la mitad y volví a empujar igual de despacio hasta que de nuevo la tuvo toda dentro.
Andrea no se quejó y seguí con el mete-saca mientras ella seguía masturbándose. Con cada envite aumentaba el recorrido dentro de su culo hasta que llegó el momento en que se la sacaba casi toda, sólo dejaba dentro la mitad del glande y volvía a empujar para enterrársela profundamente de nuevo.
Volví a ponerme gel en toda la verga y continué follándola cada vez más deprisa. Me detuve con toda mi polla dentro y le dije:
- Vamos a ponernos a cuatro patas que disfrutaremos más, pero despacio para que no se te salga.
Nos movimos despacio y conseguimos ponernos a lo perrito. Doblé la almohada y le dije que se apoyara la cabeza en ella, que estaría más cómoda. Así colocados la sujeté de las caderas y continué taladrando su culito que cada vez se notaba más relajado.
Yo nunca pensé que llegaría a follarme a Andrea por el culo, por eso mi excitación era casi dolorosa y ella daba pequeños gemidos muy distintos de los del principio, lo que significaba que estaba disfrutando. Le pregunté:
- ¿Te hago daño?
- No, apenas me molesta. Me da mucho gustito.
- Ahora si estamos follando de verdad, eres mi putita. Dime cositas guarras.
- Me gusta mucho que me folles y que me eches toda la leche dentro del culo, me dijo entre jadeos.
Con las dos manos la sujeté por las caderas para controlar la penetración haciendo que mi polla entrara todo lo posible en su culito para después sacársela casi del todo y volver a empujar hasta clavársela toda de nuevo.
Al principio se lo hacía despacio sintiendo el roce del interior de su ojete cuando mi polla entraba o salía de su agujero, pero poco a poco fui acelerando el ritmo, aunque de vez en cuando, para evitar correrme, me quedaba quieto con mi verga metida hasta el fondo.
Me incliné hacia adelante y agarré sus tetas sintiendo sus pezones duros y tiesos y las masajeé a la par que seguía follándola por el culo. Mi polla entraba y salía de su agujero arrancándole gemidos y grititos de placer.
Yo sabía que su ojete debía estar totalmente dilatado, por eso saqué mi verga completamente y sujetándola por las nalgas me retiré hacia atrás para mirarla. Andrea me preguntó:
- ¿Por qué me la sacas, es que te has corrido?
- No cariño, es que quiero ver tu ojete y tu rajita abiertos, me pone muy cachondo.
Era una visión mucho más erótica y morbosa que los vídeos porno. Mi niñita estaba a cuatro patas con las piernas abiertas y su ojete se mostraba completamente dilatado, con el interior de un color rosa fuerte y cubierto por babas y gel lubricante y su rajita del coño se veía abierta y babeante mientras con los dedos se masturbaba con fruición.
Me excité más aún de lo que ya estaba y deseé con todas mis fuerzas seguir follándola hasta que mis huevos se vaciaran en su interior. Eché más gel en mi miembro y lo puse en su culito, que ya se había cerrado y sujetándola por las caderas empecé a empujar despacio pero firmemente. Su ano cedió sin oponer resistencia y mi polla volvió a penetrar en su vientre hasta que mi pubis topó con sus nalgas, empezando de nuevo el mete-saca que tanto placer nos estaba proporcionando.
Andrea gemía y jadeaba al compás de mis embestidas que cada vez se tornaban más fuertes y profundas.
- Me encanta follarte putita mía. Estás disfrutando, ¿verdad que sí? le susurré al oído.
- Estoy disfrutando mucho. Me gusta que me folles. Me da mucho gustito tener tu polla dentro, me contestó entre jadeos.
- Avísame cuando vayas a correrte, quiero que lo hagamos juntos, le dije.
- Voy a correrme pronto, ya no aguanto más, me muero de gusto.
Seguimos follando como posesos hasta que de pronto Andrea dijo con la voz entrecortada:
- Échame la leche que ya me corro, balbuceó.
Me aferré a ella y agarré sus tetas con mis manos inclinándome sobre su espalda y cuando Andrea empezó a estremecerse por el orgasmo empujé con mi polla todo lo que pude y me quedé dentro de ella mientras escupía mi semen dentro de su vientre en largos y copiosos chorros.
- Te estoy llenando el culito de leche, nenita.
Andrea no respondió, tan sólo se limitó a emitir sonoros jadeos y gemidos que eran la manifestación del orgasmo que estaba sintiendo.
Después de corrernos, nos quedamos inmóviles, recuperándonos del tremendo ejercicio del polvo que acabábamos de echar, yo inclinado sobre su espalda con mi polla dentro de su culito, sintiendo en la misma las contracciones de su ano y ella con la cabeza ladeada sobre la almohada doblada.
- ¿Te ha gustado?, le pregunté.
- Me ha gustado muchísimo, pensé que no me iba a caber porque al principio me dolía, pero después me ha dado mucho gustito. Ha sido mejor que con la funda del puro.
- Me alegro muchísimo, cariño. Vamos a follar muchas veces y cada vez te dolerá menos y te dará más gustito.
- ¿No me la sacas?, me preguntó.
- De buena gana te la dejaba dentro todo el día, le dije riendo.
Me eché hacia atrás y agarré sus nalgas con ambas manos separándolas, mientras le sacaba la polla del culo muy lentamente.
Cuando toda estuvo fuera, su ojete quedó abierto con un boquete enorme que enseguida comenzó a cerrarse hasta adquirir de nuevo el aspecto normal de un culito. Nada hacía sospechar que momentos antes había estado atravesado por una verga. De pronto me dijo:
- Tengo que ir al baño.
- Cariño ¿No puedes aguantarte? Si vas ahora se te saldrá toda la leche y yo quiero que se te quede dentro, me excita mucho. Eres mi perrita y me gusta que lleves mi leche dentro de tu barriguita.
Andrea sonrió ante mi comentario y dijo con picardía:
- A mí también me gusta tener tu leche dentro y si puedo aguantarme no iré, pero si me entran más ganas tendré que ir por fuerza para no hacérmelo encima.
Andrea aún estaba a cuatro patas en la cama con el culito en pompa y yo de rodillas detrás de ella.
- ¿Nos vamos a la ducha?, le pregunté.
Nos bajamos de la cama y fuimos al cuarto de baño. Nos duchamos juntos y nos frotamos la espalda mutuamente sin dejar de hacernos caricias y mimos y yo, de vez en cuando, tocaba su sexo y pezones con deseo a lo que Andrea trataba de escabullirse entre risas y juegos.
Cuando acabamos de ducharnos nos vestimos y salimos a pasear. Andrea estaba radiante y se la veía contenta y feliz.
- ¿Te duele el culito? Le susurré al oído.
- No. Sólo cuando me siento me molesta un poco. Lo que sí tengo es la sensación de tener que ir al baño, pero no te preocupes me aguantaré, ja, ja, ja.