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lunes, 27 de abril de 2020

Relato Erótico : Vane sueña con que un viejo le azote el culo

Descubro los secretos de dos jovencitas: Bea es morbosa, le gusta sentirse deseada por desconocidos, y a Vane le encantaría que un hombre mayor le diera una azotada en el culo. Me las apaño para cumplir las fantasías más oscuros de las dos chicas.

Relato Erótico : Vane sueña con que un viejo le azote el culo

Relato Erótico : Vane sueña con que un viejo le azote el culo

Todas las noches los jóvenes de la urbanización de la playa en la que resido en verano se sientan apoyados en la valla de mi jardín y hablan y hablan sin parar, también beben y fuman y retozan. Ellos no me ven pero yo desde el otro lado de la pared les escucho. Los voy conociendo al dedillo. Me interesan las chicas, ¿lo comprendéis, no? Hace dos noches había tres que no callaban, estaban solas. Confidencias de mujeres, pensé. No perdí ripio, siempre es bueno estar informado.
—La Bea es una sosa –decía una.
—Y una morbosa –le respondía otra.
Aguce el oído porque coincido con esa Bea todos los días en el gimnasio y el baño turco de un hotel de lujo al que acudo a diario. Ella también tiene un abono.
—¿Morbosa? –intervino una tercera.
—Sí, sí. Le pone que le den arrimones en los transportes públicos y que los tíos mayores le digan barbaridades.
—Eso te ha dicho.
—Te lo juro. Es una tía rarísima.
—Si luego es más callada y parada que una muerta, no la he visto ligar en mi vida.
—Ya te digo: una morbosa. Se come el coco, me juego lo que quieras que está todo el día pensando en pollas.
—Ja, ja, ja, que bruta eres, Marivi.
—Ni bruta ni nada. La que seguro que tiene una polla en la frente es la viuda alemana. No has visto que todas las tardes se va a las dunas paseando y se sienta allí a mirar. Yo ya no voy con Luisma porque me corta.
—A mí me da igual que mire lo que quiera.
—La pobre está necesitada. Esa pasa más hambre que ninguna, si debe llevar más de diez años sin catarlo.
—No como la Vane, que se ha follado a todos.
—Pero está frustrada.
—¿Frustrada?
—Ya te digo. Esa sí que es rara. A mí me cuenta sus fantasías y me deja a cuadros.
—¿Qué fantasías?
—Le va el spanking.
—¿Y eso qué es?
—Que le den azotes en el culo.
—No me jodas.
—Dice que no parará hasta encontrar un padre de la urba que la azote, siempre que tenga una buena polla.
—Te toma el pelo. ¿Cómo va a querer montárselo con un viejo? Que le pida a uno de los chicos que la dé unos azotitos, jeje.
—No se fía de ellos, dice que son unos brutos y que no saben ni follar.
—Pues yo no me follo a un viejo ni aunque la tenga más gorda que un caballo.
Tomé nota mental de lo que decían. Un filón. Bea, la chica que va al gimnasio, es un yogurín, 19 años, rubita, un culito respingón y unas tetas pequeñitas. A mi edad, acabo de cumplir 57, me conformaba con mirarla. Me parecía inaccesible pero después de lo que he oído a estas chicas... Es bueno saber que le van los achuchones y que le digan barbaridades. Pues me va a oír. Se me ha puesto dura solo de pensarlo. Pero la que me pone a cien es la Vane. Menuda tía, la más buena de esa panda. Morena, alta (si debe medir 1,80), con medidas de modelo, unas tetas poderosas en punta y un culazo apretado. ¡Qué morbo darla una azotaina. Me he hecho una paja a su salud. Y si quiere una polla grande, la mía le vendría bien. Un pollón, os lo juro. La viuda alemana es otro estilo, una madura jamona de cincuenta años con un culo gordo para hacer guarrerías.
Me marqué a Bea como primer objetivo. Al día siguiente de la charla de las chicas en la valla de mi chalé me la tropecé en el gimnasio a las nueve de la mañana, le sonreí de oreja a oreja. No me hizo ni puto caso. Me dio igual. No separé mis ojos de su chochete y sus muslos. Se dio cuenta. Ese era mi objetivo, que vea que me la como con la mirada. Cuando acabé en el gimnasio me fui al vestuario, me puse un bañador, tipo braguita, muy ajustado, elegido para que se me marcase el paquete. Me metí un rato en el spa y esperé. Al poco tiempo apareció Bea camino del baño turco. La seguí. Recé para que no hubiera nadie. A esa hora suele estar solitario. Bea llevaba un tanguita que dejaba al descubierto los cachetes de su culo. Entró al baño turco y yo detrás. Se colocó sentada en un banco y yo en uno enfrente a unos dos metros de distancia. “Uff, como me he levantado hoy”, dije en voz alta mientras me acomodaba la polla. Ella hizo como si me ignorase. No me importó. Tenía mi plan, puse la toalla en el suelo a sus pies y me tumbé de espaldas, después empecé a mover la cintura de arriba a abajo de forma que mi tienda de campaña resaltase más. Bea no perdía detalles de mis movimientos. Dejé que la puntita de la polla se saliese un poquito por fuera de mi pantalón. “¿Te gusta?”, le pregunte. No respondió pero no dejó de mirar. “Te la puedo restregar por donde más te guste”. “Déjeme en paz”. Se levantó, cogió su toalla e hizo ademán de salir, pero se quedó muy quieta delante de mí. Yo me acerqué por detrás. Puse la polla contra su culito y se la restregué. Bajé de un tirón su tanguita y le coloqué la polla entre los carrillos de su culito. Delicioso. Ella, quieta, imperturbable, se dejaba hacer. La putada fue que escuché a alguien que se acercaba. Ella se separó y me dijo “hasta mañana”.
—Mañana más –le respondí antes de que saliese del baño turco—. Quiero meter mis dedos en tu chochito de putita.
Salió disparada y yo me quedé con cara de gilipollas. “Lo mismo esta tía se lo cuenta a su padre y encima me llevo un par de hostias”. Pero no se lo dijo. Me quedé salido como una mona y me puse a pensar en la Vane. Necesitaba su teléfono. Lo conseguí en el bar del pueblo en el que para esa pandilla de jovenzuelos. Le pedí su móvil a José Manuel, el chico que sirve las copas.
—Me he dejado el mío en casa y necesito hacer una llamada.
—No hay problemas, colega.
Diana. En su agenda estaban la Vane y su teléfono. Me lo aprendí. Cuando llegué a casa puse en práctica mi plan. Busqué un vídeo cortito de una sesión de spanking y se lo mandé por wasap desde un móvil que tengo para estas aventuras. Sólo le puse: “Se lo pasan bien, ¿eh, Vane?”. Yo también te tengo que dar un día de estos unos azotitos”. Me contestó inmediatamente:
—¿Quién eres?”—me preguntó.
—Pronto lo averiguarás. ¿Con qué prefieres los azotitos? ¿Con la mano, con una fusta, con la correa, con una raquetita? –volví a escribirle.
—Eres tonto –me puso.
Mi respuesta fue enviarle una foto de mi polla en erección.
—¿Y eso te gusta? –escribí.
—Bah. Te tiras en rollo. En internet hay muchas como esa. Seguro que no es real.
—Te la puedo enseñar cuando quieras, jeje, si te portas bien.
—¿Cuántos años tienes? ¿Eres de la zona?
—57 años y todos los días se me pone dura cuando te veo en la playa.
—Demasiado mayor.
—Más experiencia. ¿Por dónde vas a andar esta noche? –le pregunté.
—Iremos al anochecer a la cabalgata de moros y cristianos y acabaremos por el chiringuito de la playa.
—Lo mismo nos vemos. Prepara el culo que me voy a llevar la correa.
—Tú estás tonto.
Lo dejé ahí, pero al anochecer estaba ojo avizor en la cabalgata de moros y cristianos. Mucha gente, demasiada. Por la plaza no se podía ni andar. La pandilla de Bea y Vane estaba en los soportales. Cuando empezó el desfile estaban todos apelotonados. Me fui acercando a ellos. Bea me vio y se quedó mirándome muy fijamente. Pero no dijo nada. Había cinco o seis filas de personas apretujadas. Yo me fui situando cerca, muy cerca de Bea, soy un experto en colocarme bien –otro día os cuento mis aventuras en los transportes públicos—, conseguí ponerme a su lado. Detrás de mí, sólo la pared. Delante, Bea y una muralla de gente. Escuché a Vane que decía: “Esto es un rollo, no hay quien vea nada. Vámonos hacia la playa”. Los demás la siguieron. Yo susurrando le dije al oído a Bea: “Quédate aquí”. Entonces ella se dirigió a sus amigos: “Id vosotros que yo iré luego”. “¿Te van los moros o los cristianos?”, bromeó un larguirucho. “Ahí te quedas, te esperamos en el chiringuito”, le dijo la que se llamaba Mariví.
Bea se quedó muy quieta, yo apoyé mi mano en su cintura. Llevaba puesto un vestido playero amarillo muy corto, de tirantes. Dejé caer mi mano por su culito, se lo acaricié por encima del vestido. Ella miraba hacia delante como si estuviera atenta al desfile de tíos vestidos de moros y cristianos. Puse mi dedo corazón en su rabadilla, al mismo tiempo que comencé a meter mis piernas entre las dos suyas, de forma que mi muslo rozase con el suyo y empezase a notar mi polla erecta. Metí mi mano por debajo de su falda y acaricié sus nalgas por encima de las braguitas. Puse mi polla en medio de su culete, pero la tenía dentro de mi pantalón. Estaba deseando sacarla pero allí no podía ser. Noté que ella también apretaba con su culo hacia atrás. Puse mis labios en su cuello, le lamí con la lengua. Le dije al oído muy bajito: “Ya verás cuando te meta la lengua en el culo, ¿alguien te ha comido el culo, putita?”. Se volvió para mirarme y yo metí la mano entre sus bragas y le acaricié la raja del culo, mi dedo corazón se posó en su ano. Noté que suspiraba. “No, no, aquí no puede ser”, me dijo muy bajito. Mi polla estaba a punto de reventar. “Sal de aquí y vete hacia las dunas, te voy a follar como no lo ha hecho nadie”. “Dame tus bragas, putita”. “Estás loco”. “Dámelas”. Se las quitó con mucho disimulo y yo las metí en la mochila que llevaba a la espalda. “Así me gusta más”, le dije mientras la acariciaba su chochito. “Estás húmeda, putita”. Se dio la vuelta y se restregó contra mí. “Vamos”, le dije. Emprendimos el camino hacia las dunas. Ella iba delante y yo la seguía a muy poca distancia. Yo estaba muy cachondo. Nos acomodamos en una zona solitaria. Saqué una toalla de mi mochila y la extendí en el suelo. Hice a Bea tumbarse de espaldas. La quité el vestido. Sólo llevaba un sujetador minúsculo. Le bese el cuello, fui lamiéndola lentamente mientras con las manos amasaba sus pequeñas tetas. Tenía los pezones duros. Quería ponerla a mil, cachonda perdida.
—Primero te voy a comer el culo, voy a pasar mi lengua por tu espalda hasta llegar a tu rabadilla. Te voy a dar lametones en la raja del culo.
—Ay, ay, eres un guarro.
—Más de lo que te imaginas, putita.
Abrí los carrillos de su culito con mis manos, mis dedos hacían círculos en su ojete, muy suavemente.
—Primero te voy a meter la lengua y después la polla.
—Ay, ay, nadie me ha follado el culete.
Mi lengua saboreaba su culo, mi lengua hacía circulitos en su culito. La metía y la sacaba, la metía y la sacaba.
—Dime que eres una putita que está deseando que le coma el chocho.
—Sí, sí, por favor.
—Dímelo.
—Sí, sí, soy tu putita y quiero que me comas el chocho.
Estaba tumbado encima de ella con mi polla apuntando a su ano.
—Te la voy a meter un poquito por el culo, putita.
—Hazme lo que quieras.
Saqué un poco de vaselina que había traído para la ocasión y se la extendí con mi dedo.
—¿Qué es eso?
—Una cremita para que se entre más suavemente. Mientras le decía eso empecé a empujar con mi polla. Primero un poquito, después más y más. La hice ponerse de lado, ya con la polla metida hasta la mitad por su ojete mientras con la mano le acariciaba los labios vaginales y el clítoris. Estaba húmeda y cada vez más excitada. Yo metía sacaba la polla en su culito, primero lentamente y luego con más rapidez. Ella cogía mis manos y se las apretaba contra su chumino.
—Ay, ay, me poner loca.
—¿Quieres que te chupe ese chochazo? –le pregunté mientras con mi polla le taladraba el culo. Ella estaba cachondísima y yo enloquecido.
Y entonces me lo dijo.
—Sí, sí, me encanta que me comas entera, pero antes lo que más me gustaría es que me restregases ese pollón que tienes por todo el chocho, pero sin metérmela. Siempre he tenido la fantasía de que alguien me masturbase con un pollón como el tuyo, los chicos se corren enseguido.
Me lo dijo con una voz entrecortada y jadeante, que tuvo la virtud de ponerme más cachondo todavía. Saqué la polla de su culo, la di la vuelta y la puse en su chumino, con la punta apretando su clítoris. Ella dobló las piernas para tener más contactos. Moví la polla de arriba abajo por toda su raja, la moví como si fuera mi dedo corazón.
—Ay, sigue, sigue así, me pones loca, ay, ay, me estoy corriendo como nunca.
Yo movía mi polla con la mano, la introducía un poquito en su vagina, la llevaba hasta el culo, volvía a subirla, golpeaba en el clítoris. Seguí y seguí hasta que casi se le salieron los ojos de las órbitas.
—Ahora métemela ya, hijo de puta, y córrete.
Se la metí de un empujón. Mi polla era un hierro ardiente que llegaba hasta sus entrañas, mi excitación era máxima, galopé y galopé como un semental. Fue un polvo brutal. Pero no quise correrme dentro. La saqué y la hice que me la chuparas.
—Quiero que te comas toda la leche.
—No, no, eso no me gusta.
La agarré del pelo y puse su boca en mi polla palpitante. Chupo y chupo. Fue una corrida descomunal. Grabé la chupada y el espectacular final con mi teléfono móvil.
—¿Para qué has hecho eso?
—Quiero que lo vea una chica para que sepa lo que la espera. Esta noche no he acabado.
Bea se vistió como pudo y salió disparada hacia su casa. No le devolví sus braguitas. Lo que hice fue enviar a Vane la grabación de la chupada.
—¿Tú lo haces mejor, putita? —le pregunté.
—Ya te gustaría a ti que te la chupase —me respondió.
—Y a ti tener en el chocho una polla como esta.
—No está mal —reconoció.
—¿Estás en el chiringuito?
—Sí, con unos amigos.
—Pasaré por allí.
—No creo que a ellos les guste.
No le respondí. Media hora después estaba en la barra del chiringuito. Vi a la Vane sentada en una mesa con dos jovencitos. Parecían colocados los tres. Me senté en la mesa de al lado y pedí un gin tonic, lo mismo que parecían beber ellos.
—Si queréis una copa, yo invito. Hoy tengo un buen día –les dije.
—Vale, colega, nosotros queremos una lo mismo –respondió uno de ellos—. Y siéntate con nosotros si quieres.
Me coloqué al lado de la Vane. La tía llevaba un pantaloncito corto blanco muy apretada y un top verde. Resaltaban sus soberbias tetas. Estaba impresionante. ¡Qué piernas! Sus muslos prometían la gloria. Uno de los tíos parecía culturista, un tipo trabajado en el gimnasio, el otro era un chiquilicuatre.
—¿Estáis esperando a alguien? —les pregunté cuando acabamos los gin tonic.
—No, no.
—¿Y tú? —me dirigí a la Vane.
—No, iba a venir un tío pero no ha aparecido, creo.
—Entonces tomemos la última en mi barco.
—Sí, sí, vale. ¿Dónde lo tienes?
—Sólo tenemos que ir al puerto deportivo, un paseíto. Tengo ginebra, whisky, champán, lo que queráis.
La Vane se apuntó enseguida. El chiquiliquatre se descolgó. “Yo ya no puedo más”. El fortachón quería seguir bebiendo a mi costa. Nos pusimos en marcha hasta el puerto. La Vane iba delante, cantarina, trastabillando. “Está buena”, me dijo el culturista señalando a la chica. “Buenísima, un cañón de mujer”. “¿Cuál es tu barco?”, preguntó la Vane cuando entrábamos al puerto. “Aquel, El golfo”. La Vane se adelantó dando una carrera. “Venga, venga”, nos gritaba. Entonces me volví hacia el macarra de gimnasio.
—Me tienes que hacer un favor, colega –le dije.
—¿Qué favor?
—Ves la salida del puerto, allí, al fondo, pues piérdete.
—¿Qué dices?
—Qué te pires tío. En el barco sólo hay copas para dos, y no vamos a echar a la chica.
Me miro de arriba abajo como si me perdonase la vida.
—Esa tía es demasiado para ti, viejecito.
—Mañana te lo cuento, no te preocupes.
—Oye...
—Piérdete, colega, tengo la vez y el barco es mío.
Por un momento creí que me iba a dar dos hostias, pero en vez de hacerlo dio la vuelta y emprendió el camino de la salida. “Buen chico”, pensé. La Vane seguía gritando. “Venga, venga, pesados…”. Me miró sorprendida cuando la alcancé.
—¿Y Juanma? —me preguntó.
—Ah, se llama Juanma. Me dijo que le dolía la cabeza. No importa. Así te puedo enseñar una cosa.
—¿Qué cosa?
Me abrí el pantalón, saqué la polla y se la enseñé.
—¿No decías que no era real?
—¿Tú? Me lo estaba figurando.
—Vamos dentro, que estoy deseando azotar ese culazo de niña mala que tienes. La agarré de un brazo y la hice subir al barco.
—Pero no me hagas daño, por favor.
Entramos en el salón del barco, me senté en un sofá y le dije: “Ven”. Se acercó a mí como un corderito. La puse encima de mis rodillas con el culo en pompa, un culo capaz de enloquecer a cualquiera. Le bajé el pantalón, llevaba un tanguita verde como el top. Le di un cachete. “Plaff”. Y otro: “plaff, plaff”. Le bajé el tanguita. Su culo era un manjar para mí. Le empecé a dar cachetes rítmicamente. Primero muy despacito.
—Has sido una niña muy mala y te mereces un castigo –le decía mientras veía que sus nalgas se iban enrojeciendo.
Sus tetazas espectaculares descansaban sobre mi muslo. Mientras le daba los cachetes con la mano derecha, con la izquierda agarraba sus tetas. Tenía unos pezones grandes y firmes, que se endurecieron como una piedra. Ella temblaba, gemía, se puso a llorar. “Ay, ay, ay”, repetía.
—Dame más, dame más.
La hice tumbarse en el sofá, con las piernas muy abiertas. Estaba depilada. Su chocho estaba pidiendo cómeme. Saque la fusta que había metido en mi mochila y empecé a golpearla en las tetas, en la cintura, en el chochete. Muy suavemente. Aquello la volvía loca.
—Ay, ay, sigue, sigue, dame más.
—Toma polla, putita mala.
Me había colocado de pie en el extremo del sofá donde descansaba su cabeza. Puse la polla al lado de su boca.
—Seguro que te encanta chupar pollas.
Se metió toda la polla en la boca mientras yo le azotaba la espalda y el culete con la fusta. Estaba excitadísima y yo más todavía.
—Chúpame los huevos también.
—Sí, sí, lo que tu me digas.
Lamía mi polla con desesperación, glotonamente, me chupaba los huevos, me acariciaba el ano.
—Méteme la lengua en el culo –le dije mientras seguía dándole rítmicamente con la fusta. Toda su lengua resbalaba por mi ojete, luego seguía hasta los huevos, volvía a mi pene.
—Me encanta tu polla, ay, ay.
Se la metió toda en la boca, chupó con delectación y yo me corrí salvajemente. Mi semen resbalaba por sus labios y ella lo saboreaba.
—Ay, ay, tienes que follarme muchas veces con ese pollón, por favor, por favor.
Yo estaba rendido pero hacía muchos años que no tenía a mi disposición una tía como aquella, un pivón con pinta de actriz de cine. La hice tumbarse en el sofá y le acaricié las tetas. Sus pezones volvieron a responder. Me tiré sobre ellos. Aprisioné con mi boca esos pezones duros que me habían subyugado desde que los vi. Tenía unas aureolas grandes y oscuras. Le acaricié la punta de los pezones con mis dientes.
—Sí, sí, sí.
Gemía, lloraba, daba gritos histéricos. Le encantaba que mis dientes resbalaran por sus pezones, por sus tetazas. Seguí bajando. Mi lengua se deslizó como una serpiente hacia su ombligo. Tenía una cintura tersa, morena del sol de la playa. Ella empujaba mi cabeza hacia abajo. Y yo seguí la ruta que me indicaba. Mi lengua atravesó su monte de Venus, mientras mis dedos ya hurgaban en su vagina, toqueteaban su clítoris, abrían sus labios vaginales. Chorreaba flujos. Mi lengua incendiaba todas las partes de su cuerpo por la que bajaba. Me detuve en su clítoris. Le di unos lametones al mismo tiempo que mi dedo entraba y salía en su vagina. Primero uno, después dos, después tres. Era un coño impresionante. Agarré entre mis labios su clítoris, mientras la seguía follando con los dedos.
—Ay, ay, ay, por favor, por favor, me voy a correr como una loca.
Repasé con mi lengua sus labios vaginales, ahora metía mi dedo corazón en su culo. Ella se retorcía como una serpiente. Lloraba desesperadamente.
—Dime que quieres que te folle.
—Sí, sí, quiero que me folles, quiero que me metas esa polla, por favor, métemela, métemela.
Yo seguía chupando su coño. Quería llevarla al colmo de la excitación, a los límites del éxtasis. Cuando creí haberlo conseguido, coloqué mi polla sobre su chumino, puse mi glande en la entrada de su vagina para que notase toda su dureza.
—Ayyyyyy, ayyyyy, ayyyyy, sigue, sigue…
Empujé con mis caderas y con todas mis fuerzas, empujé y empujé con el máximo deseo, como si se fuera a acabar el mundo. Sus gritos me excitaban más y más. Su llanto me inflamaba. Mi polla tenía vida propia. Entraba hasta el fondo, percutía como un émbolo incansable. Cuando me corrí fue como un estallido. Vane me dijo después que le pareció ver estrellitas en el techo y como si sonaran miles de campanitas. Yo me quedé seco y ella muy quieta, apretujada en el sofá. Permanecimos como muertos varias horas. Por la mañana ella se levantó cantarina y se despidió con un beso en la polla.
—Esta noche repetimos –le dije.
—Lo estoy deseando.
—Pero vamos a invitar a nuestra fiesta a la viuda alemana que vive en la urba.
—Tú estás loco.
—Nos la vamos a follar los dos, Vane.
Y lo hicimos. Pero esa es otra historia. Ya os la contaré otro día.
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Relato Erótico : Una divorciada necesitada

Un encuentro casual en la playa con una divorciada me generó mucho placer, aquí el relato erótico de sexo con una divorciada necesitada.

Relato Erótico : Una divorciada necesitada

Relato Erótico : Una divorciada necesitada

Normalmente dejo parte de mis vacaciones para el mes de septiembre, en concreto, para la segunda quincena. Suelo acudir a un pueblo de la costa de Cádiz y allí disfruto de quince días de playa de forma más tranquila que en la temporada alta de verano.

El pasado 14 de septiembre comenzaron mis vacaciones y llegué a esa localidad costera, donde tres días más tarde me ocurrió lo que voy a contar a continuación. Por la tarde, sobre las 16.30, fui a la playa y elegí una zona que conozco bien de otros años y que sé que suele estar casi desierta de bañistas a estas alturas del año. Solo puedes llegar a pie, caminando por un estrecho sendero de tierra unos 10 minutos desde el final de lo que es el paseo marítimo o la zona principal de la playa.

Como he dicho antes en esta época ya no suele haber bañistas en esa zona (los pocos que quedan acuden a la playa principal) y únicamente de vez en cuando pasa algún lugareño paseando por allí. Bajé las escalerillas que dan acceso a la arena, anduve varios metros a la derecha y coloqué allí mi toalla. Tras acomodarme y relajarme un rato tomando el sol, decidí darme un baño, pues la temperatura era elevada y hacía calor. No es una playa nudista, pero como no había absolutamente nadie, aproveché para quitarme el bañador y bañarme completamente desnudo, como ya había hecho otras veces. La sensación de sentir el agua del mar acariciando mi cuerpo desnudo y aliviando el calor fue muy placentera.

A los pocos minutos de estar en el agua, vi aparecer entre los arbustos que hay al lado de las escalerillas de acceso a la playa la figura de una mujer. Comenzó a bajar dichas escalerillas y a recorrer la arena de la playa. Supuse que pasaría de largo de donde yo había extendido mi toalla, pero me equivoqué por completo: se detuvo a escasos 4 o 5 metros. Empezó a sacar su toalla del bolso de playa que llevaba y la colocó sobre la arena. Me quedó claro que la mujer iba a ponerse a tomar el sol casi a mi lado y que yo estaba desnudo y que tendría que salir así del agua y llegar hasta mi toalla pasando por delante de aquella mujer. Ella tendría unos 50 años (luego supe que tenía 55), era rubia de bote, con el pelo recogido en una cola, su cuerpo era bonito y esbelto pese a la edad y llevaba una camiseta negra, unos shorts vaqueros cortitos, que le tapaban poco más que los glúteos y unas sandalias blancas con algo de cuña, que se las había quitado en cuanto pisó la arena de la playa.

Mientras yo continuaba en el agua esperando inútilmente a salir sin ser visto desnudo, ella comenzó a desvestirse: se quitó primero la camiseta y después los ajustados shorts vaqueros. Eran tan ceñidos que tuvo que agarrarse con una mano la braguita del bikini mientras se los quitaba, para no dejar su sexo al descubierto por el hecho de que se le bajara también la braguita. Guardó las dos prendas en su bolso, se llevó las manos a la espalda y se desabrochó la parte superior del bikini negro, que dejó caer dentro del bolso. Sus dos tetas grandes, algo caídas y con las areolas marrones quedaron al descubierto. Se giró para cerrar bien el bolso y, para mi sorpresa, la braguita negra del bikini resultó ser un tanga. La postura de la mujer, agachada mientras cerraba el bolso, dejaba ver el fino hilo del tanga hundiéndose provocativamente entre los glúteos. Se sentó en la toalla y comenzó a ponerse crema solar por todos los poros de su cuerpo: primero por su rostro, por el cuello, por la espalda, hasta que llegó a los senos. Mientras se los embadurnaba de crema, estos botaban hacia arriba y hacia abajo. Lentamente fue bajando por el resto de su cuerpo. Se puso de pie para darse crema en los glúteos y finalmente terminó poniendo crema sobre sus muslos.

Aquella mujer me estaba causando una enorme excitación: todavía dentro del agua, me llevé la mano a mi polla y comencé a masturbarme mientras contemplaba el cuerpo semidesnudo de la madura. En medio de mi placer vi cómo se acercaba un hombre mayor paseando por la orilla. Tendría unos 65 años y cuando se percató de la presencia de la mujer en topless, se fue acercando disimuladamente hacia donde ella estaba, hasta pasar por delante mirándole descaradamente las tetas. Después continuó caminando hasta alejarse poco a poco. Yo no aguanté más y culminé mi masturbación eyaculando dentro del agua, mientras la mujer permanecía sentada sobre su toalla.

Esperé un par de minutos para que mi verga se relajase y recuperase su tamaño en reposo y decidí salir por fin del agua. Respiré hondo y comencé a caminar, mientras el nivel del agua iba bajando y dejaba al descubierto cada vez más mi cuerpo. Terminé de salir del agua y comprobé que la mujer me miraba sin apartar la vista ni un segundo. Llegué a ponerme rojo de vergüenza cuando estaba pasando por delante de la madura y pensé en disculparme. Tapándome con las manos mis genitales le dije:

- Perdone, pero cuando entré en el agua no había nadie aquí, por eso me he bañado desnudo. Espero no haberle causado ninguna molestia. Ahora mismo me vuelvo a poner el bañador.

- Por mí no tienes que hacerlo, puedes tomar el sol como quieras, no me molesta en absoluto. Además ya te he visto desnudo, ¿no? Tengo que reconocerte que sabía que te estabas bañando sin el bañador, porque antes de bajar a la arena me metí entre los matorrales de arriba para hacer un pipí y vi que te metías en el agua desnudo- me comentó ella.

Yo me quedé sin saber lo que decir y lo que hacer. La mujer continuó:

- Mira, a mis 55 años ya no me voy a escandalizar por nada. Además, ya ves que yo estoy semidesnuda ante ti.

Comprendí que ya no tenía mucho sentido que me tapara mis partes íntimas con las manos, pues ella ya me lo había visto todo, así que retiré mis manos y quedé completamente desnudo ante aquella mujer.

Cuando iba a continuar andando hasta mi toalla, la mujer volvió a dirigirme la palabra:

- Si te apetece, puedes coger tu toalla y sentarte aquí conmigo. Yo he venido sola y, la verdad, no me importaría tener algo de compañía para charlar un rato. Si vas a sentirte incómodo por tu desnudez, no te preocupes. Mira, me voy a quitar el tanga y así estamos en igualdad de condiciones y no tienes que sentirte cortado. ¡Ah!, y tutéame, por favor.

Ante mi sorpresa, se puso de pie y empezó a bajarse el tanga, hasta que se lo quitó y lo guardó en su bolso. La mujer me acababa de mostrar su coño completamente depilado y con unos gruesos y carnosos labios vaginales. No lo pensé más, fui a por mi toalla y a por mi mochila y me dispuse a hacerle compañía a la madura. Sin embargo, la visión de aquel coño había hecho que mi polla se empezara a poner dura y empalmada y ella no tardó en darse cuenta y, mirándome la verga, dijo:

- ¡Vaya! Parece que te ha gustado lo que has visto, ¿no?

Casi tartamudeando le respondí:

- La verdad es que sí. Tienes un cuerpo muy bonito. Siento esta reacción.

- Es la segunda vez que te disculpas. Ya te he dicho que no tienes que hacerlo, que no me voy escandalizar por nada. Para mí es un halago que un hombre bastante más joven que yo sienta esa reacción al ver mi cuerpo. Por cierto, ¿cuántos años tienes?

- Tengo 36 y me llamo David- le respondí.

- Ya sabes que yo tengo 55. Me llamo Claudia- me dijo ella, mientras se levantaba y me daba dos besos en las mejillas. Al acercarse para besarme mi polla empalmada rozó la parte baja de su vientre y sus enormes pechos chocaron con mi torso. Sentí un intenso deseo sexual por dentro: me habían entrado unas ganas tremendas de hacer el amor con esa mujer, aunque trataba de disimularlo.

Los dos nos sentamos sobre nuestras toallas y Claudia continuó hablando:

- Quiero que sepas que yo también estoy disfrutando viendo tu cuerpo, que no soy de piedra. Te voy a contar una cosa: he estado casada 30 años y me divorcié hace dos. Pillé a mi marido en la cama con nuestra asistenta doméstica, de tan solo veinte añitos. Para mí fue un golpe duro comprobar cómo me engañaba con una chica tan joven que podía ser nuestra hija. Empecé a creer que ya no le gustaba a los hombres y pasé unos meses muy malos, hasta que hace poco decidí que no podía continuar así, que tenía que seguir disfrutando de la vida. Comencé a cuidarme más que antes, a vestir de forma más atrevida, a hacer topless en la playa (cosa que nunca había hecho estando casada) y a volver a sentir deseos sexuales.

Después de todos los años de casada y de los dos que llevo divorciada, tú eres el primer hombre al que he visto desnudo. Y por si aún no te has dado cuenta, me has provocado un buen calentón. Has despertado en mí sensaciones que tenía olvidadas. Desde que me divorcié no he vuelto a follar y tengo ahora mismo unas ganas enormes de sentir tu verga dentro mí. Terminó de hablar y no me dio tiempo ni de reaccionar: con su mano agarró mi pene y comenzó a acariciarlo suavemente, mientras que con la otra mano jugueteaba con sus erguidos pezones. Poco a poco fue retirando hacia atrás la piel que recubre mi glande, hasta dejarlo al descubierto. Acercó su cara y empezó a lamérmelo con su lengua, al mismo tiempo que su vagina comenzaba a humedecerse cada vez más, chorreando su flujo.

Por fin me decidí a tomar algo de iniciativa y empecé a acariciarle sus pechos con mis manos. Ella ya tenía toda mi polla en su boca y la saboreaba, hasta que paró un momento para decirme lo siguiente:

- Quiero que me penetres primero por detrás y que después lo hagas por delante. Por el culo sigo siendo virgen: mi exmarido siempre se negaba a follarme por detrás.

Se inclinó hacia delante, yo le separé los glúteos, humedecí con saliva mi polla y su ano y muy despacio comencé a penetrarla. En cuanto Claudia sintió la punta de mi verga dentro de su ano, gimió mezcla de placer y de dolor. Continué empujando mi miembro hacia el interior de su culo hasta que quedó completamente hundido en él. Entonces empecé a meter y sacar mi polla entre los suspiros de Claudia y con mis dos manos le agarraba desde atrás con fuerza sus senos. Cuando estaba en plena aceleración de mis movimientos, comprobé que por la orilla se acercaba de nuevo el viejo que había pasado hacía un rato. Se lo hice saber a Claudia y ella me comentó:

- Me da igual que nos vea follando. Tú sigue y no pares, por favor.

Así que continué unos segundos más hasta que volví a levantar la cabeza y, ante mi sorpresa, teníamos a aquel viejo justo delante de nosotros, parado y mirándonos con total descaro. Comenzó a tocarse su paquete por encima del bañador y se iba envalentonando al ver que ni la madura ni yo le reprochábamos nada. Se bajó el bañador y le acercó su polla de dimensiones respetables y sus testículos peludos a la cara de Claudia. La mujer no lo dudó ni un segundo, cogió con su mano la verga del viejo y comenzó a hacerle una masturbación.

- ¡Dos años sin follar y ahora tengo aquí dos pollas para mí solita, ummmm!- exclamó Claudia.

Por su parte, el anciano estaba que ni se lo creía: tenía delante de él a una mujer madura, pero de cuerpo espectacular, con dos tetas enormes, con su coño rasurado al descubierto y que además le estaba machacando su pene. Claudia dejó el trabajo manual y se metió toda la polla del viejo en la boca, para hacerle una felación. Yo aceleraba cada vez más mis movimientos de penetración, mientras el sudor empapaba la espalda de Claudia y todo mi cuerpo. De repente el viejo sacó su verga de la boca de la mujer y, apuntando hacia el rostro de ella, soltó varios chorros de espeso semen que impactaron de lleno en la cara de Claudia. Ella lo fue recogiendo con sus dedos y lo lamía con su lengua, saboreando el esperma del anciano, que se sentó sobre la arena contemplando la escena y para terminar de ver la sesión de sexo que teníamos montada.

Yo poco a poco comencé a sentir los síntomas inconfundibles de que se acercaba mi descarga de leche, así que hice varias embestidas bruscas y tras una explosión de placer empecé a derramar mi semen caliente dentro del culo de Claudia. Mantuve mi polla dentro hasta que solté la última gota y después saqué lentamente mi verga del ano de la madura. El viejo, creyendo que ya no había más que ver, se puso su bañador y se alejó de nosotros sin decir palabra. Mientras Claudia y yo nos recuperábamos a la espera de penetrarla vaginalmente, le pregunté:

- Claudia, ¿te importaría regalarme tu tanga? Me encantaría quedármelo como recuerdo tuyo.

- Yo te lo doy sin problemas, pero te advierto de que igual está algo sucio: lo llevo puesto desde esta mañana y con este calor y las veces que he orinado....- respondió ella.

- Por eso no te preocupes - le dije.

Ella se levantó, metió la mano en su bolso, sacó el tanguita negro del bikini y me lo entregó con una sonrisa pícara. Yo no dudé en olerlo delante de ella:

- ¡Ufff! Tenías razón. Huele bien a hembra - le comenté.

En el escueto forro blanco interior del tanga se apreciaban varias manchas de pipí o de flujo vaginal. Guardé la prenda en mi mochila y Claudia me comentó:

- Quiero pedirte algo a cambio.

- Lo que quieras - le respondí.

Ella sacó su móvil del bolso, me fotografió desnudo y a continuación me dijo:

- Túmbate entre mis piernas.

Yo obedecí sin saber las intenciones de la mujer. Entonces ella se agachó colocando su coño a escasa distancia de mi cara, comenzó a grabar con su móvil y a los pocos segundos empezó a brotar de su vagina un interminable chorro de orina que regaba todo mi rostro. Hasta que no echó la última gota no se levantó y me dijo:

- La foto y este vídeo es el recuerdo que me llevo de ti, para poderme masturbar recordando lo de hoy.

Volvió a guardar su móvil y me ordenó que la follara ya por delante, que lo estaba deseando. Yo continuaba tendido en la arena y empapado por el orín de la mujer. Ella aprovechó para manosearme mi polla hasta proporcionarle una cierta dureza. Entonces se abrió de piernas, se separó con las manos los labios vaginales y se agachó sobre mí hasta que mi polla quedó engullida por su coño. Cuando estaba totalmente dentro, comenzó a cabalgar sobre mi pene, mientras sus senos botaban al compás del movimiento. Le coloqué mis manos sobre sus senos y le pellizcaba los pezones. Los tenía completamente tiesos y eran tan gruesos que se le debían de marcar a través de cualquier prenda que se pusiera. Su cuerpo comenzó de nuevo a sudar y las gotas de ese sudor iban cayendo sobre mi propio cuerpo. Ella seguía moviéndose insistentemente y de su vagina comenzó a chorrear flujo de forma exagerada, producto de un orgasmo. Aceleró sus movimientos, ya totalmente cubierta de sudor y con el rostro enrojecido por el esfuerzo y la excitación. Yo ya no aguanté más y me corrí dentro de aquel maravilloso coño depilado. En cuanto sintió mi semen en su interior, Claudia puso cara de satisfacción y comenzó a parar hasta detener por completo sus movimientos. Se tumbó exhausta a mi lado y estuvimos así varios minutos hasta que nos dimos un baño para refrescarnos y quitarnos la arena que teníamos pegada a nuestros cuerpos sudorosos.

Cuando salimos del agua, nos secamos y comenzamos a vestirnos. Claudia se puso sus shorts vaqueros sin nada debajo, pues me había regalado el tanga del bikini, y después la camiseta negra. Yo también me vestí, recogimos las toallas y abandonamos la playa. La acompañé hasta donde había dejado aparcado su coche, a unos 500 metros de la playa.

Al llegar al coche, me dijo:

- Dentro de unos igual vuelvo por aquí. Soy de un pueblo cercano y algunos días, como he hecho hoy, aprovecho para venir a hacer algunas compras y gestiones por la mañana y por la tarde me pongo a tomar el sol un rato antes de regresar. Espero verte otra vez.

- A mí me quedan algunos días de vacaciones. Te prometo que estaré en esa zona de la playa todas las tardes por si apareces- le comenté.

Me dio un beso de despedida, se subió al coche y arrancó, mientras yo emprendí el camino a pie hasta mi alojamiento en el pueblo.

Mientras he estado escribiendo el relato, he tenido aquí a mi lado el tanga de Claudia, que he olido varias veces para recordar el aroma de su sexo.
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Relato Erótico de hombre 50 años

Relato Erótico de hombre 50 años

Soy un hombre de 50 años al que le encanta el sexo y el morbo, como a casi todos, claro. Esta historia comenzó en mi casa, donde mi mujer, Alicia, que es sicóloga, recibe a mucha gente. Una tarde me dijo que iba a acudir una madre de un alumno del colegio en el que ejerce. Me pidió que no asomara mucho la cabeza, que no quería verme por el medio poniendo la oreja. La hice caso a mi manera. Me instalé en la habitación de al lado de su despacho ojo avizor, desde allí se escucha casi todo y por un ventanuco se divisa algo, soy un cotilla, vale, lo reconozco. Llegó una señora que aparentaría unos cuarenta y cinco años, normalita, no era un bombón, un poco regordeta, con un buen culo y unas tetas apetecibles, eso sí. Me dediqué a oír lo que decían y me fui poniendo cachondo con la conversación.

-Estoy muy nerviosa y como desesperada –le explicaba a mi mujer la madurita, que se llamaba Aurora-. Quizá el comportamiento extraño de mi hijo se deba a mi actitud en los últimos tiempos.

-¿Y por qué está nerviosa?

-Es difícil explicar-respondió Aurora.

-Tómese tiempo, yo la escuche, hable con toda confianza –la animaba Alicia.

-Estoy cada vez más frustrada sexualmente. Mi marido…

-¿Qué le pasa a su marido?-preguntó Alicia.

-Mi marido es ultrarrápido- respondió Aurora.

-¿Orgasmo precoz…?-diagnosticó Alicia

-Más que eso, sólo con arrimarse a mí se corre, es desesperante, una frustración, llevamos toda la vida así. Nunca me ha follado bien, esa es la realidad.

-Algo habrá hecho si tienen dos hijos.

- Cuando me la ha metido, que casi nunca le da tiempo a hacerlo porque se desparrama antes, ha durado unos segundos, visto y no visto, un desastre –se quejaba Aurora.

-Eso tiene muchas soluciones, hay sexólogos que les pueden ayudar.

-Él no quiere ir a ninguna parte, se pone como loco y hasta agresivo cuando hablo de su problema, que como comprenderá también es el mío.

-¿Y el sexo oral?

-Nada de nada. Él es muy escrupuloso, dice que le da asco, que eso es antinatural. Yo no insisto, porque soy una mujer muy religiosa, me resigno.

-¿Y manualmente?-siguió preguntando Alicia.

-A veces me ha masturbado, muy mal, eso sí, porque es un fracaso en todo, no aprueba ni una asignatura en el sexo. Llevamos un año que casi ni lo intentamos porque él se desasosiega y ni se le pone dura, acaba frustrado y medio llorando. Ya no sé qué hacer –decía Aurora, muy compungida.

-¿Y no ha tenido ninguna aventura extramatrimonial, Aurora?-preguntó Alicia.

-No, no, ya le digo que soy muy religiosa y si Dios lo ha querido así, me tendré que aguantar. Pero cada vez tengo más tentaciones. Cuando voy por la calle me sorprendo mirando las braguetas delos hombres, imaginándome como tendrán la polla. El otro día vino un fontanero a casa y me quedé mirando el bulto que tenía, que me parecía mucho mayor que el de mi marido. Es desesperante. Me siento sucia, tengo fantasías con los hombres que pasean a mi alrededor. Me veo acariciándoles la polla, y siempre me las imagino grandes, mucho más grandes que la de mi marido, que es un alfeñique. Me mortifican estas fantasías que cada vez son más frecuentes.

-¿Sólo ha tenido relaciones con su marido?

-Sólo.

-¿Y no ha visto a más hombres desnudos?

-No.

-¿Ni en alguna película porno?

-Sólo vi una hace mucho tiempo, pero me parecía todo un montaje. Las pollas de los protagonistas eran el doble que las de mi marido. Eso no es normal.

-No te creas. Si vieras la de mi marido no te sorprenderían las películas, porque no desmerece a la de los mejores actores del porno-le dijo muy sonriente mi mujer a Aurora, presumiendo de mi polla, que de verdad reconozco que ya causaba sensación en el vestuario del equipo de fútbol en el que jugaba a los 18 años. “La tienes como un negro, Arturo, que barbaridad”, decían entre risotadas. “Vas a asustar a las tías”. Y me quedé con ese apodo por el tamaño de mi polla: el negro. Una vez, una chica, se quedó impactada al verme desnudo: “Pero me vas a meter todo eso”, me dijo.

-¿Su marido la tiene muy grande? –preguntó Aurora, muy interesada, con un morbo especial por saber más sobre precisamente mi polla.

-Mi Arturo tiene una tranca monumental y le encanta follar. Se le ocurren las cosas más extrañas, es un guarro, un pervertido de los pies a la cabeza. Le encanta el sexo oral, y es un experto, tiene obsesión por comerme el culo.

-¿Le come el culo? –preguntó muy alarmada Aurora.

-De arriba abajo. Me lo come y me lo folla con su pollón inmenso, es una bestia.

-Ya me gustaría que mi marido tuviese la mitad de pasión que el suyo, pero si Dios lo ha querido así.

-Todo tiene arreglo, Aurora, no te resignes. Tienes que venir un día a la consulta con su marido, o acudir a un sexólogo. No se rinda.

-Lo intentaré.

La conversación tuvo la virtud de ponerme como un burro, cachondo como una bestia, vale, lo que soy. Me subía por las paredes al escuchar a aquella hembra frustrada, yo tenía que darle lo que necesitaba. Empecé a buscar métodos para tirarme a aquella madurita a la que se le iban los ojos detrás de las pollas de sus vecinos. Lo primero que hice fue rebuscar en el archivo de mi mujer hasta encontrar el teléfono de Aurora. No hubo problemas, tenía hasta una ficha de la mujer. Dejé pasar unos días mientras perfeccionaba el plan que se me había ocurrido. Cuando lo tuvo, la llamé por teléfono. Le dije que era un vendedor de aspiradoras y que quería hacerla una demostración en su casa. Ella dijo que no, que no quería aspiradoras. Le expliqué que yo ganaba una comisión sólo por hacerle la presentación sin ningún compromiso y que me recomendaba Laura, su sicóloga. Al escuchar el nombre de mi mujer, cambió su negativa y aceptó una cita.

-Lo hago por la sicóloga, que se porta muy bien conmigo, pero no quiero ninguna aspiradora –cedió Aurora.

-Ya verá como le gusta la mía –le dije mientras me acariciaba la polla al otro lado del hilo telefónico.

-El viernes a las 10 de la mañana después de haber dejado a los niños en el colegio, estaré libre, te espero sola en casa.

-Perfecto –le dije.

“Está en el bote”, pensé. Ese viernes me vestí de una manera particular. Me puse unas mallas blancas de mi mujer que me quedaban apretadísimas, les hice un agujerito en la parte de delante, justo a la altura de la polla. Yo tengo unas piernas musculadas del gimnasio, unos muslos poderosos y fuertes. Pese a mi edad, estoy en forma. Mi paquete se trasparentaba y se exhibía en todo su volumen, amenazaba con hacer estallar las mallas. Me puse una cabecera de chándal larga de uno de mis hijos que me llegaba hasta el muslo, no quería dar la nota por la calle. Así me presenté en casa de Aurora. Llevaba una cinta de video de una presentación de aspiradoras que me había dejado un vendedor amigo.

-Hola, pasa, pasa –me saludó Aurora

-Soy Raúl, qué tal.

Me llevó al salón, ella vestía muy recatada, una falda negra, casi hasta la rodilla y una blusa roja de manga corta. Era verano.

-Si no te importa me quito esta cabecera del chándal, porque vengo del gimnasio y hace un calor terrible.

-Vale, vale, como estés mejor.

Me quité la cabecera y me agache a poner la cinta. Llevaba una camiseta de tirantes para resaltar mi musculatura. Cuando me di la vuelta ella se fijo en el paquete, en mi polla grande y fuerte apretada por las mallas. Era inevitable. Yo hice como si nada. Seguí hablando y me quedé medio sentado en el brazo de uno de los sofás para que se notara más mi bulto, que empezó a crecer. Ella no quitaba la vista, estaba sorprendida.

-Es que vengo del gimnasio y me han excitado tantas chicas con culos apretados y fuertes de chicas jovencitas, el tuyo tampoco está mal, lo reconozco.

-No le consiento que me hable así.

-Es la verdad, Aurora, tienes un culo para estar una hora chupándolo antes de meterle un buen pollazo.

-Tú estás loco –me dijo Aurora, muy sorprendida por mi vocabulario soez.

En la cinta un tío presentaba la aspiradora y a mi la polla se me iba poniendo dura y yo la dejaba que formase una tienda de campaña con la malla, ella miraba y miraba sin atravesarse ni a despedirme ni casi a moverse. A ella empezaba a excitarle la situación y lo que estaba viendo. En un momento determinado me removí la polla con la mano para colocármela y saque la puntita por el agujero que había hecho en la malla. Ella tenía los ojos relucientes.

-Es que estas mallas me aprietan y casi se me sale…¿te gusta?

-¿El qué?

-La polla, claro…¿No te gusta?

-Yo soy una mujer casada, no te consiento…

-Si quieres te la enseño un poquito más.

Abrí más la malla por el agujero que le había hecho y dejé la cabeza de mi polla al descubierto. Ella abría mucho los ojos.

-Si quieres te la enseño entera. Está deseando verte.

-¿Ver el qué?

-Ver ese culo espectacular que tienes, estando ahí sentada no te lo puedo ver bien y me encanta, me gustaría comérmelo, ese ojete maravilloso que tienes se merece que mi lengua lo recorra.

-Cómo te atreves –ella decía una cosa pero su cuerpo le pedía otra.

-¿Por qué no te das una vueltecita y me lo enseñas? Pero antes trae la mano que te voy a dar un premio. Me senté a su lado, le cogí la mano, la metí por debajo de la malla y la agarré a mi polla.

Dio un respingo al sentirla fuerte y palpitante.

-No hagas eso.

-¿Por qué? ¿No te gusta?

-Sí, no, no sé. Porque soy casada.

-No le decimos nada tu marido, no te preocupes.

Ella seguía agarrada a mi polla.

-Ahora tienes que darme mi premio.

-¿Qué premio? Te levantas, te das una vueltecita y me enseñas ese culazo, estoy seguro que mi polla te lo agradecerá. Venga, guapa, date una vueltecita con el culo en pompa.

-Pero yo…

-Venga, guapa, que mi polla espera, está loca por arrimarse a ti.

Tenía una lucha consigo misma, pero yo no quería solo follármela, sino vivir el morbo de irla llevando a la máxima excitación. De repente, se levanto, se dio una vueltecita.

-Despacito, guapa, muy despacito. Y ahora, sin falda…

-No , no . Es demasiado. Dejémoslo.

Me levante, la abrace por la espalda, la arrime la polla y se la restregué por el culo. Ella se dejaba hacer. Me separé.

-Ahora, sin falda –insistí.

Se quitó la falda, llevaba unas braguitas blancas, no muy sexys.

-La próxima vez que venga te voy a traer una ropa interior que te va a gustar.

-Deberías irte, esto no puede continuar.

Pero no se movía del sitio, yo ya le tenía puesta la polla en el culo, justo entre los dos carrillos y me restregaba contra sus bragas.

-Ahora te voy a meter el dedo en el culito –le decía yo al oído-. Voy a acariciar tu espalda, mi mano llegará a tu rabadilla, mi dedo corazón irá haciendo surcos lentos hasta llegar a tu agujerito y ahí se va a mover muy lentamente, a continuación mi boca bajará por tu espalda, mi lengua chupara tu rabadilla y luego meteré mi lengua un poquito en tu culo. Me encantan los culos, Aurorita. Dime que quieres que te meta la lengua en el culo.

-Ahh, yo no.

-Y luego voy a poner esta polla, que es el doble que la de tu marido y voy a restregarla por tu rabadilla y por el culo, de arriba abajo, arriba y abajo, y tú te vas a mover para sentirlas en el medio de tu culito.

Entonces no se pudo contener más, demasiada frustración acumulada, muchos deseos insatisfechos, y explotó.

-Sí, sí, por favor, házmelo, házmelo.

Mi mano acariciaba su culo, mi dedo se movía en círculos, cuando le movía la polla por la raja del culo se derretía.

--La tienes muy grande, mucho más que mi marido –gemía Aurora

-¿La quieres ver bien?

-Sí,sí, por favor., enséñamela.

-¿Te la quieres comer entera?

-Sí, sí, déjame comerme la polla, lo haré como te guste, por favor, necesito una polla como la tuya.

Yo me había sentado en un sofá, con las piernas estiradas y ella estaba de rodillas admirando mi polla, subyugada, la vi metérsela en la boca con deleite, golosa como ninguna, disfrutando de aquel momento. Fue una chupada monumental, la tía llevaba siglos deseándola.

-Come, come, Aurorita y dime que te encanta.

-Sí, sí, me encanta, déjame chuparla màs.

-Y los huevos también, Aurorita, me gusta que me coman los huevos.

-Lo que tu quieras, lo que quieras.

-Te has ganado una comida de chocho, Aurorita.

-¿Me lo vas chupar? A mi marido no le gusta.

-Un día te diré mi opinión de tu marido, pero ahora vamos a olvidarnos de él. Te voy a chupar el chochito hasta que grites como una loca y luego te voy a follar como nadie lo ha hecho hasta ahora.

-Sí, sí, hazlo, hazlo, quiero que me folles y me folles, por favor, fóllame.

Me la lleve a la cama. Mi lengua empezó de arriba abajo. Tenía unas tetas grandes con unos pezones marrones que se le endurecieron enseguida mientras mi lengua los recorría.

-¿Te gusta que te coman las tetas?

-Mucho, mucho, sigue chupándomelas, cabrón, lo necesito.

El dedo corazón de mi mano derecha acariciaba su clítoris, tenía el chochito encharcado mientras mi lengua recorría su ombligo. Mi lengua era una tea ardiente cuando llegó a su monte de Venus.

-¡Ay, ay, me corro, me corro, sigue, sigue, cómeme, cariño, cómeme entera, soy toda tuya, harè todo lo que me digas, lo que quieras.

Mis labios aferraron su clítoris con suavidad, lo recubrí de besos, mi lengua recorrió sus labios mayores, me comí sus flujos, su clítoris vibró cuando mi lengua repiqueteaba sobre él.

-Esto es maravilloso, ay, ay, no pares nunca, estoy en el cielo de los orgasmos, nunca había estado aquí, ay, ay.

Ella gemía y gemía y mi polla quería ya su recompensa, pero quise seguir explicándola cada paso para que se relamiera antes de disfrutarlo, para darle más morbo a la situación.

-Ahora te voy a meter la polla.

-¿Toda entera?

-Hasta el final. ¿Quieres que te folle, Aurora?

-Sí, sí, follame, fóllame, fóllame, lo estoy deseando.

Yo le había puesto la polla sobre su chochito, la movía sobre su clítoris como si fuera el dedo corazón de mi mano, la pajeaba con la polla, la hacía recorrer su chochito, de arriba abajo, muy suavemente, ella lloraba y tenia los ojos en blancos.

-Métemela, métemela, por favor.

-Quiero que lo desees como nunca, que lo desees con todas tus fuerzas.

-Ay, ay, métemela ya, métemela ya.

Mi polla estaba en las puertas de su chochito, allí la hice permanecer un buen rato, ella seguía gimiendo.

-Fóllame, fóllame, por favor.

-Dime que vas a ser mi putita.

-Sí, sí, lo que tú quieras, voy a ser tu putita. Ay, ay, métemela.

Entonces empujé con las caderas y mi polla se fue abriendo camino en su chocho chorreante. Se la fui metiendo muy lentamente.

-Qué grande, que grande, la siento dentro de mí.

Empecé a galopar y a galopar, me movía vertiginosamente, uno-dos, uno-dos.

-Sigue, sigue, Ayyyyy, ayyyy, cielo, sigue, sigue, no te pares, que bien.

Yo me movía frenéticamente y ella se contorsionaba para sentir la polla en todo su esplendor.

-Así, así, por favor, no pares nunca.

Me empleé como nunca, resistí como un campeón. Ella se corrió como una loca, descomunalmente. Cuando creí que estaba del todo satisfecha, mi polla descargó su líquido blanco y caliente, como cañonazos después de la batalla.

-Ha sido maravilloso –me dijo Aurorita.

-Ha estado bien. Pero me he reservado ese culo grandioso que tienes para la próxima vez que nos veamos. Ya se me ocurrirá la mejor forma de estrenarlo
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Relato Erótico : Los deseos de mi amigo para su mujer

Acudo a un bautizo muy especial y al final mi gran amigo se ha soltado del todo y quiere cumplir un deseo para su mujer, eso dice, pero él tiene más ganas aun que su mujer. Un relato erótico genial.

Relato Erótico : Los deseos de mi amigo para su mujer

Relato Erótico : Los deseos de mi amigo para su mujer

No podía empezar mejor la semana después del fin de semana que había pasado. La semana seria corta, porque sería hasta el jueves, que me había pillado un día para ir al bautizo. La semana se pasó rápida porque tuve varias salidas por trabajo. El viernes llegue a mitad de la mañana a Valencia y Juan Carlos que se había tomado también el día libre me estaba esperando. Como estábamos solos quise tener una conversación con él, no quería que nada ni nadie interfiriera en lo que tenía que decirle.

- Mira Juan Carlos estamos a tiempo de que me vaya a un hotel y no quedarme en tu casa. Sabes que puede ser muy “peligroso” y me entiendes.

- ¿Vamos a volver a la conversación de la última vez? Que pesado eres, ya te dije que no pasaría nada por nuestra parte y si pasara, ¿QUE?

- No sería tan sencillo, te lo dije y te lo digo, todo iría de forma distinta hermano, hazme caso, me voy al hotel del otro día y ya está.

- Jaja, si al final va a tener razón Amparo, que te has tirado a alguna de las dos.

- No te equivoques, que no ha pasado nada con ninguna, que lo pasamos bien, pero solo eso, sin ningún tipo de relación sexual. Tu mujer que es muy mal pensada.

- Vale, vale, si eso se lo he dicho yo. Pero a lo que vamos, no puedes hacerme ese feo.

- Tu veras, lo que tu decidas, pero luego no quiero lamentos.

- Lamentos ninguno.

Ya dejamos la conversación y nos fuimos para su casa. Amparo no estaba, porque se había ido a ultimar los últimos preparativos del día siguiente. Mi habitación era la contigua a la de ellos. Y en ese momento me dio la sorpresa Juan Carlos, “En las otras dos habitaciones están mis suegros y mis padres, ves cómo es imposible que pase nada, jaja” lo que me dijo me alivio un montón. El padre de ella y el de Juan Carlos, eran socios en algunos negocios. Cuando llegaron se enrollaron conmigo, sobre todo el padre de Juan Carlos, que tanto el cómo su mujer me trataban como a un hijo más. Hasta el punto que me ofrecieron una vez que terminara en Madrid, que no quedaba mucho, para que pidiera la excedencia y me fuera a trabajar con ellos, me ofrecieron de todo y si no hubiera pasado lo que paso con sus respectivos hijos, hubiera aceptado sin pensármelo. No les di un no rotundo, pero les dije que estaba ya medio comprometido y me parecería muy mal faltar a mi compromiso. Lo entendieron y me dijeron que si no salía por lo que fuera, me acordara de ellos. Hasta Juan Carlos me animo y también se dio cuenta de que los estaba esquivando y ya no dijo nada más.

Luego llegaron las madres y la hija con la hija. Hubo saludos, encantadas con la nieta y volvían a sacarle parecidos a Juan Carlos y a Amparo, yo a todo decía que sí, les daba la razón. Amparo seguía mirándome con bastante inquina, no lo podía disimular. Un poco antes de comer dijeron de irnos, porque comíamos fuera y en compañía de los otros dos matrimonios. Cuando llegamos al restaurante, tanto Carmen como Marta, fueron muy efusivas y se pusieron muy alegres. Contaban lo bien que lo habíamos pasado el fin de semana anterior, que no paramos de bailar y más cosas, omitiendo algunos “capítulos” de esa noche. En la comida me senté junto a ellas y estuvimos de broma, risas y algún roce que otro con las piernas y las manos, pero todo sin llamar la atención. La “risa” me dio cuando los dos abuelos hicieron un brindis conjunto, brindaron por su nieta y para que pronto le dieran un hermanito. Brinde con el resto y no quería mirar a nadie.

El único que dijo algo fue Juan Carlos, que decía que era muy pronto para pensar en más niños. La madre de Amparo se lo recrimino, porque decía que su hija si quería tener más y la madre de Juan Carlos lo refrendo. Amparo no dijo nada y se puso tan colorada y nerviosa como Juan Carlos. Luego vino la parte en la que se metían conmigo por no tener ni novia. Tampoco quise hacer ningún comentario y dejé que dijeran lo que querían. La noche anterior dormí poco, madrugue y conduje hasta Valencia, no es que estuviera muy agotado, pero en previsión a la salida nocturna que ya estaba programada, decidí darme una pequeña siesta. Aproveche que Juan Carlos y su mujer iban a su casa para que la niña descansase un poco, mientras el resto se iban a tomar algo por ahí. El camino a su casa hablábamos Juan Carlos y yo y ella nos ignoraba descaradamente. En el camino la niña se enrabieto y no había manera de que se callara, al llegar a su casa Amparo dijo que iba a su habitación a darle el pecho y a ver si lograba que se durmiese. Mi amigo quería que nos tomáramos un café y yo quería echarme un rato, aunque no durmiera.

- ¿Te has dado cuenta de cómo tienes a Amparo?

- Ya he visto que ni me habla, me ignora descaradamente, pero como no le he hecho nada malo, es un problema suyo.

- Macho, si es que ni la has dado dos besos cuando la has visto, has sido a la única que no has saludado. (Me di cuenta de que era verdad)

- ¡ES VERDAD!, no ha sido intencionado, que metedura de pata. Tratare de arreglarlo aunque no sé cómo.

- Si quieres ves ahora y le dices que no fue intencionado.

- No jodas tío, que ahora está dando de mamar a la niña y no es plan.

- Ante los demás tienes que disimular, pero entre nosotros no, es tu hija también y no más a ver nada que hayas visto ya.

- Deja, deja, esperare que salga.

- No te conocía esa faceta de miedoso (Me cabreo oírle decir eso)

- Yo tampoco conocía tu faceta de cornudo, ya estamos iguales (Se lo dije para devolvérsela)

- Estoy de acuerdo contigo, yo tampoco conocía esa faceta mía, pero la diferencia que lo he asumido y tú no lo asumes.

Llego Amparo y nos preguntó de que hablábamos porque teníamos cara de cabreo. El que tomó la palabra fue su marido.

JUAN C.- Nada que aquí mi hermano, me decía que desconocía mi faceta de cornudo y yo le decía que lo tenía asumido y que el no, porque es muy miedoso.

YO.- Sabes que lo has sacado de contexto, no he pretendido ofenderte y lo sabes.

AMPARO.- No te equivoques, que no se ofende y lo tiene asumido. Que lo hemos hablado tranquilamente.

Y.- Me parece muy bien que lo tengáis hablado. Oye Amparo, antes de seguir hablando mil perdones por no haberte saludado, ha sido imperdonable, pero que no fue con intención. (Mostro un indicio de sonrisa)

J.C.- A lo que íbamos, nosotros tenemos asumido todo ya. No nos asusta nada de lo que pueda venir. Lo único que ella no quiere ir pasando de mano en mano. Además los que le he propuesto han sido un no rotundo, porque dice que le tienen que gustar a ella.

Y.- Es que así tiene que ser. Lo primero que le tienes que preguntar es cuál es su tipo de hombre, que seguro que no lo has hecho.

J.C.- Es verdad no se lo he preguntado. Nena, ¿Cuál es tu tipo de hombre ideal?

A.- Alto, fuerte, dominante, que sepa cómo tratarme en cada momento, que no se crea que soy de porcelana, que no haga falta que le diga cómo tiene que hacerlo, resumiendo un perfecto CABRÓN (Cuando dijo esta última palabra me miro intensamente)

Viendo el cariz que tomaba la conversación y para evitar más tentaciones, dije que me iba a echar un rato. Los deje solos y me marche resoplando. Había esquivado una buena. Porque si hubiera seguido con ellos hubiera pasado algo. A Amparo el ser madre le había sentado muy bien, estaba mucho mejor que antes, se la veía más morbosa. Oí hablar a Juan Carlos por teléfono y deduje que era su madre, acabo la conversación diciéndole, “No que va no te preocupes, es por saber si veníais ahora, que nos íbamos a echar y como no lleváis llave por esperarme” luego se oyó poco más y se acabó la conversación, silencio en toda la casa y si se distinguía algún murmullo en la habitación de ello, porque las paredes eran muy finas.

Al rato oí en mi puerta que daban muy suavemente con los dedos y me hice el loco. Silencio. Murmullos. Silencio y nuevamente golpecitos muy suaves en la puerta, esta vez decían mi nombre, me preguntaban si estaba despierto y era Juan Carlos. Hice lo mismo guardé silencio. Estaba tumbado y solo con los slip. Volvió el silencio y unos minutos después, alguien como mucho cuidado abría la puerta, era Juan Carlos, se puso un dedo en la boca para que no dijera nada. Cerro se me acerco y le dije en voz baja pero con tono serio, “¿Qué coño haces aquí? No ves que no he querido contestarte cuando has estado llamando antes” me miro con una mirada distinta, nunca antes se la había visto y me respondió, “Estoy ejerciendo de cornudo y Amparo quiere que la folles” después de oírle eso sabía que todas mis buenas intenciones se habían ido a la mierda, mire a mi amigo diciéndole, “Mira que te lo advertí, dile a la puta de Amparo que por interrumpir mi descanso la voy a azotar hasta cansarme y luego veré si me la follo, pero antes, quiero que seas tú quien la prepare, quiero verla muy zorra y me la entregaras” ni me contesto salió disparado.

Tardaron un poco, pero oí como llamaban a la puerta y Juan Carlos abría la puerta, entro dio la mano a su mujer y joder como la traía, menuda imaginación tenía mi amigo, había acertado de pleno. Amparo venia solo con ropa interior de encaje, toda de color blanco. Medias, braguitas, porque eran mini, sujetador que no podía aguantar esos melones que se le habían puesto y UN VELO, todo era lo que llevo el día de su boda. Mi rabo se salió por la parte de arriba de mi slip, quedando la cabeza de mi capullo pegada a mi ombligo, estaba a reventar. Ella venia con cara de puta salida, pero muy en plan vergonzosa, que lo hacía muy bien. Juan Carlos la ayudo a darse la vuelta y el culo estaba prácticamente al aire, lo dicho eran una mini braguitas.

Me levante estire una mano y ella me dio la suya. La atraje hacia mí, le quité el velo. Como ya avisé a mi amigo, no iba a ser condescendiente, ahora no sería ni Juan Carlos, ni mi amigo. Le dije, “CORNUDO, desnúdala, que hay que darle un castigo primero” ella iba a decir algo, supongo que por lo de cornudo, pero le puse un dedo en sus labios para que se callara. Cuando su marido empezó a desnudarla, su expresión cambio, puso cara de zorra. Lo último que hizo fue quitarle las braguitas y le dije, “¿Huelen bien cornudo?” y Juan Carlos con voz cachonda me dijo, “Me ha puesto hasta cachondo” le dije que se desnudara mientras castigaba a mi puta. Le hice que lo hiciera delante de ella, que estaba a cuatro patas sobre la cama.

- Mira lo cornudo que es tu marido. Si esta empalmado solo de vernos. ¿Te das cuenta? (Le di varios azotes en su culo)

- Ah, ah, ah, ya me doy cuenta, es un cornudo.

- (Zas, zas, zas) Te gusta que lo sea ¿Verdad? (Zas, zas, zas)

- SIIIIII, me vuelve loca.

- (Zas, zas, zas) Estabas deseando esto y lo que viene, ¿A que sí? Díselo al cornudo.

- Si lo deseaba, te echaba de menos. El cornudo no me da lo que tú.

Juan Carlos tuvo que parar de hacerse la paja que se hacía, porque vi que se corría y eso que acabábamos de empezar. Mira cómo va a hacer el cornudo. “Cornudo ven y termina de desnudarme” se acercó se agacho y me quito el slip. El rabo quedo delante de su cara y Amparo se mordía el labio mirando a su marido, que la miro y ella le hizo un gesto con la cabeza, se metió mi rabo en la boca y su mujer soltó un gemido solo de verlo, le acariciaba la cabeza y le decía que verlo le ponía cachondísima y era verdad, me comió la boca muy ardientemente. No me escandalizaba, pero si me sorprendía porque siempre había sabido la opinión de mi amigo en cuestiones sexuales. Tuve que quitarle porque en algunos momentos me hacía daño y era por el nerviosismo, mezclado con la excitación. Amparo que tenía el culo bien colorado, pedía que le metiera el rabo, pero le dije que no le iba a follar el coño, que la iba a dar por culo. Trataba de convencerme y no cedía en mi empeño, le ordene a Juan Carlos, “Venga cornudo prepara el culo de esta zorra, cómeselo bien” era asombrosa la obediencia de Juan Carlos, que metió su morro entre las nalgas de su mujer.

Amparo ya aceptaba todo lo que le decía, lo único que me pidió, “Por favor ponme algo para que entre mejor, no seas malo” le conteste que me lo pensaría, pero no quise ser malo como ella decía. Cogí una crema que tenía para las manos y también cogí un condón. Ella al verlo respiro y me sonrió. Nuevamente tuve que hacer que Juan Carlos parara que se ponía el solo como una moto. Le pase la crema y el condón. Se me quedo mirando y esta vez su mujer que estaba cachonda como una perra le dijo, “No te quedes embobado, pónselo y luego le pones la crema y no tardes que mi culo no puede esperar más”, otra vez que Juan Carlos se puso más cachondo, le costó ponerme el condón, pero por los nervios y luego si no le vuelve a cortar su mujer más que untarme la crema me hacia una paja. Ella estaba a cuatro patas, pero cuando me subí a la cama, pego lo que es el pecho sobre el colchón y el culo quedo bien empinado. Cuando iba a empezar a follarla, suena un timbrazo corto en la puerta de la calle y nos quedamos parados, Juan Carlos va corriendo y vuelve corriendo, se pone a vestirse deprisa y corriendo, diciendo, “Joder, son NUESTROS PADRES, COÑO”

Amparo bufando de cabreo se iba a bajar y le di un azote bien fuerte, “Tu quédate como estas, que mi rabo no se va a quedar con el calentón, tu cornudo, abre los entretienes y que ella esta acostada con el niño, que no den voces y yo estoy echando la siesta, VAMOS VES” se quedó mirando a su mujer y se oyó otro timbrazo, Amparo le dijo “Ve, él es el que manda, te quiero”. Mientras oíamos voces como lejanas, empecé a follar el culo de Amparo, que se tapaba la boca con la almohada. Seguía teniendo el culo bien apretado, entraba bien y cuando ya está mi rabo metido dentro por completo, me quede parado y ella en voz muy bajita me pedía que me moviera, le di un pequeño azote y le dije, “No, serás tú quien se folle el culo” y al principio, empezó a moverse en círculos, pero poco a poco fue cambiando el movimiento.

Empezó un saca y mete ella sola, ella lo hacía muy despacio, como si alguien fuera a oír como entraba y salía mi rabo. El sonido de fondo eran algunas voces y la televisión. Me incline un poco sobre ella, lo suficiente para que una de mis manos pudiera llegar hasta su clítoris y eso la desato, porque se empezó a follar con violencia, los culazos que me daban eran monumentales, hasta que se quedó pegada a mi cuerpo apretando su culo y aunque la almohada lo anulo prácticamente se oyó un fuerte y prolongado gemido. Saque suavemente mi rabo y se veía su culito super abierto. Me quite el condón, mi rabo se guía completamente empalmado, me baje de la cama y me quede de pies delante de ella, que se sentó en el borde de la cama y se puso a hacerme una mamada, paro un momento y me dijo, “Deja que me siente encima de ti, túmbate, ya verás como no te arrepientes y te correes dentro, que no hay peligro” agarre su cabeza y la lleve de nuevo a mi rabo.

Mientras le decía en voz baja, “Te follare el coño y me correré en él, esta noche cuando salgamos, te follare donde vayamos y por eso no llevaras nada debajo”, me corrí de golpe sin avisar y ella se lo trago todo como buena glotona, estuvo un buen rato limpiándome bien el rabo, cuando termino me dio una de las imágenes más excitantes, que fue mirarme y pasarse toda la lengua lentamente por sus labios. Ahora entre susurros le dije.

- ¿Cómo vas a salir ahora? Porque no creo que vayas a salir con el velo, jaja.

- Jaja, que gracioso esta mi niño. Pues no quedaría bien. Que más de una le provocaría un ictus. Me pondré un pantalón corto y una camiseta de Juan Carlos, que en este armario hay alguna. (Efectivamente abrió y se colocó lo que había dicho)

- Ves como no tenía que venir a quedarme en vuestra casa.

- Pues yo lo estaba deseando, pero me he dado cuenta que lo mismo tu amigo lo deseaba más. Y ahora que caigo, lo de esta noche lo decías en broma, ¿Verdad?

- Te puedo asegurar que no lo he dicho en broma, lo único que no sabrás es cuando te voy a follar, si en la cena, en las copas. Estarás atenta a una seña e iras a los aseos de donde estemos.

- Tu estas muy loco.

Salí yo primero y al llegar al salón saludé de nuevo a todos los presentes y ellos a mí. Unos cinco minutos después salió Amparo fingiendo que se acababa de despertar y con los pelos revueltos, nos regañó por el ruido. Juan Carlos se acercó y le dio un leve morreo, por su cara casi se corre. Ella se fue a la cocina y Juan Carlos detrás, al volver los dos, Juan Carlos me miraba con ojos encendidos pero llenos de deshonestidad. Sin embargo Amparo los tenia de golfa. Su marido se sentó en un sillón y ella en el reposabrazos, me miraba mientras acariciaba la cabeza de su marido y me decía menudo zorrón la mosquita muerta.

En cuanto pudo y nos quedamos apartados de los demás Juana Carlos se me acerco, “Oye ya me ha dicho Amparo lo que pretendes esta noche y entiéndelo, pero eso no se puede” mi respuesta fue seca y directa, “OK vosotros mismos” sé que esperaba que hubiera puesto alguna pega, que le hubiera tratado de convencer de lo contrario, pero no lo hice. Desde ese mismo instante empecé a “tontear” más con Marta y con Carmen, que entraban más al juego. Lo que llevaba a que Amparo pusiera malas caras. Nos fuimos de cena y ya hice yo por estar cerca de Carmen y Marta, no me resulto difícil. La cena fue bastante rápida y paso como la otra vez. Suegros y consuegros se marcharon a casa con la niña y el resto nos dispusimos a ir de marcha. Fuimos al mismo sitio. Esta vez sí venia el marido de Carmen, ni en la discoteca perdió su estado anodino. Se pego a Paco y Juan Carlos.

Marcelo que así se llamaba el marido de Carmen, era muy anodino, pero bien que el daba al codo, parecía que venía de recorrer el desierto. Los comentarios de Carmen y Marta me dejaron claro que era muy habitual en ellos, porque según ellas no había fin de semana, ya fuera en casa de uno o de otros, al final de la noche se tenían que quedar allí a dormir de la borrachera que se cogían sus respectivos como ellas lo llamaban. Eso sí, durante la semana ni una cerveza. Nosotros bailando y aunque costo Amparo también se animó y allí estaba con las tres. En uno de esos roces del baile toque el culo de Amparo y note que llevaba bragas, le dije al oído, “Me has defraudado, me tendré que buscar a otra para follar” me echo una sonrisa como de desprecio, como diciéndome, iluso, con quien vas a follar.

Empecé mi avance con las dos maduras, pero me decante en un principio por Carmen, porque era su tía, le daría más rabia. Carmen no se cortaba para nada y en cuanto noto mi rabo empalmado su entrega fue mayor. La situación se puso de tal manera que Amparo, entre cabreada, asombra y escandalizada le recrimino a su tía, “Tía, que te estas pasando, que estas casada, que ya eres mayorcita y sobre todo que tu marido y tu familia están aquí, CÓRTATE” y Carmen que estaba bastante encendida por su calentura le dijo, “Hija no seas aguafiestas que no pasa nada, solo estamos pasándolo bien, no seas mojigata, parece mentira que tengas la edad que tienes”, la cara de Amparo se congestiono más y quiso volver a recriminar a su tía, quien la corto en seco diciéndola, “Oye, ya bien, soy tu tía y no me vas a decir lo que puedo y no puedo hacer, si no te parece bien, ya sabes lo que tienes que hacer, irte a sentar con los hombres o hacer como la otra vez, irte a casa”

Amparo se fue a sentar y nos quedamos nosotros bailando, las dos me vacilaban provocándome y yo me dejaba querer. El ambiente era muy bueno, porque además las dos sabían que me había follado también con la otra y esa complicidad lo hacía más morboso. A las dos en distintos momentos les dije lo mismo sin que la otra lo supiera y como si fuera un secreto, era que cuando les hiciera una seña, quería decir ir al aseo a follar. Estando las dos de acuerdo. Eran dos “artistas” hacían beber a los maridos, aunque a Marcelo no le hacía falta ayuda. El que estaba más castigado era Juan Carlos, también porque nunca había sido bebedor. Me acerque al oído de Amparo para contestarle a una pregunta que me hizo, pero en vez de decirle lo que ella esperaba, le lamí la oreja y le dije, “que pena que no quieras follar” puso una cara de compromiso como si nada hubiera pasado.

Era el momento apropiado, hice las dos señas acordadas a Carmen y Marta, me levanté y me fui. Justo en ese momento Marta dijo que iba a la barra, que era un camino distinto al que yo llevaba. Me quede mirando en el pasillo de los aseos. Vi como Marta daba la vuelta para ir hacia los aseos y también vi como Carmen venia en mi dirección. Las dos al verse llegar y yo esperando se echaron a reír y me dijeron que era un “cabroncete”. Marta se nos quedó mirando, pero más a su prima y pregunto, “Bueno y llegados a este extremo qué hacemos, ¿Lo echamos a piedra, papel o tijera? o ¿Qué hacemos?” y fue Carmen quien sin decir nada marco el rumbo, me agarro de la muñeca y le dijo a su rima, “Vamos y no perdamos el tiempo” y nos fuimos a los aseos de mujeres. No vimos a nadie, pero si se oía a varias que hablaban prácticamente a voces, cada una desde su reservado.

Nosotros nos metimos en uno que estaba abierto. No era muy grande pero tampoco estábamos incomodos los tres. Nos teníamos que aguantar las risas, sobre todo ellas porque se veía que era la primera vez que se les daba esa situación y los nervios afloraban. Según empecé a acariciarlas, las risas nerviosas fueron desapareciendo y cuando todo cambio, fue cuando besé a Marta que la vi más nerviosa, el morreo que nos dimos fue de órdago. Luego se lo di a Carmen que no quiso quedarse atrás. Las dos me iban tocando y note cuando entre las dos me sobaban el rabo y como me desabrochaban el pantalón entre las dos. Quise que nos besáramos los tres a la vez, pero no lo logre. Eran remisas a acercar sus bocas a ellas mismas. No forcé nada, de momento.

Marta se sentó en el váter y empezó a comerme el rabo, lo hacía muy tranquila pero Carmen estaba más incómoda estando de pie. Si me lamia una la otra se apartaba, era un coñazo tanto escrúpulo. Hice que le hiciera un sitio a Carmen y se sentaron las dos, pero seguían igual, con cada mano agarre una barbilla, levante sus caras y les dije en voz baja, pero serio, “Os dejáis de tonterías o me salgo de aquí, no sé a qué viene tanta necedad” agarre sus cabezas y las acerque a mi rabo, ahora seguían con algo de escrúpulos, porque cada una me lamia el rabo por un lado pero sin tocarse. Hasta que las di otro achuchón con mis manos, para que lamieran el capullo y allí hubo algún roce de lenguas y alguna retirada instintiva, pero al final prevaleció la calentura y ya no me hacía falta hacer nada, sus lenguas se tocaban ya sin problemas, se les escapaba alguna risa vergonzosa pero seguían. Les daba hasta igual oír entrar y salir mujeres.

Ya fuimos cogiendo un buen ritmo y sin nada de tonterías. Carmen quería ser la primera en ser follada, pero cambie el orden, porque para lo que quería veía a Carmen más lanzada, con menos prejuicios. Por eso quise empezar con Marta. Que se levantó y no le quedó más remedio que apoyarse sobre los hombros de su prima. Le metí el rabo y se aguantó el decir nada, pero se notó que el gusto. Hice que Carmen me diera la mano y le dije, “Venga ayuda a tu prima, que lo estas deseando” y lleve su mano al coño de Marta. Se hizo la remilgada uno segundos y luego se puso a tocarla. Marta que no había mostrado el más mínimo rechazo, se limitó a bajar la cabeza y a moverse más. Agarre su melena y tire para atrás, para que quedara encarada a Carmen, que la miraba con mucha lujuria. Carmen estaba muy excitada porque tocaba sus tetas por encima de su ropa y sus pezones estaban duros y grandísimos.

Carmen de pronto e inesperadamente dejo de tocar el coño de su prima, le agarro la cara con las dos manos y empezó a tratar de besarla, su prima se quiso resistir pero al final se dejó llevar y se daban unos morreos inmensos y volvía a tocar a su prima. Pararon de besarse y Marta estaba a punto de correrse y cuando lo iba a hacer le pidió a su prima que la besara, se fundieron en un gran beso y se corrió brutalmente. Carmen no la dio ni un respiro, se levantó y la quito. Estaba chorreando y quería follar, cambiaron las posiciones y mi rabo entro suavemente en su coño. Marta le desabrocho toda la delantera y sin más se puso a comer esas grandes tetas. Carmen acariciaba su cabeza mientras me la follaba.

De pronto nos llevamos un susto enorme, porque sonaron unos golpes en la puerta y era Amparo, “¿Estáis ahí? ¿Qué hacéis? Abrirme” ninguno decía nada, hasta que hablo su tía. “Amparo, ahora no puedo abrirte, que estoy haciendo mis cosas. Luego hablamos, vete con los demás” y ella dijo “No me jedáis que sé que estás ahí con Pelayo” le hice una seña a Carmen de que no hablara más y seguimos a lo nuestro. Pero Amparo cada vez se ponía peor, no paraba de dar golpes. Carmen ante el cariz de la situación le dijo, “Vale ahora salgo, pero espérame fuera, si abro la puerta y estás ahí, la vuelvo a cerrar” ella dijo que vale y nos arreglamos, Marta se quedó dentro, si no la había descubierto no quería que se enterara. Salimos los dos y Amparo estaba en plan moralista, “De verdad tía como me has defraudado y tú, vergüenza te tendría que dar liarte con una mujer mayor”

Me moví para que nos apartáramos de allí y así pudiera salir Marta. Efectivamente Marta logro salir sin ser vista. Al final tanto su tía como yo la cortamos en seco y Amparo se fue muy cabreada y nosotros nos quedamos a medias. En un momento se llevó a Juan Carlos aparte y vi como hablaban, mi amigo miraba en nuestra discreción y mientras oía a su mujer, tenía un leve movimiento de cabeza, en plan resignación. La verdad que esperaba que se marcharan y así tener el campo libre, pero no, aguantaron hasta el final. Esta vez me toco ir con ellos en el taxi. Íbamos todos muy callados y Amparo me miraba de reojo, sé que esperaba que dijera algo, pero me limite a mirar mi móvil y a sonreír. Veía que eso la cabreaba más. La realidad que tenía un calentó encima exagerado.

Al llegar a su casa entramos con mucho sigilo y sin hacer nada de ruido para no molestar a los padres. Yo me fui a la cocina a tomar un vaso de leche, Amparo dijo que iba a llevarse a la niña a su habitación y Juan Carlos se vino conmigo, lo primero que me soltó, “Tío ya te vale, mira que zumbarte a la tía en los baños, ¿Es que no tenías a otra? Menudo disgusto que tiene Amparo, porque le preocupa que su tío se entere” mi contestación fue muy sincera, “Juan Carlos, que no ha sido por eso, esta cabreada porque no era ella. Se cree que soy de su exclusividad y además la tía ya sabe lo que se hace. Y tú de verdad, ¿Crees que el marido no sabe cómo es su mujer?” Juan Carlos me decía que no quería entrar en discusiones, que posiblemente tendría razón, pero que no sabía. Vino Amparo que ya estaba cambiada y traía una bata puesta, nos dio las buenas noches y le dijo a su marido que no hiciera ruido cuando fuera a acostarse. Nada más irse le dije, “Amigo esta noche por culpa de tu mujer me he quedado a medias, así que ahora me lo va a pagar ella” Juan Carlos con cara de espanto me pregunto, “¿Qué me quieres decir con eso?” puse una sonrisa malévola y le dije al oído acercando mi boca, “Que ahora mismo voy a ir a follármela y tú te quedaras en mi habitación”

Me encamine a mi habitación y mi amigo venia detrás tratando de hacerme ver que no era el mejor momento, estando sus padres y sus suegros. Me quede en pelotas delante de él y al ver mi erección le dije, señalando mi rabo, que alguien lo tenía que solucionar y para calmarle le hice ver, que nadie podría oír nada, al estar las otras habitaciones más apartadas. Con cierta resignación y mucha calentura, Juan Carlos me dijo, “No la conoces, te va a mandar a tomar por culo y no quiero un escándalo. Así que si se enfada hazme el favor de salir” le volví a mirar esta vez con indulgencia, “¿De verdad crees que la zorra de tu mujer me va a echar?” y el muy seguro me dijo que si, vi que lo decía muy convencido, tanto que hasta dude de mi opinión.

Me fui a la habitación con un pantalón corto y una camiseta como únicas prendas. Abrí la puerta con mucho cuidado y me dirigí a la cama. Antes de meterme en ella me desnude completamente. Cuando entre la vi tumbada de lado, mirando hacia la cuna y de espaldas a la puerta y a mí. Lo pude ver porque había una pequeña luz para la niña, una luz muy tenue. Al oírme y pensando que era mi amigo, dijo, “Y mañana Juanca, hazlo como quieras, pero que tu amigo se vaya, buscar cualquier excusa, que se vaya al hotel con sus amiguitas”, levante la ropa de cama y me acosté. La toque y llevaba un camisón cortito. Nada más notar mis manos levantando más su camisón me dijo secamente “Estate quieto, que hoy precisamente no está el horno para bollos, así que olvídate o ves a chupársela a tu amigo”, me costaba no reírme, menudo cabreo que tenía.

Me fui acercando a su espalda y me preparé para colocarle el rabo entre las piernas, pero también para agarrarla y que no saliera corriendo. Ya estaba preparado y metí por detrás el rabo entre sus muslos, no llevaba bragas y lo note enseguida, igual que ella noto que no era el rabo de su marido y antes de que pudiera reaccionar le dije, “Está bien zorra, mañana me iré, pero esta noche te voy a follar sin descanso y me da igual lo que digas” no me mando a tomar por culo, ni tampoco monto ningún follón, simplemente y sin girase me decía, “Por favor, no es el momento, hay mucha gente en la casa, cualquiera nos puede oír, además no quiero nada contigo. Si hubo algo alguna vez esta noche se acabó” seguía diciendo muchas más cosas, pero lo que era un hecho, es que mi rabo cada vez estaba más mojado por su coño. Moví mi cuerpo para que el rabo fuera de atrás para adelante, así durante bastante rato y en su momento justo, encaje mi capullo en su coño, pero sin hacerlo del todo, se tensó, se le escapo un gemido y cuando sentí como colocaba el culo hacia atrás, para darme facilidades en mi penetración, me pare, no continúe, pero no me salí.

“¿Ahora qué es lo que quieres puta? ¿Quieres que te meta el rabo hasta el fondo? Lo que sea me lo tendrás que pedir y si no me marchare” le dije, aunque sabia de sobra la respuesta. Ella no me decía nada y entonces hice el paripé de hacer que me iba a ir, seguía sin decir nada, pero echo un brazo para atrás y me agarro mi culo, indicación de que me quedara. Le dije que eso no me valía, que quería oírla y entonces con la voz entrecortada me dijo, “Te tenía que haber hecho caso, era a mí a quien tenías que haberte follado en los baños y me vuelve loca que me hagas sentir tan puta, FÓLLAME” me puso cachondo y empecé a follarla, lo hacíamos en la posición de cucharita y mientras sobaba bien sus tetas y sus pezones. Le dije que se tocara para mí y me obedeció en el acto.

Mientras me la follaba le contaba lo que me había dicho Juan Carlos de que me iba a mandar a tomar por culo y me dijo, “Yo soy inocente, pero el mucho más, que sabrá el” y las palabras cada vez se le entrecortaban más y nuestros movimientos iban en aumento, pego su culo contra mí, respiraba de forma acelerada y la embestía porque sabía que se iba a correr y vaya que se corrió. No quería correrme todavía, por lo que hice que se pusiera encima y nos pusimos a hacer un 69. Que delicia de mujer, como se entregaba y pude percibir como alguien abría la puerta y echaba el cerrojo. Amparo paro de comer mi rabo y dijo, “Ya estabas tardando cornudo, sabía que no aguantarías sin vernos, anda acércate” y ella se incorporó pero sin quitarse de mi boca, note una boca que no era la suya, ella le animaba, “Vamos cornudo, cómetela, métetela más, como me pone viendo cómo te comes un pollón, aaahhh, que guarrete que eres, sigue, ordéñalo que estás loco por que se corra en tu boca y te llena de leche” ella según hablaba se ponía más cachonda y me pegaba con más intensidad su coño en mi boca, era un rio y Juan Carlos no se quedaba atrás, era oír a su mujer y ponerse como un loco con mi rabo.

No quería correrme en la boca de mi amigo, quería correrme en el culo de Amparo, Amparo dejo de hablar y se empezaba a tensar todo su cuerpo, ya conocía de sobra cuando se iba a correr y no se pudo aguantar, se corrió de tal manera que no me pude quitar y tampoco aguantar, me corrí en la boca de mi amigo, que no despego su boca de mi rabo. Amparo que se había corrido ya y se dio cuenta le decía, “Vamos putita cómela bien, no le dejes escapar ni una gota y ven a besarme” y cuando él se quitó, ya se había quitado también Amparo de encima mía, le garro la cara y se comieron la boca. Cuando terminaron Amparo muy caliente le dijo a su marido, “Que ganas tengo de ver cómo te rompen el culo, para que seas tan puta como yo”, Juan Carlos no dijo nada, se limitó a comerle la boca de nuevo.

Juan Carlos una vez estamos reposando todos, le dijo a su mujer con mucha complicidad, “Que puta que eres, nunca imagine que lo fueras tanto” ella se echó una sonrisita y yo le replique, “Lo que tú dices de que es tan puta, solo es la punta del iceberg, tu mujer es mucho más puta aun, solo falta emputecerla un poco más y saldrá todo” ella me decía que era un exagerado y que más no se podía ser, le decía que se equivocaba, pero que no era el momento, Juan Carlos no hizo ningún comentario. La celebración fue como la seda y todo acabo perfectamente. El día que me marchaba, Juan Carlos me dijo que antes de irme quería hablar conmigo y lo que hice fue despedirme de todo el mundo antes de la hora que tenía prevista y Juan Carlos se bajó conmigo a acompañarme al coche y aprovechamos para tomar algo y hablar.

- Desde anoche llevo dándole vueltas a algo que dijiste.

- Pues amigo al grano, que no hay mucho tiempo y confianza tenemos de sobra y mucho más que antes.

- ¿De verdad crees que Amparo puede ser aún más? Ya me entiendes.

- Jaja, era eso. Pues yo creo que sí, la veo potencial, entrega y muchas ganas. Eso te pasa por abrir la puerta.

- Llámame pervertido o enfermo, pero me gustaría hacerlo realidad y quisiera que fueras tu quien lo consiguiera. Quiero verlo.

- No te voy a llamar nada, porque me lo llamaría entonces a mí mismo. Lo único que te digo que ese es otro camino “peligroso” porque hay que estar muy preparado. Y no sé si sería lo mejor ni para ti ni para ella.

- Por mí no te preocupes, que sabes que si en algún momento no me gustase, lo diría y lo cortaría. Ahora si lo dices porque a Amparo no le vaya a gustar, entonces te entiendo.

- Estoy muy convencido de que tu mujer si pusiera algún reparo, seria por apariencia, pero en cinco segundos estaría haciendo lo que fuera.

- Pues vamos a intentarlo, le daremos una sorpresa. Vente un fin de semana y ya está.

- Déjame que lo piense, pero si lo hiciéramos seria en Madrid, lejos de ojos que nos pudieran conocer y para que así estuvierais más tranquilos.

- Mira eso es buena idea. ¿Pero para cuándo?

- Déjame que lo prepare, pero ya te digo que no será para ya, paciencia, mucha paciencia.

Quedamos en eso y cuando me fui ya iba pensando durante todo el viaje en preparar algo, no tenía ninguna duda, pero quería que fuera algo especial, morboso, que no se esperase en ningún momento nada de lo que pudiera suceder. Tenía que ser todo un abanico de sorpresas. Había que tomarse un tiempo en preparar todo muy bien. Por lo menos tenía que desarrollarse en dos días. Por ejemplo un viernes y sábado noche.

Este relato va dedicado a Whbonny y su hermosa mujer.

Aun sabiendo que tendré más de una crítica, Whbonny a tu mujer le digo que, la felicidad de un cornudo pocas personas la entiende, porque hay mucha falsedad y la gente no es sincera. Muchos se “indignan” por ver a su esposa interactuar libre y alegremente con otros hombres, aunque en el fondo están cachondos. Solo el que es cornudo consentido sabe, entiende, disfruta, goza, se llena de placer viendo a su mujer con otro. Así que esposa de Whbonny, no pierdas el tiempo, haz disfrutar al cornudo de tu marido y tu gozaras como nunca lo imaginaste. Solo piensa en el momento que te estén follando y veas la cara de tu marido. ¿Te lo imaginas?
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Relato Erótico : Sexo en el cine

Un detective privado, una mujer casada con tetazas impresionantes y oscuros deseos: le gusta hombres desconocidos se la follen en cines oscuros. Una mirona en el cine, a la que someto y seduzco para que se la folle mi ayudante, Paquito. Casada morbosa: le gusta que la follen en el cine, un relato erótico excelente.

Relato Erótico : Sexo en el cine

Relato Erótico : Sexo en el cine

Soy detective. Tengo una oficina cutre y destartalada en un edificio de Madrid. Mi ocupación principal es perseguir infieles, un ‘huelebraguetas’, vale, no me importa. Me gano bien la vida. Los cornudos y las cornudas vienen a que les ayude a desenmascarar a sus cónyuges. El último en llegar hace unos días fue un ejecutivo de una importante empresa, un tío alto, muy moreno, aparentaba 40 años. Yo paso de los cincuenta, ya no tengo cuerpo de gimnasio como cuando era un veinteañero pero me conservo y de tarde en tarde vuelvo al gym. Poco, de acuerdo, la vida nocturna me pierde. Y el whisky también, lo reconozco.

—Cuénteme lo que le ocurre –le dije al tipo que entró en mi despacho a las doce del mediodía. Los detectives privados a veces somos como confesores

—Mi historia es muy simple –me dijo el hombre, que se llamaba Eduardo González.

—Le escucho –encendí un cigarro sin pedirle permiso (soy un fumador empedernido, lo sé, ya no se lleva, pero no voy a cambiar a estas alturas).

—Creo que mi mujer me engaña.

—¿Qué motivos tiene para pensarlo?

—Yo trabajo mucho, casi no paro en casa, viajo casi todos los fines de semana y muchas veces llamo al teléfono fijo de casa y nadie me contesta. Cuando le pregunto a mi mujer dónde se mete siempre se va por las ramas. Quiero contratar sus servicios para que averigüe lo que hace.

Nos pusimos de acuerdo sin problemas. Al tío la pasta se le salía de los bolsillos. Su mujer se llamaba Ana. Me dejó una fotografía. Una morena alta, esbelta, con unas tetazas impresionantes. Me puse cachondo al mirarla. “Será un trabajo interesante”, pensé, y me puse manos a la obra.

Localice una cafetería donde Ana, mi objetivo, desayunaba a diario con una amiga. En persona, la tía estaba mucho más buena que en las fotos. Si sus tetazas impresionaban, su culo y sus piernas te dejaban sin habla. ¡Qué culazo! Decidí desayunar yo también en la misma cafetería a la hora que llegaban las dos amigas. El segundo día de mi vigilancia me senté en una mesa al lado de la de ellas. Pedí café con churros, me concentré en la lectura de un periódico y me dediqué a escuchar su conversación.

—Mi marido es un panoli –decía Ana— y me aburre. Menos mal que se pasa la vida fuera de casa.

—¿Y en la cama? –le preguntaba la amiga, que se llamaba Elvira.

—Siempre ha sido una ruina. Poco y mal. No le saques del misionero y deprisa y corriendo, el tío se corre a velocidad del rayo y se duerme.

—Todos los tíos son iguales –decía Elvira—. ¿Y tú tienes fantasías sin cumplir?

—Algunas, como todas. ¿Tú también tendrás?

—Claro pero yo alguna sí he cumplido.

—Cuéntame, Elvira.

—Te interesa, ¿eh? Je je. A mí siempre me han dado morbo los desconocidos que van por las casas.

—No me jodas, tía, que te ponen los fontaneros.

—No, no. Yo sueño con la visita con un técnico de ordenadores.

—¿Un técnico de ordenadores?

—Sí, sí, Ana. Hace tres años tuve un problema con el ordenador de casa, un virus o lo que sea. La vecina del segundo me mandó a su hijo para reparármelo.

—¿Y te reparo otras cosa?

—Más o menos. El chico estuvo un rato trasteando y se puso a hacer pruebas. Se metió en chat que debía de utilizar mi marido. Entró en un chat erótico en el que salían muchas pollas. Puso trozos de pelis pornos que según él estaban en el disco duro del ordenador. Me puso cachonda, a mil, acabé sentándome a su lado…

—¿Te lo follaste, Elvira?

—Claro. Pero el chico se marchaba a los siete días a trabajar a Alemania. No le he vuelto a ver. Desde entonces tiemblo cada vez que estoy sola por la mañana y llaman al timbre. Sueño con que sea un técnico de ordenadores. Ja, ja. Pero no ha tocado ninguno a mi puerta desde aquel día. ¿Y cuál es tu fantasía, Anita?

—¿La mía? Me ponen los cines y los hombres solitarios y turbios. Sueño con que un desconocido me meta mano en un cine mientras me dice barbaridades al oído.

—¿Qué barbaridades?

—Quiero comerte las tetas y el culo, o algo más fuerte. No te rías. Me siento una putita al pensarlo.

—¿Y nunca te ha ocurrido nada en un cine?

—Nunca. Y fíjate que todos los martes voy a la sesión de las cuatro de la tarde y me siento en la última fila esperando que algún hombre se ponga a mi lado. Sólo de pensar que un tío se coloca junto a mí y empieza a hablarme cuando se apagan las luces del cine se me mojan las bragas.

—Vete a un cine porno, Anita.

—No, no, eso no tiene morbo. Tiene que ser en un cine normal. Por eso voy a los multicines del centro comercial.

—Pues hoy es martes, hoy te toca, a ver si tienes suerte.

La conversación de las dos tías me puso cachondo perdido, mi polla daba alaridos de deseo. Pensé que sería una buena idea seguir a Ana hasta los multicines. Eso es lo que hice. A las tres y media de la tarde estaba apostado frente al portal de su casa. Cuando salió vi que se había puesto una minifalda blanca y una camiseta muy ajustado. Sus tetazas querían explotar las costuras. Me pareció que no llevaba sostén. La fui siguiendo y sin parar de mirarla el culo. Estaba hecho para clavarle un pollón. La escuché pedir una entrada para la sala tres. Hice lo mismo. Me daba igual la película que echaran. Ella entró primero, yo esperé un rato. Cuando me metí en el cine vi que estaba semivacío. En la fila siete había una parejita. Ana se había colocado en la última fila, junto a la pared. Todavía no habían apagado las luces. Me quedé mirando hacia donde estaba sentada. Ella se fijó en mí. Yo fui ascendiendo muy lentamente hasta la última fila, como un torero haciendo el pasillo. Ella no me quitaba la vista de encima. Llegué hasta la última fila y pasé de butaca en butaca hasta que llegué donde estaba Ana. Me senté a su lado. Ella estaba sin habla. Me volví a mirarla y le dije:

—Estoy loco por comerte esas tetazas que tienes. ¿Siempre vas sin sujetador, putita?

Seguía sin hablar pero se notaba que sus pezones se habían endurecidos y querían salirse de la camiseta.

—¿Tienes que tener un chochito encantador?

Cuando estaba pronunciando estas palabras se apagaron las luces del cine. En ese momento puse la mano en su cintura y le subí un poco la camiseta

—¿Qué haces?

—Lo que estás deseando. Ya te lo he dicho: voy a comerte esas tetazas que me están volviendo loco.

Mientras se lo decía, mi mano estaba ya acariciando una de sus tetas.

—Estate quieto, que nos van a ver –me dijo Anita.

Dos chicas acababan de entrar en el cine. Se sentaron dos filas por delante de nosotros.

—Ellas vienen a ver la película.

Pero la más bajita de las dos, una culoncita que me pareció bastante fea se quedó mirando. Yo aproveché la ocasión para levantar la camiseta de Ana y poner mis labios en su pezón erguido y deseoso. Le guiñé un ojo a la feíta (no os he dicho que siempre me han dado morbo las tías sin encanto que no tienen éxito con los hombres, y esta parecía una de esas).

—Ay, ay, qué me vas a hacer.

Yo le estaba masajeando bien las dos tetazas, se las lamía con ansia, primero una y luego la otra. Tenía unas aureolas grandes y oscuras y unos pezones excedpcionales. A la tía le encantaba que se las comiera.

—Quiero acariciarte las tetas con mi polla –le dije.

—Ay, ay, me estás poniendo muy caliente.

Ella se inclinó sobre mí como si fuera a chupármela y puso sus tetazas sobre mi polla tiesa. Yo la moví sobre sus pezones, se los acaricié con la punta. Intentaba ahogar sus gemidos, pero la feíta se volvía a cada momento para mirar.

—Ahora, chúpamela, cariño, seguro que lo haces muy bien.

No se lo tuve que repetir. La tía se bajó de su butaca y se puso de rodillas delante de mí. Se puso a chuparme la polla con glotonería, sin importarle un ápice que la feíta sólo se dedicase a mirarnos. Estaba cachonda perdida, histérica.

—Quítate las bragas, Anita.

Se las quitó y se sentó encima de mí mirando a la pantalla y a la feíta. A ella todo le daba igual y a mí también. Con una mano le acariciaba las tetas y con la otra empecé a tocarle el coño, se lo acariciaba, le metía los dedos, agarraba su clítoris. Su chochete era un río ardiente, me mojaba los pantalones. Mi polla estaba entre sus piernas y notaba su culazo espléndido encima de mí.

—Te voy a follar como no lo ha hecho nunca tu marido –le dije.

—Sí, sí, por favor. Métemela.

La butaca del cine no era el sitio más cómodo para follar, pero los dos estábamos excitados, borrachos de sexo y de morbo, ardiendo de deseo. Ella llevó mi polla con las manos hasta su coñito y se la metió un poco. Yo empujé lo que pude en aquella posición hasta que la tuvo dentro. Ella entonces empezó a moverse como una culebra. Yo le acariciaba sus tetazas que se movían de un lado a otro. La feíta estaba hipnotizada mirando.

—Ay, ay, ay, me estoy corriendo.

Yo tampoco pude resistir y me corrí salvajemente. Entonces me levanté y le dije: “Vamos al servicio”. No llegamos. Salimos de la sala a unos pasillos que estaban desiertos, nos refugiamos en un rincón, la hice ponerse de espaldas contra la pared. Le acaricie el culo muy lentamente, mis manos recorrían cada uno de sus rincones, mi dedo arañaba su ano. Mi polla volvió a dar brincos, le di golpecitos con con ella en su culazo.

—Sí, sí, quédate ahí y mira como se la meto por el culo hasta el fondo.

Se lo dije a la feíta que había salido también del cine, nos había seguido hasta allí y miraba con los ojos muy abiertos. Mis palabras la asustaron y se marchó corriendo. Una pena. No me importó, ya tendría tiempo de ocuparme de ella. Me agaché para ver de cerca aquel culazo que tenía desnudo delante de mí. Puse mi lengua en su rabadilla, la lamí, mis manos amasaban sus carrillos. Mi lengua recorría su raja del culo, se lo comí morbosamente, estaba delicioso, metí mi lengua en su ano, lo salivé, después puse un dedo, se lo meti y se lo saqué suavemente. Luego le introduje dos y le hice un metesaca lento con ellos.

—¿Qué me estás haciendo? –me preguntó Anita, a la que por las piernas le chorreaban sus fluidos.

—Te voy a follar ese culazo, putita.

—Ay, ay, eres un vicioso.

Con mi polla estaba paseándome por todo su culazo, le daba golpecitos, le empujaba en el ano sin metérsela. Me encantaba la situación. Aquella hembra espectacular deseando que le metiera la polla por el culo. Le hice algunas fotos (siempre es bueno tener pilladas a tías como esta). Y empujé mi polla dentro de su culazo.

—¡Ay, ay, ay, eres un animal!

Mi polla estaba enloquecida, movía mis caderas frenéticamente, mientras mis dedos acariciaban su coño y ella se derretía de gusto. Me corrí otra vez dentro de su culazo.

Cuando estábamos recomponiendo nuestra ropa, escuché las puertas de la sala, salieron las cuatro personas que quedaban en el cine. Me dio tiempo a sacar una tarjeta y un bolígrafo. Escribí: “Mándame un wasap a este número y te cuento el final de la película que te has perdido. Seguro que te va a gustar”. La feíta salía hablando con su amiga. Aproveché que la amiga se fue al servicio y la chica se quedó sola para acercarme a ella. Le di la nota y le dije: “Espero tu llamada, tengo la noche libre”. Anita se había marchado corriendo a su casa con todos sus agujeros llenos con mi semén. Pero yo quería más. No os lo he dicho: soy insaciable y me encanta el morbo.

Me marché a mi oficina y cuando llegaba me entró un mensaje por el wasap. Ponía: “Si tú no has visto la película”. “Pero te puedo contar la parte que tú te has perdido de la mía”, le contesté. Ella tenía ganas de marcha. “He visto suficiente”, me escribió. “Te has perdido lo mejor. Podemos tomar una copa en mi oficina y te enseño lo más unteresante. Sólo pongo una condición”. “¿Cuál?”, me preguntó. “Tienes que venir con una faldita muy corta, con un tanguita rojo, un top ceñido, con la tripa al aire y unas botas negras altas”, le propuse. “Tú estás loco”. “Te espero dentro de una hora en la farola que hay en el portal de entrada a mi oficina (le puse la dirección)”. “No voy a ir así”, me dijo. “Si no te viste así no hay paraíso”. “Eres un enfermo”, volvió a escribir. “Seguramente. Te espero”. Me mandó un par de mensajes más pero ya no conteste. Lo que hice fue llamar a Paquito, mi ayudante. Es un chico de 20 años, torpón, que no se come una rosca ni pagando. Es feo y gordo, vale, medio lelo, de acuerdo, pero un buen chico. Y tiene un arma secreta, oxidada por falta de uso: una polla descomunal. Cuando digo descomunal es descomunal: dos veces la mía de largo y de ancha. Pero solo había follado dos veces en su vida, y a dos putitas que le había proporcionado yo. Por eso le llamé: me gusta hacer favores a la gente.

—Paquito, vente al despacho ahora mismo, y ponte ropa interior limpia.

—No me jodas, jefe, que ya me iba a meter en el sobre.

—¿Confías en mí, chaval?

—Sí, sí.

—Vente corriendo a la oficina que hoy follas, Paquito.

—¿Y cuánto me va a costar?

—Hoy es gratis. La tía está cachonda perdida.

—Jefe, cuando me vea no va a querer.

—Tranquilo, Paquito, eso es cosa mía.

Veinte minutos después Paquito estaba en la oficina. Desde el balcón veíamos la farola donde había citado a la chica, a Patricia, que es como se llamaba la feíta. Ella apareció exactamente a la hora prevista.

—Es esa –le dije a Paquito.

—Si parece una puta, jefe.

—Le he pedido que viniese vestida así para motivarte, chaval.

—¡Qué culito!

—Dentro de un ratito le vas a meter ese pollón por todos sus agujeros.

Paquito babea mirando a la chica apoyada en la farola.

—¡Jefe, ya me estoy poniendo a mil solo de mirarla!

—Me bajo a por ella, tú quédate escondido en el balcón y dedícate a mirar, sólo tienes que entrar cuando yo te lo diga.

—A sus órdenes.

La chica estaba más buena de lo que pensaba. Le fallaba la cara, esa nariz aguileña y torcida y los ojos saltones la estropeaban. Pensé que era como una amiga del colegio a la que llamábamos la gamba. “De esa se come todo menos la cabeza”, bromeábamos entre nosotros.

—No sé si he hecho bien en venir –me dijo Patricia nada más entrar en la oficina—. Y menos vestida de esta manera.

—Te sienta muy bien. Eres una putita a la que le gusta mucho mirar. Eres una putita muy mala.

Yo me había sentado en una silla y la hice tumbarse en mis rodillas.

—¿Qué haces? ¿Qué quieres?

—Has sido una putita muy mala.

Le bajé las bragas, le levanté la falda minúscula y comencé a azotarla el culo, primer flojito y luego un poquito más fuerte hasta que sus carrillos se fueron enrojeciendo.

—¡Ay, ay, tú estás loco, déjame.

Paquito estaba mirando desde el balcón, yo suponía que asombrado. Le llamé.

—Paquito, ven ya, esta chica necesita que le des un buen masaje en el culete.

Paquito entró dando traspiés, todo colorado, con un bulto enorme entre las piernas. Patricia se incorporó para verlo. Dio un grito.

—¿Quién es ese?

No la dejé a hablar. La tumbé de espaldas en el sofá de la oficina. Yo me senté en un lateral y le puse su boca entre mis piernas. Me quité los pantalones y me saqué la polla.

—Mira que contenta se pone al verte, Patricia. Chúpamela bien, putita.

La tía se puso a darme lametones como una loca.

—Es tu oportunidad, Paquito –le dije a mi ayudante.

El chico se arrodilló y empezó a acariciar el culito de Patricia. Yo notaba como movía sus dedazos y se los clavaba en el ano de la chica.

—Como me gusta, jefe.

Después se puso a olerle el culo como si fuera un perrillo. Paquito tenía una lengua gorda y larga. Vi cómo le daba lametones a Patricia por toda la raja del culo. La hizo poner el culo en pompa y su lengua se movía de un lado a otro, de delante a atrás. Le comía todo, le metía la lengua por todos los agujeros, le sobaba con la mano entera, como un animal enfebrecido. Ella se puso frenética, excitadísima, enloquecía con aquel lengua brutal recorriéndole el culo y el chocho. Paquito jadeaba y babeaba como si fuera un perro de verdad.

—No has visto lo mejor, Patri. Verás cuando Paquito te meta la polla.

Yo le masajeaba las tetas, le arañaba los pezones mientras ella se metía mi polla entera en la boca.

—Sois unos salvaje –me dijo después de que yo me hubiera corrido dentro de su boca.

Paquito estaba disfrutando como nunca. Se había desnudado y su polla era un espectáculo.

—¿Puedo follármela, jefe?

—Seguro que le encanta, chaval.

Patricia miraba la polla de Paquito como si estuviera hipnotizada. Seguro que no había visto nada de aquel tamaño en vivo, solo aparecen así en películas porno. La polla de Paquito era más grande y ancha que la de Nacho Vidal.

—¿Me vas a meter todo eso? –dijo Patricia, un poco alarmada

Pero Paquito ya estaba encima de ella, intentando meterle aquel pollón. Ella daba grititos, yo no sabía si de miedo a de placer. A Paquito ya no había quien pudiera pararle, estaba desatado, con su cuerpazo aplastaba a la chica mientras su polla era un hierro candente que arrasaba todo a su paso. Patricia tenía los ojos en blanco y daba gritos como si la estuvieran matando. Estuve a punto de decirle a Paquito que no siguiese, pero me callé cuando hoy lo que decía la chica.

—¡Ay! ¡Ay! ¡Qué bestia eres! Sigue, sigue, méteme todo eso hasta el fondo. Me estás volviendo loca. Fóllame, fóllame.

Ya os he dicho que a Paquito no hacía falta animarle. Se puso a dar unas embestidas brutales. La chica cada vez gritaba más. Entre los dos me animaron y decidí unirme a la fiesta (vale, sí, el cuarto polvo del día, tampoco es para tanto y ya os he dicho que estoy bien entrenado). Empecé a darle una crema en el culito a Patricia (no hacía falta, la verdad, después de los lametazos que le había pegado Paquito).

—Verás cómo te gusta con dos pollas, una gigante por delante y una más modestita por detrás.

Mientras se lo decía le puse la polla en el culo y se la clavé hasta el fondo. Paquito seguía moviéndose como si le fuera la vida en ellos, un salvaje en pleno frenesí. Os lo tengo que decir: fue una noche memorable. Paquito se corrió como si tuviera dentro un surtidor, echó leche que debía tener acumulada desde el principio de los tiempos. Yo me quedé a dormir en la oficina y Paquito acompañó a la chica a casa. Al día siguiente me contó que se la volvió a follar y se quedó a dormir con ella. “Menuda nochecita, jefe. Esa tía es un volcán. Cuando tenga otra como esa me avisa, jefe.”. “Vale, chaval, quizá pueda contar contigo para otra aventura. ¿Tú entiendes de ordenadores?”. “¿Hace falta saber de ordenadores para follar, jefe?”. “Paquito, Paquito, hay que saber muchas cosas para seducir a las mujeres”. Me había acordado de la amiga de Ana, la que desayunaba con ella en la cafetería. Esa soñaba con la visita de un técnico de ordenadores. “Paquito, cuídame la oficina que a lo mejor hoy también hay jugada”. Me marché a hacer guardia en la cafetería de Ana. Llegué cuando las dos se iban. Las seguí. Vivían en el mismo portal. Cuando subieron mandé un wasap a Ana con una foto de las que le hice mientras me la follaba. “Has salido muy favorecida, seguro que a tu marido le van a gustar. Pero como vas a ser buena chica no se las voy a enseñar porque le tienes con la mosca detrás de la oreja. Soy el detective al que ha contratado para vigilarte. Vas a tener suerte y le daré un informe muy favorable si te portas bien. Y para empezar dime en que piso vive tu amiga la de la cafetería”. Inmediatamente me llegó la respuesta. “No le digas nada. Haré lo que quieras. En la escalera dos, en el cuarto A”. “Buena chica”, le escribí. Entré en la casa, me metí en la escalera dos y subí al cuarto piso. Llamé a la letra A”.

—Soy el técnico de ordenadores de la tienda de las esquina. Estoy revisando los aparatos a los vecinos que quieran porque hay muchos virus en el barrio. Seguro que le pueden venir bien mis servicios –le dije por la rendija de la puerta. Entonces quitó la cadena.

—Pase. Creo que me interesa.

Pero esa ya es otra historia. Quizá os la cuente algún día.
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